"La
Agenda Imposible"
En el barrio de Santa Tranquilidad, nadie entendía
cómo los jubilados podían estar más ocupados que un CEO de Wall Street. Todos
apuntaban al epicentro del caos: la asociación "Años Dorados
Activos", que, en lugar de tranquilizar, les llenaba los días de actividades.
Pepe, recién jubilado, llegó el primer día emocionado,
creyendo que iba a dedicarse a pasear y jugar al dominó. Pero, para su
sorpresa, la coordinadora, Doña Maruja, lo recibió con un calendario digno de
un astronauta de la NASA:
- Lunes: Pilates a las 8:00, clase de
italiano a las 10:00, cuidado de nietos a las 12:00.
- Martes: Senderismo (15 km, nada
menos), taller de memoria y recogida de las croquetas de la suegra a las
18:00.
- Miércoles: Salsa (pero no de la que se
come), conferencia sobre el impacto del cambio climático en las recetas de
puchero, y sesión de bingo benéfico por la noche.
Pepe pensó que debía haber algún error. "¿Esto no
es opcional?", preguntó con timidez. Maruja lo miró con una ceja
levantada. "Aquí no hay tiempo para vaguear, Pepe. En esta asociación o
bailas o no te da tiempo ni a respirar".
La vida de Pepe se convirtió en un torbellino. Sus
hijos, encantados, le pedían más favores que nunca:
—Papá, ¿te importa llevar a los niños al cole?
—Claro, hijo, pero será entre la natación sincronizada y el ensayo de teatro.
Entre tanto trajín, Pepe se encontró con Manuela, una
exbailarina que daba clases de zumba en el centro. Ella, con sus movimientos
imposibles, le hacía replantearse si apuntarse a otro curso. Pero no había
hueco. "Mi única hora libre es a las 3 de la mañana", pensó.
El punto álgido llegó cuando, en un lapsus, Pepe
mezcló todas sus actividades: llevó a sus nietos a la clase de salsa, intentó
hacer croquetas en el taller de memoria y llegó al grupo de senderismo con un
libro de recetas de su suegra. Los demás jubilados lo aplaudieron. "¡Qué
nivel de multitarea!"
Y es que, a pesar del cansancio y las risas, Pepe
entendió que la jubilación no era para descansar, sino para vivir intensamente.
Mientras Maruja gritaba desde el altavoz del centro:
—¡Pepe, ven a la clase de costura, que te hace falta aprender a coser tus
horarios!
Pepe, entre jadeos, pensó: Esto es agotador... pero
al menos no hay reuniones de Zoom.
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