Mi noche de terror (y
pago por adelantado) en un hospital de Bangkok
Cómo, por una simple dislocación del hombro, el
periodista acabó tumbado en una camilla frente a una cajera que quería cobrarle
más de 1.700 euros por adelantado antes incluso de suministrarle un calmante.
Es el infierno de accidentarse en Tailanda, la pujante meca del turismo español
Mi noche de terror en un hospital de
Bangkok
Viernes de la pasada semana. Nueve y cuarto de la
noche. Aeropuerto de Bangkok. Voy cargado con una mochila tras pasar diez días
buceando en Filipinas. Allí había tenido un accidente de moto que
me había hecho impactar mi hombro izquierdo contra el asfalto y tener la pierna
derecha en carne viva. Unas curas en un puesto de atención turística sirvieron
para olvidarme del golpe hasta el viernes, cuando nada más aterrizar mi
hombro izquierdo comenzó a moverse levemente. «Voy a tener cuidado y
ya en Madrid me lo miro», me dije con tal de evitar probar la experiencia que
terminaría padeciendo por un cúmulo de infortunios. Una noche de terror (y pago
por adelantado) en un hospital de Tailandia. Una de las mecas del turismo
nacional. Allí fueron en 2018 un total de 181.000 españoles
siendo el segundo destino intercontinental más visitado por turistas patrios
despúes de Estados Unidos.
En la terminal de
llegadas había cogido un taxi rumbo a un municipio costero. Iba acompañado de
un amigo de Madrid. Era mi penúltimo día de vacaciones y emprendimos la ruta
hacia el sur por una atestada autopista y no exenta de baches. En uno de ellos,
mi hombro izquierdo se dislocó causándome un intenso dolor
acrecentado cada vez que los neumáticos atravesaban por un desnivel. Le exigí
al conductor que me llevase al hospital más cercano y a los treinta minutos
llegamos al parking del hospital privado Piyavate, un majestuoso edificio con
suelos de mármol, cadenas de comida rápida, Starbucks y cajeros. Una
máquina de hacer dinero.
Cuando me bajaron
del coche y un enfermero me dirigió en una silla de ruedas hacia la zona de
urgencias me invadió una sensación de tranquilidad. «Será cuestión de
diez minutos», pensé rememorando el tiempo que habían tardado en
España en colocarme mi hombro derecho las cinco veces en las que se me había
salido. Yo era todo un experto en luxaciones de hombro derecho, pero elegí un
mal lugar para estrenar el izquierdo.
22:15
horas. Me dejaron en una sala
donde había más pacientes de mayor gravedad. Reclamé a las enfermeras un
calmante. Las empleadas se negaron escudándose en que tenía que esperar al
chequeo del doctor. Media hora después y con un dolor creciente, apareció un
joven médico que insistió en que había que hacerme unas radiografías para
descartar la rotura. Yo le expliqué que era una simple dislocación de
hombre y que manualmente me lo podía colocar. El chaval, recién salido
de la universidad, me dijo que no se atrevía y que no era el protocolo
del hospital.
Me hicieron las
radiografías que descartaban la rotura. «¿Me puede colocar el hombro ya? Es
sencillo», le dije al doctor. «Tiene que venir el especialista», me indicó. Yo
empecé a perder la paciencia. Mientras esperaba al especialista, volví
a pedir un calmante, aunque fuese un mísero ibuprofeno. No hubo forma.
23.45
horas. Pasó una hora hasta que
apareció el especialista. «Se te ha salido para atrás y no es fácil de
arreglar», me dijo. Yo no daba crédito. Lo que habría sido una simple
intervención manual en cualquier hospital de España resulta que en el país
asiático parecía ser una operación de extrema gravedad. Le pedí al especialista
algún medicamento para mitigar el dolor que cada vez era más acuciante. El
doctor se negó en redondo. «Tiene que hablar con la supervisora», me
dijo sobre una mujer de unos 60 años y con aire de señorita Rottenmeyer que no
tardaría en aparecer.
La mujer de gafas
se presentó de una forma bastante desagradable. Llevaba el presupuesto de mi
intervención en la mano: «Dislocación de hombro. Precio estimado,
60.000 bahts tailandases (1.771 euros )». Le pedí la hoja del
presupuesto y no especificaba en qué iba a consistir mi intervención y por qué
tenía que adelantar esa cantidad.
«Tiene que
pagar esa cantidad. Si no, no le atenderemos o le pondremos en la calle para
que vaya a un hospital público»,
me contestó. No accedieron a mi petición de rebaja. Le pedí a la señora que me
diese un calmante y su respuesta fue tajante en un inglés paupérrimo. «Tiene
que pagar antes», me dijo. Le pedí que llamase al especialista.
