jueves, 19 de septiembre de 2024

Una de vecinos

 

En una pequeña comunidad de vecinos, convivían personajes tan peculiares como las reglas que incumplían.

Primero estaba Paco, el vecino de arriba, conocido por sus misteriosos ruidos nocturnos. Nadie sabía qué hacía, pero cada madrugada se escuchaba como si arrastrara muebles para redecorar su salón... o realizar un ritual vudú. Los vecinos habían creado teorías conspirativas: "A lo mejor tiene un gimnasio clandestino", decía Carmen, la del tercero. "O está creando un túnel hacia el sótano", sugería Manolo, siempre exagerado. Al final, Paco confesó que solo movía el sofá para buscar el mando a distancia que, por alguna razón cósmica, desaparecía cada noche.

Luego estaba Antonio, el amante de la bicicleta. Pero no de las reglas. Nunca guardaba su bici en su casa; la dejaba estratégicamente en el portal, como si el vestíbulo fuera una exposición. “Mira que os dejo mi bici como obra de arte, para alegraros la vida”, decía entre risas. Cada mañana, alguien tropezaba con ella y los insultos volaban, aunque Antonio lo tomaba como un cumplido: “Si os quejáis, es que la habéis visto, ¿eh?”

Y luego estaba Raúl, el moderno del edificio, que tenía un patinete eléctrico, al que trataba como un miembro más de la familia. Lo llevaba hasta dentro del ascensor, y si le decías algo, te miraba como si le hubieras insultado al hijo. “Es que si lo dejo en la calle, ¡se lo llevan!”, argumentaba. Más de una vez, alguien había quedado atrapado entre el patinete y el carrito del súper de la señora Pepa en el ascensor. Un día, la cosa se fue de las manos y el patinete se arrancó solo, dando un pequeño paseo hasta estrellarse contra la puerta del garaje. "Tranquilos, solo quería estirar las ruedas", dijo Raúl, mientras recogía los restos con toda la dignidad que le quedaba.

Entre el ruido de Paco, los atascos de bicis y los viajes del patinete, el vecindario nunca estaba aburrido. Eso sí, cuando alguien proponía una junta de vecinos para poner orden, todos se hacían los despistados. Al final, el caos se había convertido en la verdadera esencia del lugar. Y, aunque nadie lo admitiría, en el fondo les encantaba vivir ahí, en el edificio más ruidoso y entretenido del barrio.


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