martes, 20 de febrero de 2018

La Herencia de Saad Bin Abdulaziz

¿Qué pasó con la millonaria herencia del príncipe saudí en Barcelona?

Un príncipe fallecido, unos herederos desaparecidos, el presunto estafador fallecido, una inversora rusa sentada en el banquillo. Con todos estos ingredientes se celebra estos días en la Audiencia Provincial de Barcelona un juicio en el que se pretende dilucidar, catorce años después, qué pasó con el patrimonio de Saad Bin Abdulaziz Bin Abderraman. En esta historia nadie es lo que parece.
La primera vez que el príncipe saudí Saad Bin Abdulaziz aterrizó en Barcelona fue en 1976.Debía operarse de la vista en la clínica Barraquer y se instaló en el lujoso hotel Princesa Sofía junto a un inmenso séquito que ocupó dos plantas del edificio. Años después se convirtió en el dueño de los majestuosos castillos de Rocabruna y Rocafort en Santa María d’ Oló y dos pisos en el barrio de Pedralbes en la ciudad a orillas de Mediterráneo, de la que se había enamorado.
Aquel primer viaje iba a ser puntual, pero la ciudad condal le enamoró. Hijo del rey Abdulaziz, agregado de la embajada de Arabia Saudí, cada vez pasaba más tiempo en la ciudad abierta al Mediterráneo con esencia europea. Allí, lejos del lujo marbellí al que era habitual el rey Fad, su hermano y por quien había renunciado sus derechos al trono, decidió instalar su pequeño reino. Invirtió en dos pisos en la Avenida Pearson en el lujoso y residencial barrio de Pedralbes y en seis fincas de 1.300 hectáreas que albergaban los castillos de Rocabruna y de Rocafort en la población de Santa María d’ Oló. En aquellas tierras pasaba largas temporadas y criaba a sus caballos de pura raza árabe.
Su alteza real depositó confianza y confidencias en Agustín González, el subdirector del hotel en el que se había alojado. Tanta era su conexión que le ofreció trabajar para él gestionando su patrimonio y propiedades en la ciudad. Él se encargaba de los gastos, proveedores, mantenimiento, personal…era el hombre de confianza del ‘Príncipe árabe d’ Oló’, como le llamaban en la localidad. Los lazos se estrecharon hasta tal punto que, cuando años después enfermó de cáncer, le otorgó un poder notarial para que hiciera y deshiciera con libertad mientras Saad Bin Abdul se trasladaba a Houston para tratar la enfermedad en los mejores hospitales. No ganó la batalla. Falleció el 23 de julio de 1993 dejando cuatro esposas y numerosos hijos. Con su muerte la suerte de su legado quedó en manos de Agustín. Pero en este punto es cuándo la historia tiene tantas versiones como personas implicadas.
Según Agustín, tras su fallecimiento, hizo lo posible por contactar con los herederos de Saad Bin. Incluso se llegó a trasladar a Riad para hablar con el sucesor pero, según relató a la Policía, no obtuvo más que desinterés de la familia real. Cinco meses después de la muerte del príncipe abrió una cuenta corriente en el Banco Santander que bautizó como ‘Pagos S.A.R’ desde la que supuestamente gestionaba los ingresos y gastos del patrimonio real. La finca, los caballos de pura raza, los empleados… necesitaban remesas de dinero que pudieran mantenerlo y, por ese motivo, siempre según su testimonio, decidió vender algunas de sus propiedades para sufragar las deudas haciendo uso del poder que el monarca le había concedido el 3 de julio de 1991. El 23 mayo de 1996 vendió una de los pisos de la Avenida Pearson por 452.441 euros. El 3 de octubre de 1997 vendió el otro inmueble al jugador de fútbol Iván de la Peña López por 841.416 euros.
En 2001 sacó al mercado la joya de la Corona; la preciosa finca con los castillos que vendió a Olga Farre, la propietaria de una inmobiliaria, por 7 millones de euros. Ella pretendía construir un hotel de lujo en aquel lugar propio de un paisaje de la serie Juego de Tronos. La nueva propietaria se instaló allí junto a su pareja, Sergei Oganesian, un ex funcionario del Parlamento ruso. Agustín se deshizo de muebles, caballos... No quedó nada.
En 2004 la princesa Noura Abdullatef M. Nadershah, una de las cuatro esposas del príncipe fallecido, y sus hijos, los príncipes Faisal, Saud, Khaled y Mohamed Bin Saad Bin Abdulaziz, lo denunciaron por estafa. Creen que no tenía derecho a vender aquel patrimonio porque el poder otorgado por el príncipe dejó de tener valor a su muerte. La Policía detuvo a Agustín, su mujer e hijo, en su domicilio. Entonces tenía 80 años y estaba enfermo de Alzheimer. El juzgado bloqueó aquella cuenta ‘real’ en la que solo quedaba un saldo de 2.777 euros.
Los herederos también se revolvieron contra Olga a quien acusaron de insolvencia punible por comprar la masía sabiendo que el príncipe ya había fallecido a cambio de lograr un precio inferior al del mercado y condiciones muy ventajosas como el aplazamiento del pago sin intereses y sin ningún tipo de aval.
La Fiscalía no creyó tampoco la versión del hombre. En su auto, al que ha tenido acceso Vanity Fair, concluye que Agustín ocultó la muerte del jeque a los compradores e ingresó parte del dinero en la cuenta, pero la otra mitad la disfrutó "sin que fuese destinada a gastos de la finca". Tanto él como su esposa, una ama de casa sin otros ingresos, efectuaron numerosos movimientos fraudulentas para su beneficio exclusivo familiar y personal. Según el ministerio público, se compraron con aquel dinero dos vehículos, pagaron facturas médicas, se transfirieron dinero a sus cuentas personales o a la de su hijo, Agustín González Robert. Al joven, entonces menor de edad, le convirtieron en propietario de varias fincas que adquirieron con el dinero de las ventas.
La Audiencia Provincial es la que deberá decidir cuál de estas versiones es la real. El juicio tenía que haberse celebrado hace dos años, pero no lo hizo porque los herederos no comparecieron. Lo cierto es que, casi catorce años después de la denuncia que interpusieron, poco se sabe de ellos. Nunca han declarado durante la instrucción. Tampoco a través de la comisión rogatoria que efectuó el juzgado porque, según el Ministerio de Justicia saudí, no podían localizarlos. Sus abogados, Cristobal Martorell y Maria Salom,nunca supieron de ellos y, hartos, renunciaron. Nadie les representa en las sesiones ahora. Tampoco está presente Agustín que falleció en 2017 sin apenas recordar nada de aquellos hechos. En el banquillo de los acusados se sienta María Antonia, que afirma desconocer los negocios de su marido y Olga, que se enfrenta a una pena de siete años. La empresaria reconoce haber adquirido las fincas por poco más de cinco millones de euros a través de sus empresas, pero niega que comprara a precio inferior. También reconoce haber dejado de pagar 2.8 millones del precio pactado cuando recibió la denuncia del juzgado. "Yo solo soy una inversora y este juicio daña mi honor", afirma a Vanity Fair.
Su defensa ha puesto en duda durante el juicio que los herederos sean tales porque no han presentado ningún título que lo justifique. Es más, afirma que la princesa Noura no ha informado a los otros hijos del príncipe de este patrimonio porque su único objetivo es hacerse con la herencia. En cualquier caso, con los pisos ya vendidos, la única propiedad que podría volver a sus manos son las fincas de más mil hectáreas si se demuestra que la inversora rusa actuó ilegalmente. ¿Quién se quedará con la herencia real? El juicio ha quedado visto para sentencia.

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