sábado, 21 de septiembre de 2024

Nuestras pesadillas

 


Entre el silencio de la noche y el suave murmullo del viento que rozaba la ventana, Lucía se despertó tres veces, arrastrada desde los rincones profundos de su mente por tres sueños que la dejaron en una encrucijada emocional. No eran pesadillas, pero llevaban consigo un eco extraño, una sensación de incomodidad que flotaba en el aire, difusa, como la neblina que aparece antes del amanecer.

El primer sueño comenzó en un paisaje conocido. Estaba en su casa de la infancia, rodeada de objetos familiares, pero algo no encajaba. Los colores de las paredes eran un poco más brillantes, los muebles parecían demasiado grandes o demasiado pequeños, como si alguien hubiera jugado con su memoria. Caminaba por las habitaciones, escuchando voces a lo lejos, pero cuando intentaba alcanzarlas, solo encontraba habitaciones vacías. La sensación era como buscar algo que se desvanece justo cuando estás a punto de tocarlo. Despertó de golpe, con una vaga melancolía adherida a su pecho.

En el segundo sueño, se encontraba en una ciudad que no reconocía. Era de noche y las calles estaban desiertas. La luz de los faroles creaba sombras largas y difusas. Caminaba por callejones que se retorcían, pero a pesar de la soledad, no sentía miedo. Lo que la inquietaba era la presencia constante de relojes. En cada esquina, un reloj marcaba una hora distinta, como si el tiempo no tuviera una línea fija. En algún punto, un reloj antiguo, con sus agujas avanzando a un ritmo errático, comenzó a sonar. El eco resonaba en el aire, y aunque no era amenazante, había algo profundamente desconcertante en ese tic-tac sin orden. Despertó de nuevo, esta vez sintiendo que algo había quedado pendiente.

El tercer sueño fue el más inquietante. Estaba en medio de una conversación con alguien cuyo rostro no podía ver, pero cuya voz le resultaba familiar. Había palabras, pero no podía recordar qué decían, solo que se deslizaban como agua entre los dedos, sin poder atraparlas. La conversación parecía importante, como si el significado estuviera al borde de su comprensión, pero cada vez que intentaba entender, la niebla del sueño lo cubría todo. Despertó por tercera vez, con una extraña sensación de haber perdido algo que nunca tuvo.

A pesar de que ninguno de esos sueños fue aterrador, cada uno dejó en Lucía una desazón distinta. Como si cada fragmento de su subconsciente le estuviera hablando en un idioma que no podía descifrar del todo. Mientras el amanecer comenzaba a iluminar la habitación, ella se quedó pensando, preguntándose si esos sueños eran piezas de un rompecabezas que su mente aún no había logrado armar.

Tal vez, pensó Lucía, los sueños son como espejos rotos: reflejan fragmentos, pero nunca la imagen completa.


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