sábado, 27 de julio de 2024

Historia de terror

 

La Casa de los Susurros

Eran las tres de la madrugada cuando Carla recibió la llamada de Lucas. Su voz, usualmente llena de energía, sonaba apagada y nerviosa. “Carla, necesito que vengas a la casa antigua. Algo está ocurriendo. No te lo puedo explicar por teléfono, pero es urgente.”

Carla, sin pensarlo dos veces, se vistió rápidamente y salió hacia la vieja casa abandonada en las afueras del pueblo. Aquella casa siempre había sido objeto de rumores y leyendas. Decían que estaba maldita, que aquellos que se atrevían a entrar nunca volvían a ser los mismos. Pero la preocupación por su amigo era más fuerte que el miedo.

Al llegar, encontró a Lucas esperándola en la entrada, su rostro pálido y sus ojos llenos de terror. “Gracias por venir. Algo… algo está mal aquí. Escucha,” dijo mientras un susurro casi imperceptible se deslizaba por el aire. Era como si las paredes de la casa hablaran, contando secretos oscuros y prohibidos.

Ambos entraron, la puerta se cerró con un chirrido detrás de ellos. La casa estaba sumida en una penumbra inquietante, apenas iluminada por la luz de la luna que se filtraba por las ventanas rotas. Los susurros se hicieron más intensos, mezclándose con el sonido del viento y el crujir de la madera antigua.

“Viene de arriba,” dijo Lucas, señalando las escaleras. Subieron, cada escalón resonando en el silencio de la noche. Al llegar al segundo piso, vieron una puerta entreabierta. La empujaron y encontraron una habitación vacía, salvo por un espejo antiguo en la pared opuesta.

Los susurros se volvieron gritos cuando ambos miraron su reflejo en el espejo. No estaban solos. Una figura oscura y distorsionada se encontraba detrás de ellos, moviéndose lentamente hacia adelante. Carla intentó gritar, pero no pudo. Lucas, petrificado, sólo logró retroceder unos pasos antes de que la figura extendiera una mano espectral hacia él.

De repente, todo se oscureció. Carla despertó en el suelo de la habitación, sola y desorientada. No había rastro de Lucas. Desesperada, salió corriendo de la casa, prometiéndose no volver jamás.

Días después, la policía encontró la casa vacía. No había señales de Lucas ni de ningún otro ser. La única pista era el espejo, que ahora mostraba un rostro desconocido cada vez que alguien se miraba en él, como si el espíritu atrapado en la casa hubiera encontrado una nueva víctima.

Desde entonces, Carla evitó pasar cerca de la casa de los susurros. Sabía que la maldición era real y que nunca volvería a ver a su amigo, pero el recuerdo de aquella noche la perseguiría por siempre.


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