"El
Cuadro Perdido"
Hugo Martínez era
un reconocido restaurador de arte. Durante años había trabajado en los museos
más prestigiosos del mundo, devolviendo vida a obras maestras olvidadas. Sin
embargo, nada lo había preparado para el encargo que recibió una fría tarde de
noviembre.
Una carta anónima
llegó a su estudio con una oferta tentadora. El remitente, que firmaba como
"F", le ofrecía una suma astronómica para restaurar un cuadro que
había estado oculto durante siglos. No se proporcionaba ninguna otra
información, salvo una dirección y una fecha para la cita.
Intrigado, Hugo
aceptó.
La dirección lo
llevó a una mansión antigua, alejada de la ciudad. Las luces de la entrada
apenas iluminaban el camino, y el aire estaba cargado con la sensación de que
el tiempo se había detenido. Un hombre alto y delgado lo recibió en la puerta.
No pronunció palabra, solo le hizo una señal para que lo siguiera.
El interior de la
mansión era como entrar en otro siglo: muebles antiguos, tapices gastados, y
una colección impresionante de arte cubrían las paredes. Sin embargo, lo que
llamó la atención de Hugo fue la atmósfera cargada, como si algo o alguien
estuviera observando desde las sombras.
Finalmente,
llegaron a una habitación sellada. El hombre le entregó una pequeña llave
oxidada, indicándole que solo él podría abrirla. Hugo, más curioso que nunca,
giró la llave en la cerradura. La puerta se abrió con un chirrido largo y
profundo.
En el centro de la
sala, cubierto por un paño de terciopelo negro, estaba el cuadro. Hugo se
acercó y con cuidado retiró la tela. Lo que vio lo dejó sin aliento.
El lienzo mostraba
un paisaje oscuro y desolado, pero lo inquietante era la figura en el centro:
una mujer con un vestido antiguo, que parecía mirarlo directamente a los ojos.
Sus ojos eran tan penetrantes, que por un momento, Hugo sintió que esa mirada
atravesaba el tiempo. El cuadro no estaba dañado, pero algo en su composición
lo hacía sentir que no era una pintura ordinaria.
"Es el
retrato de Eliza," dijo una voz detrás de él. Era el hombre que lo había
recibido. "Fue pintado en el siglo XVII por un artista que desapareció
misteriosamente después de terminar esta obra."
Hugo, sintiendo la
tensión en el aire, preguntó: "¿Y qué ocurrió con Eliza?"
El hombre bajó la
mirada, pero no respondió. Solo mencionó: "Dicen que el artista no la
pintó desde la vida, sino desde... algo más. Muchos creen que lo que ves no es
un simple retrato, sino una prisión."
Hugo sonrió,
pensando que se trataba de una historia para añadirle valor a la pintura. Sin
embargo, mientras examinaba los detalles del cuadro, empezó a notar algo
extraño. Los colores de la pintura parecían moverse, y los ojos de la mujer
seguían su mirada con una precisión antinatural.
Esa noche, de
regreso en su estudio, Hugo no podía quitarse el cuadro de la mente. Decidió
comenzar con la restauración cuanto antes. Sin embargo, cada vez que intentaba
trabajar en él, algo lo detenía. A veces, era un susurro, apenas perceptible,
que venía de ninguna parte. Otras veces, sentía una presencia detrás de él,
pero al voltear, no había nadie.
Con el paso de los
días, Hugo empezó a obsesionarse. Ya no podía dormir, y cada vez que cerraba
los ojos, veía a Eliza, mirándolo fijamente desde la oscuridad. Decidió
investigar más sobre el cuadro y encontró una pista inquietante: todos los que
alguna vez habían trabajado con él o intentado restaurarlo, habían
desaparecido.
Una tarde,
mientras intentaba limpiar una pequeña grieta en la pintura, el pincel de Hugo
rozó uno de los ojos de la mujer. En ese momento, el cuadro pareció vibrar.
Hugo retrocedió, y en ese instante lo vio: los labios de Eliza se curvaron en
una ligera sonrisa.
Atónito, Hugo
parpadeó varias veces, pero la sonrisa ya no estaba. Se dijo a sí mismo que
debía estar agotado, que su mente le jugaba una mala pasada. Pero algo profundo
dentro de él sabía que lo que había visto era real.
Esa misma noche,
mientras intentaba dormir, algo lo despertó. En la penumbra de su estudio, el
cuadro de Eliza estaba allí, aunque lo había dejado cubierto con un paño. Y
esta vez, no solo sonreía. Los ojos de la mujer en el cuadro ahora lo miraban
con malicia.
Hugo intentó
levantarse, pero una fuerza invisible lo mantenía en su lugar. Lentamente, la
figura de Eliza comenzó a moverse dentro del cuadro, y su mano salió del
lienzo, extendiéndose hacia él. La habitación se llenó de un frío insoportable.
Lo último que Hugo
sintió fue su respiración acelerada y el toque helado de esa mano. Luego, todo
se volvió oscuridad.
A la mañana
siguiente, cuando la policía llegó al estudio tras una denuncia de
desaparición, encontraron el cuadro colgado en la pared, pero algo era
diferente. En una esquina, apenas visible, había un nuevo detalle en la
pintura: un hombre, de pie, con expresión de terror, observando fijamente a
Eliza.
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