00.30
horas. El especialista apareció
al cabo de un rato y le pregunté que cómo era posible que me quisieran cobrar
casi 2.000 euros por arreglar una luxación. El hombre me dijo que eran los
precios del hospital. «Le tenemos que llevar al quirófano para darle anestesia general
y operarle para colocarle el hombro, y tiene un coste», me dijo. Muerto
de dolor, no comprendía cómo quería abrirme el brazo y sedarme el cuerpo para
colocar un hombro. Me dijo que era el protocolo del hospital.Entendí
que era una fórmula para que hiciese noche y aumentase mi factura.
La supervisora
volvió a aparecer gritando exigiéndome el pago por adelantado. Le pedí a mi
amigo que cargase mi móvil sin batería y rebuscase en mi móvil la póliza del
seguro que había contratado con Axa. Le dimos el número de contacto 24 horas
del seguro a la supervisora y se negó a comunicarse con la compañía. Me
dijo: «Usted primero paga y después se arregla con su seguro. Nosotros no vamos
a llamar a nadie». Le pedí a mi amigo que llamase él a mi compañía y
ésta le dijo que tenía que abonar previamente yo la cantidad. Fueron momentos
de desconcierto.
01:00
horas. La supervisora llamó a
la cajera del hospital para que se acercase a la camilla con un datáfono a
cobrarme. Se quedó allí impasible y yo pensaba que era una pesadilla.
Verla a esa joven impasible con ese aparato para quemar tarjetas me mataba por
dentro. El dolor aumentaba y fue cuando decidí que pagaría por adelantado aun
sabiendo que era un atraco a mano armada y que el hospital sólo estaba
exagerando la situación para que la factura fuese mayor. Le dije a mi amigo que
me pasase mi cartera y saqué mis dos tarjetas de crédito. Una tenía un límite
en el extranjero que me permitió pagar sólo 20.000 bahts y la otra tenía la
banda magnética dañada. Hablé con la supervisora y le expliqué que mi tarjeta
tenía un límite y que al día siguiente podría pagar la otra parte. Me volvió a
decir que tenía que pagar todo por adelantado. Le expliqué que se podía
quedar con mi pasaporte y con mi reloj y que no me iba a dar a la fuga. Le
insistí en que me diese un calmante al menos por esos 20.000 bahts que había
pagado, pero nada. Ni se inmutaba. Ni un atisbo de sensibilidad y yo
empecé a llorar. «Aquí no se llora, cobarde. Tiene que pagar y no hay más que
hablar». La cajera ni se movía. Yo me sentía humillado y le dije a la
supervisora que relataría esta pesadilla en un artículo periodístico. No sirvió
de nada. Fue entonces cuando le pedí a mi amigo que me prestase su American
Express, con la que finalmente pude pagar los 40.000 bahts restantes. En ese
momento me inyectaron un calmante.
01.30
horas. Tras pagar a pie de
camilla con el datáfono, apareció el doctor explicándome la intervención a la
que me iba a someter: anestesia general y operación. Un protocolo desmedido e
innecesario a juicio de varios traumatólogos consultados. Me dijo que
tenía que asumir por escrito un riesgo de muerte por neumonía. Empezó
a invadirme el nerviosismo. Otra vez. «No quiero morir en un hospital por una
simple luxación de hombro. Quiero que me lo coloques manualmente», le imploré.
El médico me dijo que al haber ingerido un snack antes del accidente
no podía aplicarme hasta las cuatro de la mañana el painkiller
necesario para la intervención manual.
Me insistió en que
no era buena opción el plan B porque si esperaba hasta las cuatro de la mañana
para aplicarme un calmante en esa zona eso podría acarrearme complicaciones en
la extremidad. Le dije que prefería tener el hombro destrozado de por vida a
morir en un hospital tailandés. «Yo le recomiendo anestesia general. Es cierto
que hay riesgo de muerte, pero esperemos que no pase», me dijo. La
supervisora se sumó a la conversación. "Sí, tiene que entender que hay un
riesgo de muerte, pero es necesario arriesgarse", me subrayó
clavándome los ojos con cara de ira. Yo volví a entender que lo que pretendían
eran una facturación mayor a costa de mi bolsillo. Una intervención manual era
menos costosa. Decidí que esperaría hasta las cuatro de la mañana para que el
doctor me reparase el hombro manualmente. Y entonces me informaron de que me
trasladarían hasta el quirófano, donde tendría que esperar dos horas
muertas.
