Nos preocupamos, y hacemos bien, por la suerte de los niños en países del tercer mundo y clamamos con razón contra la discriminación salarial de la mujer aquí mismo, en la vieja Europa. También costeamos campañas para sensibilizar a la ciudadanía y tomamos medidas de toda clase no solo para impedir la explotación de las personas más vulnerables social y económicamente, sino también para corregir los agravios comparativos entre el hombre y la mujer en el ámbito laboral. Son metas encomiables al final de un trabajoso camino.
Lo malo es que padecemos una selectiva ceguera para algunas manifestaciones de esos males, por próximos, graves y evidentes que sean, cuando afectan muy directamente a nuestros intereses. Entonces se mira hacia otro lado o se pasa página lo antes posible. Recordemos las fotos de hace unas semanas donde podían verse largas filas de porteadoras marroquíes que, encorvadas bajo sus pesados fardos de mercancías, se aprestaban a cruzar la frontera con Ceuta. Un trabajo que, más propio de las bestias de carga, se prolongará mientras sus fuerzas se lo permitan y las autoridades competentes a un lado y otro de la raya lo sigan tolerando.
Sí, ya sabemos que el Riff no es la región más rica de Marruecos. Es además muy probable que el comercio de Ceuta, o de Melilla si se tercia, se resintiese sin esta especie de contrabando encubierto e impune por sus numerosos beneficiarios. Algo similar ocurre en países de Asia, África o Latinoamérica con la mano de obra de muchas fábricas cuyos productos solo así pueden competir en el mercado internacional. La diferencia se encuentra en que la responsabilidad en el caso concreto a que nos referimos recae exclusivamente sobre dos países, Marruecos y España. Cualquiera de los dos pudiera poner fin unilateralmente a este escándalo.
Los sucesos de Cataluña, como un espectáculo circense con varias pistas, han acaparado nuestra atención de tal modo que poco quedó para otras noticias. Hasta la crónica de tribunales a propósito de la corrupción político-institucional que ha azotado a nuestro país durante décadas ha pasado a un segundo plano. No puede sorprender que ni siquiera la muerte de dos de aquellas mujeres en un alboroto al cruzar la frontera -algo que no sucede por primera vez- haya tenido escaso eco en nuestros medios de comunicación.
Son cientos de mujeres, de todas las edades, las que diariamente cruzan a pie la frontera de Ceuta para regresar con bultos de cincuenta a sesenta kilos a sus espaldas. Cobran según el peso y los recorridos de ida y vuelta pueden repetirse un mismo día si hay suerte (por decirlo de algún modo). Algún dinero para la familia, promoción del comercio ceutí y pago de las mordidas que hagan falta para agilizar los trámites en el país vecino. Los políticos, también los nuestros, están ahí para buscar soluciones a los problemas, pero llama la atención el silencio de tantas asociaciones feministas ante esta explotación de la mujer a las puertas de nuestra propia casa.
Tenemos problemas bastante más graves que el de los límites del piropo y, como se dice ahora, hay que priorizarlos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, todo comentario o escrito CONSTRUCTIVO, espero entre todos no avergonzarnos de ponernos al nivel de los que no queremos.
Gracias