Capítulo 5: La Lotería de la
Cuadrilla
Escenario:
Es una tarde tranquila en El Rincón, como siempre. La cuadrilla está con las
cervezas y las tapas de rigor cuando aparece un vendedor de lotería por la
puerta. Esto provoca una conversación que desatará las ilusiones (y las
frustraciones) de la cuadrilla.
Trama del Capítulo:
Sentados en la mesa de siempre, la cuadrilla está
disfrutando de la rutina de cada día. Manolo "El Mago", con su
periódico viejo, está tratando de hacer un crucigrama que le lleva toda la
semana. Rafa mira la tele del bar sin prestar mucha atención, mientras Luis,
como siempre, intenta desaparecer de la conversación cuando llega la cuenta.
Todo va según lo previsto hasta que un vendedor de
lotería entra al bar con su sonrisa pícara y su chaleco lleno de boletos.
— ¡Vamos, chicos! ¡Hoy puede ser el día de vuestra
suerte! —grita el vendedor mientras se pasea por las mesas.
Pepe, siempre el más atento a cualquier oportunidad de
ganar dinero fácil, se levanta rápidamente.
— ¡Chicos, esta es la nuestra! Si nos toca la lotería,
dejamos de venir a este bar de mala muerte y nos vamos a un sitio de lujo.
Iñaki, que nunca puede quedarse callado, salta:
— ¡En Bilbao ya me ha tocado una vez! Si no fuera por
la lotería, no tendría el Mercedes. Pero vamos, compraré uno, aunque sea para
daros suerte.
Rafa mira a los demás, incrédulo, pero Paco, que es el
optimista del grupo, se emociona:
— ¡Venga, si nos toca, lo repartimos entre todos!
Imagínate, Rafa, podrías dejar de trabajar y abrir tu propio bar. Yo me
compraría un barco para navegar por la costa.
Luis, nervioso, interviene:
— Eh… a ver… si compramos, cada uno pone su parte,
¿no? No me vayáis a liar con eso de "compartir" si luego hay que
poner pasta.
Manolo, que hasta ese momento ha estado en silencio,
levanta la vista del crucigrama y, con una voz seria, dice:
— Ya sabéis que esto es una estafa. Las probabilidades
de que nos toque son más pequeñas que las de que Iñaki se calle durante cinco
minutos.
Todos se ríen, menos Iñaki, que se lo toma como un
cumplido.
Finalmente, convencidos por la emoción del momento (y
por la insistencia de Pepe), cada uno pone una pequeña cantidad de dinero para
comprar un boleto de grupo. Hasta Luis, después de mucha queja, accede a
aportar algo.
— Si nos toca, invito a una ronda —dice, sabiendo que
es la apuesta más segura que ha hecho en su vida.
El vendedor se va del bar con una sonrisa, dejando a
la cuadrilla soñando despierta.
Una semana después…
Es la hora del sorteo. Todos están en el bar, mirando
la tele con una expectación que rara vez se ve en ellos. El ambiente está
cargado de tensión, especialmente cuando empiezan a salir los números.
— El primer número… 8.
— ¡Tenemos el 8! —grita Paco, emocionado.
— El segundo número… 23.
— ¡El 23 también lo tenemos! —se une Pepe.
El ambiente en el bar se vuelve eufórico. Cada número
que sale parece coincidir con el boleto de la cuadrilla.
— ¡Estamos a punto de ser millonarios! —exclama Iñaki,
ya planeando comprar una mansión en Bilbao.
Finalmente, el último número aparece en la pantalla.
— Y el último número es… el 43.
El silencio cae sobre el grupo como una losa. Luis
mira el boleto con incredulidad. No tienen el 43.
— ¡Pero si es el 42! —grita Rafa, indignado.
Manolo se ríe por lo bajo, mientras los demás se
hunden en sus sillas.
— Ya os lo dije, la lotería es una estafa —dice,
volviendo a su crucigrama.
Paco, intentando mantener el espíritu, sugiere:
— Bueno, al menos casi lo conseguimos. ¿Y si compramos
otro boleto para la próxima?
Rafa lo mira con cansancio, mientras Iñaki, sin perder
su compostura, declara:
— Si en Bilbao jugáramos, ya habríamos ganado. Pero
bueno, yo me apunto otra vez, por si acaso.
La cuadrilla, derrotada pero no del todo vencida,
termina la noche como siempre: con unas cervezas, unas tapas y la sensación de
que, aunque nunca ganen la lotería, siempre tendrán el bar para volver a soñar.
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