Anatomía de los estafadores: por qué
siempre consiguen engañarnos
Hoy se cumplen 10 años del arresto
de Bernie Madoff por la mayor estafa piramidal de la historia. Su caso no fue
el primero ni será el último: ricos y pobres, listos y tontos... todos caen en
los timos más insospechados
Los principales expertos del ramo
y el mayor falsificador de arte del mundo cuentan cómo los estafadores siempre
encuentran nuevas víctimas
En 2010, la Embajada española en
Washington empezó a tener noticias de que algunos ciudadanos estadounidenses
estaban recibiendo en su correo electrónico de Yahoo! emails informándoles
de que en España había fallecido una persona, cuyo nombre se detallaba, sin
dejar descendencia ni herederos conocidos.
Los albaceas, tras una exhaustiva
investigación, habían llegado a la conclusión de que el estadounidense que
recibía el correo electrónico era el heredero legítimo de la fortuna porque
estaba emparentado con el fallecido por medio de un antepasado común que había
emigrado a Estados Unidos hacía siglos. Una vez que se solucionaran los
trámites legales, para los cuales era necesario gastar varios miles de euros,
podría viajar a España y recibir lo que era suyo. Eran cantidades de varios
millones de euros, en cuentas corrientes cuyo número se transmitía al
destinatario del email, en un banco o caja de ahorros bien conocido y
fácil de localizar por internet.
Así fue como una señora de edad avanzada de una zona rural del
país gastó miles de dólares de sus casi inexistentes ahorros en navegar los
vericuetos inextricables de la burocracia española. Un miembro de la comunidad
india Makah, en el Noroeste del país, junto a la frontera con Canadá, no solo
pagó los trámites administrativos, sino que se compró un billete de avión de
Seattle a Madrid, presto a volar los 9.000 kilómetros que separan ambas
ciudades para recoger su herencia en un viaje que, una vez que
se cuentan las escalas, dura, como mínimo, 20 horas.
No todos eran de nivel
socioeconómico bajo. Una profesora universitaria también respondió a un email
informándole de su herencia española.
Pero las herencias no existían.
Los números de las cuentas bancarias eran inventados. Era la versión española
del timo 419 de las mafias nigerianas, que consiste en enviar correos
anunciando herencias, o la posibilidad de sacar unos pocos millones de dólares
o de euros del banco central de un país africano a cambio de unas comisiones
para agilizar el proceso.
Tal vez los nigerianos aprendieron
el timo de sus colonizadores, los ingleses. La primera versión del 419
data de 1516 en Gran Bretaña, y se denomina La carta del prisionero
español. Era una misiva en la que se pedía dinero para rescatar a algún
inglés de fortuna apresado por los Reyes Católicos, y que, una vez recobrada la
libertad, sabría compensar generosamente el esfuerzo de aquéllos que hubieran
arriesgado su dinero para tan noble empeño, según relata El libro de las
estafas, de Rodney Hobson, de la gestora de fondos de Chicago Morningstar.
Cinco siglos tropezando en la misma piedra -o en la misma carta, aunque ahora
sea en formato electrónico-.
La historia del fraude es la historia más vieja jamás contada.
La historia de creer, de la necesidad humana básica, irresistible, universal,
de creer en algo
«El fraude es la profesión más
antigua del mundo». Eso es lo que cree la psicóloga Maria
Konnikova, autora de El juego de la confianza, un best-seller en
el que recorre una serie interminable de fraudes que desafían no solo a la
lógica, sino, también, a la imaginación más desquiciada. Una imaginación que
nunca pudo prever la increíble simplicidad de una de las mayores estafas -si no
la mayor- de la Historia, la estafa que este lunes cumple 10 años.
Hace justo 10 años, Bernard (Bernie
para los amigos, que no le quedan, y para la familia, que no le habla) Madoff
confesó a sus hijos que su hedge fund estaba en quiebra, y que toda su
increíble estrategia inversora de décadas se había basado en algo tan básico
como pagar los intereses de unos clientes con las inversiones de otros, hasta
que la crisis de 2008 hundió el valor de las inversiones, ahuyentó el capital,
e hizo imposible seguir con esa estafa piramidal. Una estafa que algunos
comparan al sistema público de pensiones, en el que unos cotizan y otros
cobran.
