miércoles, 18 de septiembre de 2019

Y no es Leyenda Urbana - Bangkok



Mi noche de terror (y pago por adelantado) en un hospital de Bangkok

Cómo, por una simple dislocación del hombro, el periodista acabó tumbado en una camilla frente a una cajera que quería cobrarle más de 1.700 euros por adelantado antes incluso de suministrarle un calmante. Es el infierno de accidentarse en Tailanda, la pujante meca del turismo español

Mi noche de terror en un hospital de Bangkok

Viernes de la pasada semana. Nueve y cuarto de la noche. Aeropuerto de Bangkok. Voy cargado con una mochila tras pasar diez días buceando en Filipinas. Allí había tenido un accidente de moto que me había hecho impactar mi hombro izquierdo contra el asfalto y tener la pierna derecha en carne viva. Unas curas en un puesto de atención turística sirvieron para olvidarme del golpe hasta el viernes, cuando nada más aterrizar mi hombro izquierdo comenzó a moverse levemente. «Voy a tener cuidado y ya en Madrid me lo miro», me dije con tal de evitar probar la experiencia que terminaría padeciendo por un cúmulo de infortunios. Una noche de terror (y pago por adelantado) en un hospital de Tailandia. Una de las mecas del turismo nacional. Allí fueron en 2018 un total de 181.000 españoles siendo el segundo destino intercontinental más visitado por turistas patrios despúes de Estados Unidos.

En la terminal de llegadas había cogido un taxi rumbo a un municipio costero. Iba acompañado de un amigo de Madrid. Era mi penúltimo día de vacaciones y emprendimos la ruta hacia el sur por una atestada autopista y no exenta de baches. En uno de ellos, mi hombro izquierdo se dislocó causándome un intenso dolor acrecentado cada vez que los neumáticos atravesaban por un desnivel. Le exigí al conductor que me llevase al hospital más cercano y a los treinta minutos llegamos al parking del hospital privado Piyavate, un majestuoso edificio con suelos de mármol, cadenas de comida rápida, Starbucks y cajeros. Una máquina de hacer dinero.

Cuando me bajaron del coche y un enfermero me dirigió en una silla de ruedas hacia la zona de urgencias me invadió una sensación de tranquilidad. «Será cuestión de diez minutos», pensé rememorando el tiempo que habían tardado en España en colocarme mi hombro derecho las cinco veces en las que se me había salido. Yo era todo un experto en luxaciones de hombro derecho, pero elegí un mal lugar para estrenar el izquierdo.

22:15 horas. Me dejaron en una sala donde había más pacientes de mayor gravedad. Reclamé a las enfermeras un calmante. Las empleadas se negaron escudándose en que tenía que esperar al chequeo del doctor. Media hora después y con un dolor creciente, apareció un joven médico que insistió en que había que hacerme unas radiografías para descartar la rotura. Yo le expliqué que era una simple dislocación de hombre y que manualmente me lo podía colocar. El chaval, recién salido de la universidad, me dijo que no se atrevía y que no era el protocolo del hospital.

Me hicieron las radiografías que descartaban la rotura. «¿Me puede colocar el hombro ya? Es sencillo», le dije al doctor. «Tiene que venir el especialista», me indicó. Yo empecé a perder la paciencia. Mientras esperaba al especialista, volví a pedir un calmante, aunque fuese un mísero ibuprofeno. No hubo forma.

23.45 horas. Pasó una hora hasta que apareció el especialista. «Se te ha salido para atrás y no es fácil de arreglar», me dijo. Yo no daba crédito. Lo que habría sido una simple intervención manual en cualquier hospital de España resulta que en el país asiático parecía ser una operación de extrema gravedad. Le pedí al especialista algún medicamento para mitigar el dolor que cada vez era más acuciante. El doctor se negó en redondo. «Tiene que hablar con la supervisora», me dijo sobre una mujer de unos 60 años y con aire de señorita Rottenmeyer que no tardaría en aparecer.

La mujer de gafas se presentó de una forma bastante desagradable. Llevaba el presupuesto de mi intervención en la mano: «Dislocación de hombro. Precio estimado, 60.000 bahts tailandases (1.771 euros )». Le pedí la hoja del presupuesto y no especificaba en qué iba a consistir mi intervención y por qué tenía que adelantar esa cantidad.

«Tiene que pagar esa cantidad. Si no, no le atenderemos o le pondremos en la calle para que vaya a un hospital público», me contestó. No accedieron a mi petición de rebaja. Le pedí a la señora que me diese un calmante y su respuesta fue tajante en un inglés paupérrimo. «Tiene que pagar antes», me dijo. Le pedí que llamase al especialista.

