martes, 14 de noviembre de 2017

La Leyenda de la Albahaca


– En la ciudad siciliana de Messina vivían tres prósperos hermanos mercaderes –hijos de un comerciante de San Gimignano ya fallecido– que tenían una hermana soltera, llamada Ellisabetta o Lisabetta, joven educada y de gran belleza. Los hermanos tenían a su servicio, en un almacén de su propiedad, a un apuesto muchacho pisano llamado Lorenzo. Lisabetta comenzó a fijarse en él y Lorenzo lo notó, por lo que pronto surgió el enamoramiento y ambos jóvenes iniciaron una placentera relación secreta. Una noche, cuando Lisabetta se disponía a visitar a Lorenzo, el hermano mayor la descubrió y comprendió sus intenciones, pero no le dijo nada y esperó a que llegara el día para comunicárselo discretamente a sus dos hermanos. Para evitar la infamia y el escándalo públicos, decidieron actuar con sigilo y fingieron invitar a Lorenzo a ir con ellos fuera de la ciudad. Lorenzo no sospechó nada, pues todo el camino fueron charlando y riendo, y cuando llegaron a un lugar solitario lo asesinaron y allí mismo lo enterraron. Al regresar a Messina, hicieron saber que Lorenzo estaba fuera por asuntos del negocio familiar y, como era algo frecuente, todo el mundo creyó esta explicación.
Lisabetta, preocupada por la ausencia de Lorenzo, preguntaba constantemente por él a sus hermanos, hasta que uno de ellos le contestó que, si seguía preguntando, obtendría la respuesta que merecía. La joven, asustada y entristecida, sin atreverse ya a preguntar, pasaba las noches llamando a Lorenzo y derramando lágrimas por él. Tanto lo reclamó que, una noche, se le apareció en sueños, pálido y empapado, y le reveló las circunstancias de su asesinato y dónde estaba sepultado.
Por la mañana y en compañía de una criada, la joven se dirigió al lugar que le había indicado el infortunado Lorenzo y cavó donde la tierra estaba más blanda y allí mismo apareció el cadáver incorrupto de Lorenzo. Como no podía llevarse todo el cuerpo, le separó la cabeza del cuerpo, la envolvió en una toalla y regresaron a casa.
Lisabetta se encerró en su alcoba con la cabeza de Lorenzo, la cubrió de besos y la lavó con sus lágrimas. Después tomó un gran tiesto y puso dentro la cabeza, envuelta en un hermoso paño, la cubrió con tierra y plantó varias matas de albahaca, que regaba con agua de rosas y de azahar o con sus propias lágrimas. La joven tomó el hábito de contemplar, día a día, largo tiempo el tiesto y de llorar sobre la hermosa mata de albahaca que había crecido sobre los despojos de Lorenzo, con lo que cada vez estaba menos bella y más demacrada.
Los vecinos observaron esta conducta y se lo dijeron a sus hermanos, que le quitaron el tiesto, por lo que Lisabetta no cesaba de llorar y acabó enfermando. En su delirio, la joven no hacía más que pedir el tiesto, por lo que los hermanos, intrigados, lo vaciaron y descubrieron la cabeza de Lorenzo, ya descompuesta, pero aún reconocible por su cabello rizado. Los hermanos enterraron la cabeza y, para evitar el posible escándalo, se trasladaron a Nápoles. La desgraciada Lisabetta murió de pena, sin dejar de llorar y de pedir el tiesto de albahaca. Pasado el tiempo, se descubrieron los hechos e, inspirándose en ellos, alguien compuso una canción en la que una joven se lamenta amargamente por el robo de su tiesto.
¡Oh qué barbarie robarme el tesoro donde tenía puesto mi corazón!.
¿Quién sería el mal cristiano que el albahaquero me robó…

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