Día 43:
"El Descubrimiento"
La Comunidad
del Buen Vivir amaneció en una extraña calma, una de esas mañanas en las
que todo parece normal hasta que, de repente, algo inesperado lo cambia todo. Y
ese "algo" fue el descubrimiento de un cadáver en el descansillo del
tercer piso.
Fue Carmen quien
lo encontró. Había salido temprano, como de costumbre, a llevar el pan a
Conchita, cuando, al llegar al tercer piso, se topó con la escena. Al
principio, pensó que era un vecino dormido, quizás alguien que había bebido de
más la noche anterior y no había podido llegar a su puerta. Pero al acercarse,
su corazón dio un vuelco. El hombre, de unos 40 años, yacía inmóvil, con la tez
pálida y un hilo de sangre seco en la comisura de los labios. Carmen, aunque
había visto muchos dramas en su vida, nunca había presenciado algo así.
"¡Conchita!
¡Conchita, ven rápido!", gritó, aunque sabía que su amiga, a sus años, no
podía moverse tan rápido como antes. Conchita llegó unos minutos después,
jadeando, y al ver el cuerpo, dejó caer el pan.
"¡Virgen
Santa!", exclamó, llevándose la mano al pecho. "¿Quién es este
hombre? No es de aquí..."
Ninguna de las dos
lo reconocía. ¿Cómo había llegado hasta el tercer piso? ¿Quién le había abierto
la puerta del edificio? Las preguntas comenzaron a volar, pero antes de que
pudieran pensar en las respuestas, Paco, el vecino del quinto, salió de su casa
y se topó con las dos mujeres y el cuerpo.
"¡Dios mío!
¿Qué ha pasado aquí?", preguntó, mientras sacaba su móvil para llamar a la
policía.
Día 44:
"La Policía y el Alboroto"
En cuestión de
minutos, la tranquilidad de la mañana se esfumó. El portal de la Comunidad
del Buen Vivir se llenó de policías, peritos forenses y curiosos vecinos
que, aunque les decían que se mantuvieran en sus pisos, no podían evitar
asomarse para ver qué estaba pasando. Las sirenas y luces de los coches
patrulla daban un aire de serie policiaca al barrio.
El inspector
Gómez, un hombre alto y con cara de pocos amigos, tomó el control de la
situación. "Nadie entra ni sale de este edificio hasta que hayamos hablado
con todos", ordenó. Las vecinas, especialmente Carmen y Conchita, que lo
habían visto todo desde el principio, estaban más que dispuestas a colaborar,
aunque su idea de "colaborar" era un poco distinta a la de la
policía.
"Inspector",
comenzó Carmen con una seriedad que nunca antes había mostrado, "yo he
sido la primera en encontrarlo. Puedo ayudar en la investigación. He visto
todos los capítulos de CSI".
Gómez, que no
tenía tiempo para bromas, le dedicó una mirada que podría haber congelado el
infierno. "Gracias, señora, pero déjenos hacer nuestro trabajo.
Necesitamos saber si alguien aquí reconoce a este hombre."
Mientras los
oficiales interrogaban a los vecinos, Maruja, la presidenta, estaba en la
azotea, observando el caos. "Esto es un desastre", pensaba,
"¿Cómo ha podido pasar algo así en nuestra comunidad?" Sin embargo,
en el fondo, había una pequeña parte de ella que no podía evitar sentir cierta
emoción. Después de todo, no todos los días se convierte uno en el epicentro de
un misterio.
Día 45:
"Las Teorías de las Abuelas"
Mientras la
policía hacía su trabajo, las abuelas de la comunidad se reunieron en el
rellano del segundo piso, donde podían ver todo lo que ocurría sin estar
demasiado cerca para que las echaran. Carmen, Conchita, y ahora también Maruja,
habían decidido que no podían dejar toda la investigación en manos de la
policía. Después de todo, nadie conocía la comunidad como ellas.
"Este hombre
no es de aquí", comenzó Conchita, "pero alguien tuvo que dejarlo
entrar. Las puertas están siempre cerradas."
"Podría haber
sido uno de esos repartidores", sugirió Carmen. "Ya sabes, los que
siempre llaman al timbre y luego suben a dejar paquetes."
Maruja, que
siempre tenía una teoría más elaborada, tenía su propia idea. "Quizás
alguien en el edificio tenía una deuda con él. O peor, ¡podría haber sido un
amante despechado!"
Las otras dos
mujeres la miraron con ojos entrecerrados. "Maruja, siempre te vas a los
extremos", dijo Conchita. "Lo más probable es que sea algo más
sencillo. Un robo que salió mal, quizás."
Mientras las teorías
volaban, la policía seguía interrogando a los vecinos, pero ninguno parecía
reconocer al hombre. Las cámaras de seguridad del edificio, por supuesto,
estaban en reparación (una reparación que Maruja había pedido hacía meses y
que, como todo en la comunidad, se había retrasado).
Día 46:
"Un Testigo Inesperado"
La situación
parecía cada vez más complicada hasta que apareció un testigo inesperado: el
perro del 2ºA, el mismo que siempre ladraba cuando alguien llegaba tarde.
Mientras los oficiales revisaban la escena, el perro comenzó a ladrar
furiosamente, mirando hacia la puerta del apartamento de Maruja.
"¿Qué pasa
con ese perro?", preguntó el inspector Gómez.
"Siempre
ladra cuando alguien está en el pasillo", explicó Maruja. "Es nuestro
pequeño guardián."
Gómez, intrigado,
decidió seguir al perro, que ladraba cada vez más fuerte. Llegó hasta la puerta
de Maruja y se detuvo. "Aquí hay algo", dijo. Maruja abrió la puerta,
y todos vieron que en la alfombra de la entrada había un pequeño trozo de papel,
como si alguien lo hubiera dejado caer al pasar.
El papel estaba
manchado de sangre. Gómez lo recogió con cuidado y leyó lo que había escrito en
él: "Devolución pendiente."
"Esto cambia
las cosas", dijo el inspector, mientras las abuelas miraban con los ojos
como platos. "Tenemos que averiguar qué significa esto. Pero ahora, más
que nunca, necesitamos que todos cooperen."
Día 47:
"El Final del Misterio (o no)"
Las horas pasaron,
y finalmente, la policía logró identificar al hombre: un cobrador de deudas con
un historial de incidentes violentos. Al parecer, había ido al edificio para
cobrar una deuda a un vecino que, por razones aún desconocidas, decidió que la
mejor manera de lidiar con el problema era deshacerse de él. Sin embargo, nadie
en la comunidad parecía tener deudas de ese tipo, lo que hacía que el caso
fuera aún más desconcertante.
El inspector Gómez
dejó el edificio al anochecer, prometiendo volver si surgía alguna pista nueva.
Mientras tanto, la Comunidad del Buen Vivir trataba de volver a su
rutina, aunque sabían que no sería fácil.
Las abuelas, por
supuesto, no se daban por vencidas. "Esto no ha terminado", dijo
Maruja, con una determinación que las otras dos compartían. "Vamos a
descubrir quién le abrió la puerta a ese hombre."
Y así, la calma
que había reinado en la comunidad durante tanto tiempo se desvaneció, dejando
en su lugar una mezcla de miedo, curiosidad y un toque de emoción. Porque
aunque nadie lo admitiera abiertamente, todos sabían que este incidente había
traído algo nuevo a sus vidas: un misterio digno de resolver.
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