00.30 horas. El especialista apareció al cabo de un rato y le pregunté que cómo era posible que me quisieran cobrar casi 2.000 euros por arreglar una luxación. El hombre me dijo que eran los precios del hospital. «Le tenemos que llevar al quirófano para darle anestesia general y operarle para colocarle el hombro, y tiene un coste», me dijo. Muerto de dolor, no comprendía cómo quería abrirme el brazo y sedarme el cuerpo para colocar un hombro. Me dijo que era el protocolo del hospital.Entendí que era una fórmula para que hiciese noche y aumentase mi factura.

La supervisora volvió a aparecer gritando exigiéndome el pago por adelantado. Le pedí a mi amigo que cargase mi móvil sin batería y rebuscase en mi móvil la póliza del seguro que había contratado con Axa. Le dimos el número de contacto 24 horas del seguro a la supervisora y se negó a comunicarse con la compañía. Me dijo: «Usted primero paga y después se arregla con su seguro. Nosotros no vamos a llamar a nadie». Le pedí a mi amigo que llamase él a mi compañía y ésta le dijo que tenía que abonar previamente yo la cantidad. Fueron momentos de desconcierto.

01:00 horas. La supervisora llamó a la cajera del hospital para que se acercase a la camilla con un datáfono a cobrarme. Se quedó allí impasible y yo pensaba que era una pesadilla. Verla a esa joven impasible con ese aparato para quemar tarjetas me mataba por dentro. El dolor aumentaba y fue cuando decidí que pagaría por adelantado aun sabiendo que era un atraco a mano armada y que el hospital sólo estaba exagerando la situación para que la factura fuese mayor. Le dije a mi amigo que me pasase mi cartera y saqué mis dos tarjetas de crédito. Una tenía un límite en el extranjero que me permitió pagar sólo 20.000 bahts y la otra tenía la banda magnética dañada. Hablé con la supervisora y le expliqué que mi tarjeta tenía un límite y que al día siguiente podría pagar la otra parte. Me volvió a decir que tenía que pagar todo por adelantado. Le expliqué que se podía quedar con mi pasaporte y con mi reloj y que no me iba a dar a la fuga. Le insistí en que me diese un calmante al menos por esos 20.000 bahts que había pagado, pero nada. Ni se inmutaba. Ni un atisbo de sensibilidad y yo empecé a llorar. «Aquí no se llora, cobarde. Tiene que pagar y no hay más que hablar». La cajera ni se movía. Yo me sentía humillado y le dije a la supervisora que relataría esta pesadilla en un artículo periodístico. No sirvió de nada. Fue entonces cuando le pedí a mi amigo que me prestase su American Express, con la que finalmente pude pagar los 40.000 bahts restantes. En ese momento me inyectaron un calmante.

01.30 horas. Tras pagar a pie de camilla con el datáfono, apareció el doctor explicándome la intervención a la que me iba a someter: anestesia general y operación. Un protocolo desmedido e innecesario a juicio de varios traumatólogos consultados. Me dijo que tenía que asumir por escrito un riesgo de muerte por neumonía. Empezó a invadirme el nerviosismo. Otra vez. «No quiero morir en un hospital por una simple luxación de hombro. Quiero que me lo coloques manualmente», le imploré. El médico me dijo que al haber ingerido un snack antes del accidente no podía aplicarme hasta las cuatro de la mañana el painkiller necesario para la intervención manual.

Me insistió en que no era buena opción el plan B porque si esperaba hasta las cuatro de la mañana para aplicarme un calmante en esa zona eso podría acarrearme complicaciones en la extremidad. Le dije que prefería tener el hombro destrozado de por vida a morir en un hospital tailandés. «Yo le recomiendo anestesia general. Es cierto que hay riesgo de muerte, pero esperemos que no pase», me dijo. La supervisora se sumó a la conversación. "Sí, tiene que entender que hay un riesgo de muerte, pero es necesario arriesgarse", me subrayó clavándome los ojos con cara de ira. Yo volví a entender que lo que pretendían eran una facturación mayor a costa de mi bolsillo. Una intervención manual era menos costosa. Decidí que esperaría hasta las cuatro de la mañana para que el doctor me reparase el hombro manualmente. Y entonces me informaron de que me trasladarían hasta el quirófano, donde tendría que esperar dos horas muertas.

