"Operación Fitness"
En el Gimnasio Olimpia, cada mañana comenzaba como una
película coral donde cada personaje era más peculiar que el anterior. Al cruzar
las puertas, no solo te golpeaba el olor a sudor y goma desgastada, sino
también las voces de los auténticos protagonistas.
En la esquina del gimnasio, al lado de las máquinas de pesas,
se encontraba Don Hilario, el monitor estrella, aunque ya
nadie recordaba si ese título era por su capacidad para entrenar o por su
habilidad para contar chistes. Con 68 años y las rodillas que crujían al
caminar, Hilario era un veterano que había decidido que jubilarse era para
débiles. Siempre iba vestido con un chándal vintage que parecía haber
sobrevivido a los Juegos Olímpicos del 92. Su filosofía era clara: “El fitness
no solo está en el cuerpo, sino en el alma... y en la lengua, como bien sabéis
vosotros”.
Esto último iba directo al grupo de jubilados, los
Lenguaraces, que ocupaban las máquinas de remo sin remar ni un
centímetro. Se conocían desde hacía años, y más que músculos, trabajaban las
conversaciones. Podías oírles debatir sobre todo, desde si la tortilla debía
llevar cebolla hasta las teorías más descabelladas sobre por qué el precio del
pan estaba subiendo. Si alguien necesitaba usar una máquina, ellos se limitaban
a apartarse lo justo, pero sin ceder terreno.
En el lado opuesto estaban los "Supermachacas",
un grupo de individuos que se tomaban el gimnasio como una misión de vida.
Llegaban con camisetas ajustadas y siempre llevaban una botella de agua del
tamaño de un extintor. Sus sesiones estaban llenas de jadeos y gritos heroicos
mientras intentaban levantar pesos imposibles. "¡Vamos, que puedes! ¡Esos
120 kilos no pesan nada!" gritaba uno de ellos, mientras el otro apenas
lograba despegar la barra del suelo. Cuando uno finalmente lo lograba, todos se
miraban como si hubieran ganado el Tour de Francia.
Por último, estaban Marta y Laura, las
chicas jóvenes que habían decidido apuntarse al gimnasio porque, según un
artículo de internet, "en el gym se liga mucho". Siempre llegaban impecables,
como si estuvieran a punto de salir en un videoclip, y ocupaban la cinta de
correr más visible, donde corrían a paso lento mientras lanzaban miradas
evaluadoras a los "Supermachacas". Ellos, por supuesto, no tardaban
en inflar el pecho y exagerar aún más sus ejercicios. Pero Laura, tras varios
intentos fallidos de flirteo, resumió la situación: "Aquí lo único que se
liga es el pelo con las pesas".
A lo largo del día, entre jadeos, risas, chismes y algún que
otro grito de Don Hilario, el Gimnasio Olimpia se transformaba en una pequeña
comunidad donde nadie era un experto en fitness, pero todos eran expertos en
hacer del ejercicio una experiencia única.
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