En la tranquila región del norte de España, dos pueblos
vecinos, Navarra y Gipuzkoa, han sostenido una batalla épica, aunque algo
peculiar, durante décadas. No es una lucha de espadas ni de ejércitos, sino
de... apodos. Y vaya apodos: "meaplayas" y "robasetas".
La historia comienza cada verano, cuando los navarros,
ansiosos por darse un chapuzón, invaden las playas guipuzcoanas. Los
donostiarras, al observar la escena, no pueden evitar comentar con sorna:
"Ahí llegan los meaplayas. Siempre dejan la arena como un queso
gruyere". Lo curioso es que los navarros no se achantan. Al contrario, lo
consideran casi un título de nobleza. “Si llamarnos meaplayas
significa que disfrutamos más que nadie de La Concha, ¡pues que así sea!”,
exclaman mientras colocan sus sombrillas estratégicamente cerca del
chiringuito.
Pero no todo queda ahí. Cuando el verano termina, comienza la
temporada de setas. Y ahí, queridos lectores, los navarros toman la revancha.
En cuanto los primeros hongos asoman en sus bosques, aparecen los guipuzcoanos
con sus cestas y bastones, listos para recolectar hasta la última trufa. “Mira
esos robasetas”, murmuran los locales escondidos entre los arbustos.
“¿Es que no tienen setas en Gipuzkoa o qué?”. Mientras tanto, los guipuzcoanos,
con cara de inocencia, alegan: “Es que aquí son más sabrosas. ¡El aire navarro
les da un toque especial!”.
Y como toda buena rivalidad, esta se amplifica en las
reuniones familiares. “¿Sabías que los donostiarras han encontrado el truco
para llevarse hasta las setas más pequeñas?”, pregunta un navarro indignado en
la sobremesa. “¡Usan lupas!”.
Por su parte, los donostiarras no se quedan atrás. “Dicen que
los navarros traen botellas de agua extra a la playa solo para recargar fuerzas
entre pote y pote. ¡Y luego culpan a la marea alta de sus
‘accidentes’ en la arena!”, bromea un guipuzcoano en el bar del puerto.
Esta batalla de apodos, que en el fondo no es más que una
forma simpática de reírse de las costumbres del vecino, sigue viva gracias a la
creatividad y el humor de ambas regiones. Y así, entre chapuzones y boletus, meaplayas
y robasetas mantienen viva una rivalidad que, más que dividir, une a
dos pueblos que, aunque diferentes, comparten un mismo espíritu: disfrutar de
lo bueno de la vida… ¡aunque sea en casa del vecino!
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