02:00
horas. Yo no había dejado de
rezar desde que tomé consciencia de mi situación kafkiana. Y Dios, pensé,
apareció a las dos y diez de la mañana cuando en un ligero cambio de
postura en la camilla sentí que el hombro se me introducía solo. « Es
un milagro», gritó el doctor. Yo le respondí. «No es un milagro. Era lo que
habría ocurrido si hubiesen intentado colocarme el hombro cuando llegué», dije.
El doctor me pidió perdón y ordenó que me hiciesen unas radiografías que
certificaron que mi hombro estaba en orden.
Llamé a la
supervisora para exigirle el dinero de vuelta. Me dijo que me devolverían una
parte, salvo cerca de 8.597 bahts (254 euros) que era el coste
que les había generado y que tendría que asumir yo el 3 por ciento de los
60.000 baths que me habían cargado en las tarjetas en concepto de gastos
bancarios. Indignante, pensé, que yo me tuviera que hacer cargo de unos gastos
bancarios altísimos por haberme exigido el centro una cantidad
sobredimensionada. La empleada me ordenó que me acercase a la zona de caja del
hospital donde pude recoger mi factura. Tardé varios minutos en descifrar
esa nota con gastos inflados y en asimilar que por la simple
asistencia que me dieron me habían cobrado 254 euros.
02.45
horas. Las malas noticias no
iban a acabar, puesto que una serie de pertenencias personales que había dejado
en el hall del hospital ya no estaban. Busqué por todo el lobby del
centro. Nadie sabía nada y jamás las volvería a ver. Salí del hospital a las
tres de la mañana y puse rumbo al hotel completamente noqueado. Al día
siguiente, me dirigí al hospital a formalizar una queja. El
número dos del hospital me prometió la devolución del dinero que había pagado y
me pusieron un chófer para ir al hospital. Le informé de que yo escribiría el
artículo para concienciar a esos españoles que pensaban en viajar a uno de
nuestros destinos favoritos. El hombre me haría llegar una carta de
disculpa del director del hospital reconociendo el error y lamentando
«la frustración» que había vivido. En ella me prometió que revisaría
todo el protocolo, comprometiéndose a que a partir de ese momento los pacientes
en situaciones de dolor no tendrían que pagar previamente para ser atendidos.
Me explicaba que mantuvieron una reunión con el director general de Sanidad del
Gobierno tailandés para exigirle un plan que permitiese a los turistas ser
atendidos gratuitamente en los hospitales. Hace dos años, un británico víctima
de un accidente grave no fue atendido en un hospital de Phuket por no poder
pagar 30.000 euros.
En mi
viaje a España solo pensaba en la magnífica sanidad pública que tenemos y en qué hubiese pasado si llego a aquel hospital más
grave y sin dinero. «Pues probablemente te habrían dejado morir con un
perro», me dijo un doctor español que no daba crédito de que quisieran
sedarme para una luxación de hombro. «Sólo querían sacarte la pasta», me
explicó. Afortunadamente no lo consiguieron, aunque yo aprendí varias lecciones
en solo una noche.
Esto de viajar por países lejanos debe ser muy guay pero siempre que no se sufra ningún percance ni se tenga que acudir a instancias locales.
ResponderEliminarPese a disponer de una póliza de seguros por viaje actualizada lo cierto es que como le pasó al autor del comentario no resulta extraño que de sufrir un percance nos veamos como víctimas de un fraude.
Si se viaja a un país es esencial que tengas un seguro con un buen límite de gastos de asistencia médica en el extranjero. Aunque, en principio, no es obligatorio contratar un seguro de asistencia en viaje, has de saber que hay países como Rusia o algunos países “exóticos” (Mongolia, Armenia, Tayikistán...) en los que es necesario acreditar que dispone de él para que te concedan el visado.
El capital que debes tener asegurado para viajar varía en función del destino y de sus costes sanitarios.
Lo más recomendable es que, fuera del ámbito de la Tarjeta Sanitaria Europea, se viaje con un capital asegurado para gastos sanitarios de, al menos, 60.000 euros, y mejor si puede ser de 100.000 euros.
Como puede verse, el programar un viaje a países exóticos, turísticamente hablando, no todo es felicidad, una vez allí también pueden surgir inconvenientes que a la hora de programar el viaje deberían ser tenidas en cuenta; porque como dice cierto refrán siempre es mejor prevenir que curar.
Saludos:
La verdad que es una aventura extraordinaria viajar por el mundo, y sobre todo por países exóticos, pero que Dios te coja confesado
EliminarUn Abrazo Amigo!!!!