Lo cual crea una pregunta: ¿Por
qué el ser humano es tan proclive a estafar y a ser estafado?
Para Konnikova, la respuesta es
simple: el ser humano siempre cree que merece más de lo que tiene. Es,
en el fondo, la versión psicológica del Árbol del Bien y del Mal bíblico: lo
que ofrece la serpiente es ser como Dios. O sea, más de lo que ya se es. La
historia del fraude «es la historia más vieja jamás contada. La historia de
creer, de la necesidad humana básica, irresistible, universal, de creer en
algo», como explica en su libro esta discípula del filósofo Steven Pinker, que estudió psicología en Harvard y se doctoró
en Columbia con una tesis en la que explora «el efecto de los estados
emocionales en la habilidad para tomar decisiones y ejercer autocontrol».
Pero el ego no sólo juega por el
lado de la víctima. También por el del estafador. Porque, en la mayoría de los
casos, lo que el timador quiere, según Konnikova, no es dinero. «Lo que le
motiva es el poder sobre las demás personas. Por eso, los grandes defraudadores
suelen acabar arruinados», declara la psicóloga en una entrevista
telefónica.
El oficio más antiguo del mundo
termina estafando a sus propios maestros.
Así, el timador acaba perdiendo la
partida contra sí mismo, después de haber hecho que el timado no se haya dado
cuenta de que le han estafado. «El mejor timo es aquél del que la víctima no se
entera nunca», remarcaba Konnikova. Es algo que Madoff habría logrado de no
haber tenido la increíblemente mala suerte de que se cruzara en su camino la
mayor crisis financiera del mundo en 59 años y dejara así expuesto su fraude
de 65.000 millones de dólares (57.000 millones de euros, o sea, casi tanto
como lo que valen en Bolsa General Motors y Ford juntas). El desfalco se
destapó cuando Madoff tenía 70 años. «Si se hubiera muerto de un infarto
fulminante en 2007, a los 69 años, habría logrado vivir toda la vida sobre una
gigantesca estafa», declaraba Konnikova.
De nuevo, es solo la versión
moderna de una táctica muy antigua. Más antigua, en realidad, que La carta
del prisionero español. Hace 2.500 años, en El arte de la guerra, el
general chino Sun Tzu escribió: «Obtener cien victorias en cien batallas no es
el culmen del genio. El culmen del genio es lograr que el enemigo se rinda sin
haber combatido».
En este caso, que se rinda más
bien sin ni siquiera saber que había ido a la guerra. Acaso lo mejor de esa
sentencia es que los historiadores no saben a ciencia cierta si Sun Tzu
existió, lo que da un toque especial a la posibilidad de que la cita sea,
también, fraudulenta.
Ahora bien: ¿cómo se organiza un
fraude como Dios manda?
Yo nunca vendía nada. De lo que se trataba era de hacer que el
comprador quisiera comprarlo
Para saberlo, hay que hablar con Ken
Perenyi, posiblemente el mayor falsificador de arte del mundo. La historia
de Perenyi, como casi todas las de los grandes defraudadores, es increíble.
Vendió miles de cuadros falsos, y hasta ha escrito un superventas, Caveat
Emptor, (traducible como Compre bajo su responsabilidad) cuyos
derechos han sido adquiridos por un estudio de Hollywood que está trabajando en
una adaptación cinematográfica de sus aventuras. Sin embargo, jamás ha sido
procesado, algo que él atribuye a la presión de las grandes casas de subastas
-Christie's y Sotheby's- sobre la Fiscalía de EEUU para que no se diera
publicidad al hecho de que habían vendido sus obras.
Perenyi no sólo era un estafador.
