sábado, 23 de noviembre de 2024

La Leyenda de los Constructores de Montículos

 


En una época olvidada por los libros de historia, la vasta llanura del Misisipi estaba habitada por una raza de gigantes conocida como los Titanoth*, seres majestuosos que medían más de tres metros de altura y poseían una fuerza sobrehumana. Su piel tenía el color de la tierra fértil, y sus ojos brillaban como estrellas, reflejando la sabiduría de generaciones antiguas.

Los Titanoth no solo eran fuertes, sino también profundamente conectados con la naturaleza y los misterios de los astros. Construyeron montículos colosales como ofrendas a los cielos y como hogares sagrados donde podían comunicarse con los espíritus de sus ancestros. Cada montículo era una obra maestra, diseñado para alinearse perfectamente con las constelaciones, pues creían que su destino estaba escrito en las estrellas.

Sin embargo, su historia es también una tragedia. Según las leyendas, los Titanoth vivieron en paz durante siglos, hasta que comenzaron a llegar los primeros hombres. Pequeños y frágiles a los ojos de los gigantes, los humanos veían con temor y envidia las maravillas arquitectónicas que estos habían creado. Los Titanoth, por compasión, enseñaron a los humanos a trabajar la tierra y a leer los cielos.

Pero el miedo puede ser un enemigo poderoso. Algunos hombres, incapaces de entender a los gigantes, los consideraron amenazas. Se dice que lideraron una revuelta contra los Titanoth, ayudados por un poder oscuro que despertaron en su afán de derrotarlos. Las batallas fueron épicas, y aunque los gigantes eran fuertes, su corazón bondadoso los hizo dudar ante la violencia de sus pequeños hermanos.

Uno a uno, los Titanoth cayeron, sus cuerpos descansando bajo los montículos que habían construido. Los últimos supervivientes se desvanecieron en los bosques, llevando consigo su conocimiento. Con el tiempo, sus historias se convirtieron en mitos, sus enseñanzas olvidadas. Los humanos heredaron la tierra, pero los montículos permanecieron, guardianes silenciosos de una era donde los gigantes caminaban entre nosotros.

Hoy, algunos dicen que en noches claras, si te paras en lo alto de uno de estos montículos y miras al cielo, puedes sentir el eco de los Titanoth: una brisa cálida, un susurro en la hierba, o una estrella fugaz que parece guiñar un ojo.


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