miércoles, 18 de septiembre de 2024

Relato de terror

 

La Casa de la Cima

Era la escapada perfecta. Después de meses de estudiar y trabajar sin parar, los cinco amigos habían decidido tomarse un respiro. Daniel, Clara, Laura, Sergio y Marta, todos recién licenciados y con ganas de una última aventura antes de entrar de lleno en la vida adulta. Clara encontró la casa rural en la cima de una montaña, aislada y rodeada de un espeso bosque. Las fotos muestran una cabaña rústica, perfecta para desconectar de la rutina diaria.

La llegada fue una odisea. Tras un largo camino de curvas y carreteras cada vez más estrechas, alcanzaron el lugar al anochecer. A medida que el sol caía detrás de las montañas, un manto de oscuridad envolvió la cabaña. Sin cobertura en los móviles y sin vecinos a kilómetros, lo vieron como una ventaja. "Desconexión total", había dicho Clara, emocionada.

La primera noche fue tranquila, entre risas y bebidas junto a la chimenea. Pero al amanecer, algo cambió. Marta fue la primera en notarlo. Se había despertado temprano, como de costumbre, pero algo en la atmósfera era distinta. Había una sensación de opresión, como si el aire fuera más denso, más pesado. Se acercó a la ventana y notó que el bosque, que ayer parecía acogedor, ahora era una masa oscura e impenetrable, como si estuviera vivo, observándolos.

Desayunaron en silencio. Incluso los bromistas del grupo, Sergio y Daniel, parecían inquietos. Clara sugirió una caminata por el bosque para despejar la mente. Era lo que habían venido a hacer, ¿no? Sin embargo, la idea de adentrarse en esa espesura ya no parecía tan atractiva como el día anterior. Algo en el aire había cambiado, una tensión palpable que ninguno podía ignorar ni explicar.

Caminaban en fila, el sonido de sus pasos amortiguado por la hojarasca. El bosque se cerraba alrededor de ellos, los árboles altísimos bloqueaban la luz, y pronto el camino que seguían desapareció.

 

—Volvamos —sugirió Laura, visiblemente nerviosa

Cuando se giraron para regresar, el sendero por el que habían venido ya no estaba. Era como si el bosque hubiera cambiado a su antojo, moviendo los árboles, alterando la realidad. La brisa fría que había acompañado su caminata cesó de repente, y un silencio absoluto se apoderó del lugar. Ni pájaros, ni el crujido de las ramas. Solo sus respiraciones aceleradas

—Esto no tiene gracia, Clara —dijo Sergio, intentando romper la tensión. Pero Clara no respondió. Tenía el rostro pálido, mirando fijamente hacia algo entre los arboles

-¿El amor es? —murmuró, apenas audible.

Los demás la miraron

—¿Qué cosa? —preguntó

Clara señaló, temblando. Entre los árboles, casi imperceptible, había una figura humana, de pie, inmóvil. Una simple vista parecía un hombre, pero algo en su postura era antinatural, como si sus extremidades estuvieran mal alineadas. Los ojos de la figura estaban fijos en ellos.

El pánico los invadió. Comenzaron a correr en la dirección opuesta, sin mirar atrás, sin saber a dónde iban. El bosque parecía estrecharse a su alrededor, como si los árboles intentaran atraparlos. Laura tropezó y cayó, y cuando Sergio se detuvo a ayudarla, la figura ya estaba más cerca. El hombre, o lo que fuera, no caminaba, pero se acercaba con cada parpadeo.

Llegaron de vuelta a la cabaña al borde del colapso, jadeando y temblando. Cerraron todas las puertas y ventanas, asegurándose de que nada pudiera entrar. Pero mientras se reunían en la sala principal, aún sin entender lo que había sucedido, Marta escuchó un ruido en el techo. Un crujido suave, casi imperceptible. Y luego, un rasguño, como si algo estuviera arrastrándose por las vigas.

El silencio se rompió con un golpe seco. Algo cayó sobre la casa desde el techo, sacudiendo las paredes. Todos miraron hacia el pasillo. Al fondo, donde debería estar la puerta principal, había una sombra que no debería estar allí. Un golpe más fuerte, seguido de un largo chirrido.

La puerta de la cabaña se abrió lentamente. Y allí, de pie en el umbral, la figura los miraba una vez más, más cerca de lo que jamás habían imaginado.


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