02:00 horas. Yo no había dejado de rezar desde que tomé consciencia de mi situación kafkiana. Y Dios, pensé, apareció a las dos y diez de la mañana cuando en un ligero cambio de postura en la camilla sentí que el hombro se me introducía solo. « Es un milagro», gritó el doctor. Yo le respondí. «No es un milagro. Era lo que habría ocurrido si hubiesen intentado colocarme el hombro cuando llegué», dije. El doctor me pidió perdón y ordenó que me hiciesen unas radiografías que certificaron que mi hombro estaba en orden.

Llamé a la supervisora para exigirle el dinero de vuelta. Me dijo que me devolverían una parte, salvo cerca de 8.597 bahts (254 euros) que era el coste que les había generado y que tendría que asumir yo el 3 por ciento de los 60.000 baths que me habían cargado en las tarjetas en concepto de gastos bancarios. Indignante, pensé, que yo me tuviera que hacer cargo de unos gastos bancarios altísimos por haberme exigido el centro una cantidad sobredimensionada. La empleada me ordenó que me acercase a la zona de caja del hospital donde pude recoger mi factura. Tardé varios minutos en descifrar esa nota con gastos inflados y en asimilar que por la simple asistencia que me dieron me habían cobrado 254 euros.

02.45 horas. Las malas noticias no iban a acabar, puesto que una serie de pertenencias personales que había dejado en el hall del hospital ya no estaban. Busqué por todo el lobby del centro. Nadie sabía nada y jamás las volvería a ver. Salí del hospital a las tres de la mañana y puse rumbo al hotel completamente noqueado. Al día siguiente, me dirigí al hospital a formalizar una queja. El número dos del hospital me prometió la devolución del dinero que había pagado y me pusieron un chófer para ir al hospital. Le informé de que yo escribiría el artículo para concienciar a esos españoles que pensaban en viajar a uno de nuestros destinos favoritos. El hombre me haría llegar una carta de disculpa del director del hospital reconociendo el error y lamentando «la frustración» que había vivido. En ella me prometió que revisaría todo el protocolo, comprometiéndose a que a partir de ese momento los pacientes en situaciones de dolor no tendrían que pagar previamente para ser atendidos. Me explicaba que mantuvieron una reunión con el director general de Sanidad del Gobierno tailandés para exigirle un plan que permitiese a los turistas ser atendidos gratuitamente en los hospitales. Hace dos años, un británico víctima de un accidente grave no fue atendido en un hospital de Phuket por no poder pagar 30.000 euros.

En mi viaje a España solo pensaba en la magnífica sanidad pública que tenemos y en qué hubiese pasado si llego a aquel hospital más grave y sin dinero. «Pues probablemente te habrían dejado morir con un perro», me dijo un doctor español que no daba crédito de que quisieran sedarme para una luxación de hombro. «Sólo querían sacarte la pasta», me explicó. Afortunadamente no lo consiguieron, aunque yo aprendí varias lecciones en solo una noche.

 

 

2 comentarios:

  1. Esto de viajar por países lejanos debe ser muy guay pero siempre que no se sufra ningún percance ni se tenga que acudir a instancias locales.

    Pese a disponer de una póliza de seguros por viaje actualizada lo cierto es que como le pasó al autor del comentario no resulta extraño que de sufrir un percance nos veamos como víctimas de un fraude.

    Si se viaja a un país es esencial que tengas un seguro con un buen límite de gastos de asistencia médica en el extranjero. Aunque, en principio, no es obligatorio contratar un seguro de asistencia en viaje, has de saber que hay países como Rusia o algunos países “exóticos” (Mongolia, Armenia, Tayikistán...) en los que es necesario acreditar que dispone de él para que te concedan el visado.
    El capital que debes tener asegurado para viajar varía en función del destino y de sus costes sanitarios.
    Lo más recomendable es que, fuera del ámbito de la Tarjeta Sanitaria Europea, se viaje con un capital asegurado para gastos sanitarios de, al menos, 60.000 euros, y mejor si puede ser de 100.000 euros.

    Como puede verse, el programar un viaje a países exóticos, turísticamente hablando, no todo es felicidad, una vez allí también pueden surgir inconvenientes que a la hora de programar el viaje deberían ser tenidas en cuenta; porque como dice cierto refrán siempre es mejor prevenir que curar.


    Saludos:

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    1. La verdad que es una aventura extraordinaria viajar por el mundo, y sobre todo por países exóticos, pero que Dios te coja confesado
      Un Abrazo Amigo!!!!

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