Es que, además, estafaba a los expertos, porque vendía sus cuadros a casas de
subastas. Y con gran éxito. El 24 de febrero de 1993, una de sus falsificaciones
ocupó la mayor parte de la primera página del diario británico The Times
con un titular a seis columnas: «Cuadro comprado en un rastrillo alcanza las
35.000 libras».
«Es un juego de astucias», declara
Perenyi por teléfono desde su casa en Florida, para resumir una estrategia
basada en cuatro pilares: falsificar «un estilo o un autor con el que uno se
encuentra absolutamente familiarizado y confortable»; «comprender el valor
estético de la obra»; «cuidar los detalles y darle características que son
previsibles»; y, finalmente, «saber cómo presentarse y cómo tratar con los
subastadores y los expertos».
En otras palabras: meterse en la
mente del artista, del experto, del subastador y del comprador. «Yo nunca
vendía nada. De lo que se trataba era de hacer que el comprador quisiera
comprarlo. Yo me acercaba a la casa de apuestas como un aficionado que
había visto algo parecido a mi cuadro en un museo, o en una revista de arte, y
que humildemente les pedía su opinión para ver si podía ganar algún dinero»,
explica Perenyi.
Ken Perenyi tiene algo en común
con Bernie Madoff: ambos timaban a gente sofisticada, que se habían pasado la
vida entera estudiando el producto, ya fueran fondos de inversión o cuadros del
siglo XIX. No eran ancianitas del sur de EEUU. Pero eso no hacía su tarea más
difícil.
«Mi actitud era: 'He visto esto, y
parece que es muy bueno, pero no lo sé. ¿Qué opinan ustedes?' No sólo hay que
dejar que el experto te eduque. También hay que darle la oportunidad de que
pueda exhibir todo lo que sabe, todo lo que ha estudiado, que revele cuáles son
las cosas que le gustan en el cuadro», comentaba Perenyi, literalmente, entre
carcajada y carcajada, antes de recordar que, si se hubiera aplicado la ley, le
habrían caído 15 años de cárcel.
Madoff conseguía lo mismo con la
estrategia contraria. Él tampoco buscaba clientes. Había que buscarle a él.
Como explica el máximo responsable de una de las principales agencias de EEUU
de detectives privados especializadas en empresas -que no quiere que se
publique su nombre-, «Madoff no intentaba hacerse amigo de sus clientes, sino
todo lo contrario. Procuraba guardar las distancias, tener un aire de
exclusividad. Él rechazaba a los clientes. Ser admitido como inversor con
Madoff era como entrar en un club privado».
Para Konnikova no se trata más que
dos caras de la misma moneda. «El estafado tiene que pedir ser estafado. Y para
eso necesita confianza. No tiene que ser confianza a nivel personal. Pero sí
otro tipo de confianza. Porque, de lo que se trata, es de que el estafado le dé
voluntariamente algo al estafador».
Lo peor de los fraudes, así pues,
es que son voluntarios y disfrazan la irracionalidad de racionalidad. Acaso
sean el mejor, y el peor, símbolo de las debilidades de la naturaleza humana,
desde Sun-Tzu hasta Bernie Madoff, pasando por La carta del prisionero
español.
Yo no confio en nadie, es muy triste, pero...es lo que hay.
ResponderEliminarLa estafa es un acto de daño o perjuicio sobre la propiedad o el patrimonio de otra persona por medio del engaño.
ResponderEliminarEl por qué el estafador consigue engañar a sus víctimas tiene que ver en el hecho que la segunda pretenda obtener un mayor beneficio y se olvida lo dicho por cierto refrán ‘nadie da duros por cuatro pesetas’.
La historia del fraude es tan antigua como la existencia de la humanidad, y por muy preparados que nos consideremos para no caer en una situación fraudulenta; cuando nos demos cuenta del engaño ya será demasiado tarde.
Saludos:
Así es Jomaral.
EliminarPero creo que muchas veces se aprovechan de la buena gente para engañarles.
No siempre los engañados buscaban un lucro.
Bueno, eso creo, pienso que siempre van a por los mas débiles o inocentes.
Un Abrazo!!!