"La Gran Final del Olimpia"
El sol se colaba por las ventanas del Gimnasio Olimpia,
iluminando a los habituales que no podían esperar a ver el nuevo episodio de la
saga entre Charo y Fabio. Desde la aventura del fitball, ambos se habían
convertido en los divos del gimnasio, y su competencia amistosa era la
comidilla del día.
Hoy, sin embargo, era diferente. Fabio había propuesto un reto
definitivo: "¡Una coreografía de fitness sincronizada!"
“¿Coreografía? ¿Me estás retando a mí, que fui reina del baile
en los 70?”, dijo Charo, con una mezcla de incredulidad y emoción. Se colocó su
cinta de pelo brillante y ajustó sus calentadores de colores.
La noticia corrió como la pólvora, y para la tarde, el gimnasio
estaba abarrotado. Los Lenguaraces habían reservado las mejores posiciones para
comentar cada movimiento. Marta y Laura, las jóvenes más interesadas en ligar
que en sudar, se habían ofrecido para grabar el evento en sus móviles. Incluso
Don Hilario había traído una bocina de aire comprimido, que nadie entendía por
qué tenía, pero daba ambiente.
Con un altavoz portátil en el centro del gimnasio, Fabio conectó
su móvil y seleccionó una playlist explosiva: una mezcla de música disco, pop y
hasta un toque de flamenco, porque, según él, “un espectáculo necesita pasión”.
Cuando la música empezó, Charo y Fabio tomaron posiciones.
Fabio, con su elegancia habitual, hizo un saludo dramático, mientras Charo
respondía con un giro digno de Broadway. La coreografía comenzó con
estiramientos sincronizados, pero pronto escaló a algo mucho más caótico.
Fabio introdujo saltos acrobáticos, y Charo, no dispuesta a
quedarse atrás, improvisó unos pasos que parecían mitad flamenco, mitad aeróbic
de los 80. La sala estallaba en aplausos y risas mientras ambos intentaban
superarse el uno al otro.
Pero el momento cumbre llegó cuando Fabio decidió incluir el aro
de pilates. Lo lanzó al aire, lo atrapó con el pie, y luego intentó usarlo como
un hula hoop. Charo, sin perder el ritmo, agarró dos mancuernas pequeñas y las
usó como castañuelas, mientras daba vueltas alrededor de Fabio, como si fuera
una torera enfrentándose al toro más elegante de Pamplona.
La sala entera estaba de pie, aplaudiendo y vitoreando. Incluso
Don Hilario no pudo resistirse y pulsó su bocina, que resonó por todo el
gimnasio.
Cuando la música terminó con un crescendo espectacular, Fabio
cayó al suelo en una pose dramática, mientras Charo, jadeando, alzó las manos
al cielo, como si hubiera conquistado el Monte Olimpo.
“¡Empate técnico!”, declaró Don Hilario, intentando mantener la
paz. Pero en realidad, todos sabían que ambos habían ganado. No por la
coreografía, sino porque habían logrado lo imposible: transformar un gimnasio
común en un escenario de risas, amistad y momentos inolvidables.
Mientras los aplausos aún resonaban, Charo se acercó a Fabio y
le dio una palmada en el hombro. “Fabio, querido, no sé tú, pero yo necesito un
buen vermut después de esto.”
“Solo si tú invitas, bella Charo”, respondió él, guiñándole un
ojo.
Y así, los dos divos, ahora aliados, salieron juntos del
gimnasio, dejando tras de sí una estela de risas y la promesa de que, en el
Olimpia, siempre habría espectáculo.
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