lunes, 30 de septiembre de 2024

"La lluvia verde sobre Pamplona"

 


La Lluvia Verde sobre Pamplona

Eran las primeras horas de la madrugada cuando las luces de Pamplona empezaron a parpadear. La ciudad, adormecida tras una jornada común, no se preparaba para lo que estaba a punto de ocurrir. Mientras algunos aún disfrutaban de las últimas copas en los bares del Casco Viejo, otros se refugiaban del frío en sus casas, ignorantes del hecho de que esa noche no sería como ninguna otra.

El cielo sobre Navarra estaba despejado hasta que una extraña tonalidad verde comenzó a teñirlo. Al principio, quienes lo notaron pensaron que era una aurora boreal, algo que jamás se había visto tan al sur. Pero no, no era un fenómeno natural. La lluvia comenzó a caer, pero no era agua. Era una sustancia viscosa y fluorescente, que al contacto con la piel generaba una ligera vibración. Pronto, las calles de Pamplona se cubrieron de ese líquido extraño, mientras las luces seguían intermitentes y una inquietante sensación de ser observado invadía a los pocos transeúntes que quedaban.

El primer contacto visual ocurrió en la Plaza del Castillo. Un grupo de amigos que salía de un bar lo vio. Una esfera metálica, flotando a unos metros sobre el suelo, completamente silenciosa. Sus superficies reflejaban las luces de la ciudad con un brillo cegador. De su interior emergieron sombras, formas humanoides, pero no del todo humanas. Altos, delgados, con extremidades que parecían alargarse y encogerse al moverse, y cabezas desprovistas de facciones. Sus ojos, si es que lo eran, brillaban con una intensidad hipnótica, mientras observaban detenidamente cada rincón de la ciudad.

Pamplona, conocida por sus bulliciosos encierros y sus festividades, ahora era el escenario de una caza sin precedentes. Los habitantes que se atrevían a salir de sus casas o eran sorprendidos en la calle eran atrapados por esas criaturas, arrastrados hacia la oscuridad y nunca más vistos. Se movían sin hacer ruido, deslizándose como sombras, proyectando una presencia opresiva en cada callejón.

A medida que la invasión avanzaba, la situación se volvía más desesperante. Nadie sabía cómo comunicarse con los invasores, y el miedo se apoderaba de todos. Las autoridades no sabían qué hacer. La Guardia Civil intentó intervenir, pero sus armas eran inútiles. Las balas rebotaban inofensivamente contra las criaturas metálicas, que parecían disfrutar de la impotencia humana.

Un pequeño grupo de ciudadanos, encabezado por un profesor de física de la Universidad de Navarra llamado Martín, decidió actuar. Martín había sido testigo de la primera aparición en la Plaza del Castillo y desde entonces había estado observando patrones en los movimientos de las criaturas. Descubrió que se comunicaban mediante pulsos de luz y sonidos apenas audibles. Convencido de que había una forma de repelerlos, organizó un refugio improvisado en el sótano de una iglesia en desuso.

Usando tecnología rudimentaria y antiguos escritos sobre ondas de frecuencias, Martín logró crear un dispositivo que emitía pulsaciones a una frecuencia que las criaturas parecían evitar. Con ese aparato, comenzaron a recorrer la ciudad en busca de supervivientes, logrando mantener a las criaturas a raya, al menos temporalmente.

El verdadero desafío llegó cuando descubrieron la nave nodriza. Estaba enterrada bajo el suelo, justo en los antiguos túneles que recorren Pamplona. Siempre había rumores de que esos túneles se usaban para contrabandear o para otros propósitos oscuros, pero ahora se revelaba su verdadero propósito: eran el epicentro de la invasión.

Martín y su equipo sabían que tenían que actuar rápido. La nave, oculta durante milenios, estaba despertando completamente, y el cielo sobre Pamplona seguía tiñéndose de verde, como un presagio del fin.

La última confrontación ocurrió en la entrada de los túneles. Usando el dispositivo de Martín, lograron entrar en la nave. Allí, descubrieron algo inesperado. Los extraterrestres no eran invasores en el sentido tradicional. Eran antiguos habitantes del planeta, que habían estado en letargo bajo la Tierra desde tiempos inmemoriales. Pamplona, y Navarra en su conjunto, había sido uno de los primeros lugares de asentamiento de esta especie.

El objetivo de los seres no era conquistar, sino recuperar lo que alguna vez fue suyo. Pero Martín, armado con su conocimiento científico y un profundo respeto por la humanidad, logró comunicarse con ellos a través del dispositivo. Tras horas de tensa negociación, las criaturas comprendieron que el mundo había cambiado y que ya no podían reclamar la Tierra como suya. En un acto de extraña compasión, accedieron a abandonar el planeta, pero no sin antes advertir que algún día volverían.

Cuando la nave despegó desde las entrañas de Pamplona, el cielo verde comenzó a disiparse. Las calles se vaciaron de esa lluvia viscosa, y las luces dejaron de parpadear. La ciudad volvía lentamente a la normalidad, aunque los pocos que sabían lo que realmente había pasado nunca olvidarían aquella noche.

Pamplona, desde entonces, sería conocida no solo por sus encierros, sino como la ciudad que una vez enfrentó a los antiguos habitantes de la Tierra... y sobrevivió.


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