Club de Jubilados “El Encuentro”
En el corazón del barrio, donde los niños corren por las
calles adoquinadas y las panaderías desprenden el aroma a pan recién hecho, se
erige el Club de Jubilados "El Encuentro". Este lugar, que antaño
pasó desapercibido para muchos, ha cobrado nueva vida en los últimos tiempos
gracias a un grupo de jubilados llenos de energía, creatividad y ganas de
vivir. Entre ellos, la nueva y radiante incorporación es Clara, una mujer de 65
años que, tras despedirse de su carrera como profesora, llegó con una energía tan
contagiosa que nadie pudo ignorarla.
Clara entró al club el primer martes de junio, justo el día
en que se celebraba la reunión mensual. Era su primera vez allí, y aunque había
practicado su presentación mentalmente, la emoción le hizo improvisar:
—Buenos días a todos. Soy Clara y estoy aquí porque, tras
toda una vida dedicada a la enseñanza, creo que ha llegado el momento de
aprender de nuevo, y qué mejor que hacerlo con ustedes.
Las palabras arrancaron un cálido aplauso, y la presidenta
del club, una simpática mujer llamada Carmen, se apresuró a darle la bienvenida
oficial.
Pronto, Clara descubrió que el club era mucho más que una
simple reunión de vecinos mayores. En sus paredes se organizaban clases de
baile, yoga adaptado, talleres de cerámica y, por supuesto, el popular club de
lectura. Clara no tardó en apuntarse a varias actividades, pero lo que
realmente la conquistó fue el grupo de senderismo. Cada jueves, una docena de
jubilados se calzaban las botas y exploraban las colinas cercanas, siempre
terminando con un almuerzo al aire libre.
El grupo también era famoso por sus cenas temáticas, cada una
más original que la anterior. Clara se lanzó a colaborar con entusiasmo en una
noche dedicada a la “Vuelta al mundo”, donde los miembros prepararon platos de
sus países favoritos. Clara hizo una paella que causó furor, aunque un
compañero, un antiguo marinero llamado Joaquín, juraba que su ceviche era
imbatible.
Sin embargo, lo que Clara no esperaba encontrar en el club
era una chispa de romance. Durante las clases de baile en línea, organizadas
cada miércoles por la tarde, conoció a Eduardo, un viudo simpático con un don
especial para hacerla reír. Eduardo tenía una sonrisa traviesa y un repertorio
infinito de historias de sus viajes como fotógrafo freelance. Aunque al
principio Clara sólo disfrutaba de su compañía, pronto se dio cuenta de que
algo más empezaba a florecer entre ellos.
—¿Siempre sonríes así cuando bailas? —le preguntó Eduardo una
tarde, mientras se equivocaban en una complicada coreografía.
—Sólo cuando tengo un buen compañero de baile —le respondió
ella, sintiéndose tan ligera como cuando era una adolescente.
Conforme pasaban los meses, Clara se convirtió en una figura
clave del club. Organizó un torneo de ajedrez que atrajo incluso a vecinos de
otros barrios, propuso un taller de fotografía donde Eduardo se ofreció como
profesor, y fue la mente detrás de una campaña para recaudar fondos para
renovar el salón principal.
La vida en el Club "El Encuentro" no sólo había
llenado su agenda, sino que también había revitalizado su espíritu. Y aunque
todavía quedaba mucho por hacer, Clara tenía claro que su jubilación no era el
final de una etapa, sino el comienzo de una aventura que nunca había imaginado.