Capítulo
3: El susurro de las paredes
El eco de la
puerta al abrirse se desvaneció en la oscuridad, y un silencio pesado se
apoderó del pequeño portal. Marta y Sara se quedaron paralizadas, los ojos
fijos en el abismo que se extendía ante ellas. El aire parecía aún más denso,
como si las paredes del edificio contuvieran secretos demasiado oscuros para
ser desvelados.
—Esto... no me
gusta nada —murmuró Marta, retrocediendo un paso.
Sara, sin embargo,
no podía apartar la vista de la negrura que se extendía más allá de la puerta.
Algo dentro de ella la empujaba a avanzar, a cruzar el umbral y desvelar lo que
se ocultaba en esas sombras.
—¿No sientes eso?
—susurró Sara, sus dedos rozando el marco de la puerta. Había algo más. Un
murmullo apenas perceptible, como un susurro que provenía de algún lugar más
profundo del edificio.
Marta frunció el
ceño. —¿Sentir qué? Solo quiero salir de aquí.
Pero Sara estaba
hipnotizada por esa sensación. Era como si las paredes de piedra vieja le
estuvieran hablando, como si entre los ladrillos y la humedad se escondiera
algo vivo. Algo que había estado observando, esperando.
—No podemos
dejarlo así —dijo Sara, su voz temblando de determinación—. Si Jon, o
cualquiera de los que han desaparecido, está aquí... tenemos que averiguarlo.
Marta vaciló, pero
al final, asintió. Sabía que una vez que Sara decidía algo, no había vuelta
atrás. Avanzaron juntas, su única luz la que provenía de sus móviles, creando
sombras largas y temblorosas en las paredes agrietadas. El lugar estaba
completamente desierto, salvo por el eco de sus propios pasos.
El pasillo las
llevó a una escalera de piedra que descendía aún más en la oscuridad. La luz se
desvanecía a medida que bajaban, y el aire se volvía cada vez más frío, como si
la temperatura misma les estuviera advirtiendo que no siguieran adelante.
Al llegar al
fondo, se encontraron frente a una puerta de madera maciza, vieja y carcomida
por los años. Sara extendió la mano hacia el pomo, pero en el momento en que lo
tocó, un sonido débil pero claro atravesó el silencio.
Un susurro.
Las dos se
quedaron congeladas. Era imposible de descifrar, pero ambas lo oyeron. Parecía
venir de detrás de la puerta, como si alguien, o algo, estuviera esperando al
otro lado.
—¿Has escuchado
eso? —preguntó Marta, con la voz quebrada.
Sara asintió, los
ojos clavados en la puerta. El corazón le latía con fuerza, pero había algo en
ese susurro que la atraía, como una promesa oscura. Se armó de valor y giró el
pomo.
La puerta se abrió
lentamente, revelando una habitación pequeña y claustrofóbica, iluminada solo
por la tenue luz de una bombilla parpadeante. Las paredes estaban cubiertas de
fotografías antiguas, todas ellas de personas que parecían haber desaparecido
del Casco Viejo. Jon estaba entre ellas, su rostro capturado en un momento de
tranquilidad, antes de que se esfumara.
Pero lo que hizo
que ambas mujeres se estremecieran fue el hecho de que no estaban solas. En una
esquina de la habitación, envuelta en sombras, una figura se movía lentamente,
girando la cabeza hacia ellas.
—He estado
esperando... —dijo una voz baja, rasposa, que parecía provenir de todos lados a
la vez.
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