Entre el silencio
de la noche y el suave murmullo del viento que rozaba la ventana, Lucía se
despertó tres veces, arrastrada desde los rincones profundos de su mente por
tres sueños que la dejaron en una encrucijada emocional. No eran pesadillas,
pero llevaban consigo un eco extraño, una sensación de incomodidad que flotaba
en el aire, difusa, como la neblina que aparece antes del amanecer.
El primer sueño
comenzó en un paisaje conocido. Estaba en su casa de la infancia, rodeada de
objetos familiares, pero algo no encajaba. Los colores de las paredes eran un
poco más brillantes, los muebles parecían demasiado grandes o demasiado
pequeños, como si alguien hubiera jugado con su memoria. Caminaba por las
habitaciones, escuchando voces a lo lejos, pero cuando intentaba alcanzarlas,
solo encontraba habitaciones vacías. La sensación era como buscar algo que se
desvanece justo cuando estás a punto de tocarlo. Despertó de golpe, con una
vaga melancolía adherida a su pecho.
En el segundo
sueño, se encontraba en una ciudad que no reconocía. Era de noche y las calles
estaban desiertas. La luz de los faroles creaba sombras largas y difusas.
Caminaba por callejones que se retorcían, pero a pesar de la soledad, no sentía
miedo. Lo que la inquietaba era la presencia constante de relojes. En cada
esquina, un reloj marcaba una hora distinta, como si el tiempo no tuviera una
línea fija. En algún punto, un reloj antiguo, con sus agujas avanzando a un
ritmo errático, comenzó a sonar. El eco resonaba en el aire, y aunque no era
amenazante, había algo profundamente desconcertante en ese tic-tac sin orden.
Despertó de nuevo, esta vez sintiendo que algo había quedado pendiente.
El tercer sueño
fue el más inquietante. Estaba en medio de una conversación con alguien cuyo
rostro no podía ver, pero cuya voz le resultaba familiar. Había palabras, pero
no podía recordar qué decían, solo que se deslizaban como agua entre los dedos,
sin poder atraparlas. La conversación parecía importante, como si el
significado estuviera al borde de su comprensión, pero cada vez que intentaba
entender, la niebla del sueño lo cubría todo. Despertó por tercera vez, con una
extraña sensación de haber perdido algo que nunca tuvo.
A pesar de que
ninguno de esos sueños fue aterrador, cada uno dejó en Lucía una desazón
distinta. Como si cada fragmento de su subconsciente le estuviera hablando en
un idioma que no podía descifrar del todo. Mientras el amanecer comenzaba a
iluminar la habitación, ella se quedó pensando, preguntándose si esos sueños
eran piezas de un rompecabezas que su mente aún no había logrado armar.
Tal vez, pensó
Lucía, los sueños son como espejos rotos: reflejan fragmentos, pero nunca la
imagen completa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, todo comentario o escrito CONSTRUCTIVO, espero entre todos no avergonzarnos de ponernos al nivel de los que no queremos.
Gracias