Debemos una disculpa a los jóvenes
Vaya por delante que nunca he entendido a los adolescentes. Ni siquiera cuando yo mismo lo era. Tal vez los entendía incluso menos, aunque por razones distintas. Hoy, simplemente, soy viejo y estoy a mis cosas. Soy un viejo vocacional, pues vivo rodeado por amigos bastante mayores que yo que se tienen por jóvenes, y no les voy a negar su sentimiento.
Les debemos, como mínimo, una disculpa. Toda la sociedad está haciendo un sacrificio histórico para controlar lo incontrolable, pero los jóvenes están renunciando a su propia juventud. Que lo hagan obligados por decretos leyes no les quita mérito, pero el bombardeo diario de culpa es insoportable y no mengua con los meses. No hay día sin su anécdota de chavales arrejuntados en fiestas ilegales o su comentario cascarrabias de señor con corbata. ¿No podríamos dejar de subrayar las contadas infracciones y los señalamientos de los balconazis para darles las gracias de vez en cuando? A un viejo como yo le da lo mismo un año perdido. Me puedo permitir el lujo de descontármelo. A los diecisiete, perder un año es una tragedia. Cuando alguien entrega lo mejor que tiene, los buenos modales exigen gratitud.
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