"La
Voz del Pozo"
En las afueras de
un pueblo olvidado, había un pozo antiguo, cubierto de musgo y grietas, que
nadie osaba acercarse. Los más viejos del lugar contaban que ese pozo no tenía
fondo, que quienes se asomaban demasiado a él no volvían a ser los mismos. Pero
a veces, los más jóvenes no escuchan las advertencias.
Sara era una chica
curiosa, de esas que no creen en leyendas ni supersticiones. Una tarde,
mientras paseaba por el bosque, encontró el pozo del que tanto había oído
hablar. Estaba solo en medio de los árboles, como si el mundo lo hubiese
abandonado hacía siglos. Al principio, no le pareció tan aterrador; solo era un
pozo viejo y olvidado. Así que, con una sonrisa desafiante, decidió acercarse y
asomarse.
Al mirar en su
interior, solo vio oscuridad. La profundidad era tal que ni siquiera el eco de
su voz regresaba cuando lanzó una piedra. Pero entonces, algo inesperado
ocurrió: una voz suave, casi un susurro, emergió del pozo.
—Sara... —la voz
la llamó por su nombre.
Se estremeció.
Pensó que quizá alguno de sus amigos le estaba gastando una broma. Pero cuando
miró a su alrededor, no había nadie. El bosque estaba completamente silencioso.
Volvió a asomarse, y esta vez la voz fue más clara, pero más oscura.
—Sara... baja...
La voz parecía
envolverla, resonando en su mente de una manera que no podía ignorar. Su cuerpo
se paralizó, y una extraña sensación la invadió: una mezcla de miedo y
atracción. La voz seguía insistiendo, hipnótica.
—Aquí abajo... hay
un secreto. Ven y sabrás la verdad.
Sara, con el
corazón palpitando, se apartó del pozo. Algo en su interior le gritaba que
corriera, pero sus piernas no respondían. La curiosidad la consumía. ¿Qué
secreto podía esconder ese pozo?
Esa noche no pudo
dormir. La voz seguía resonando en su mente. A las tres de la madrugada,
incapaz de resistir más, decidió volver al pozo.
Con una linterna
en mano y el frío viento cortándole la piel, llegó al mismo lugar. El pozo
parecía más oscuro que antes, más profundo, y la voz volvió a llamarla, más
intensa.
—Ven, Sara... la
verdad te espera.
Sin pensar más,
comenzó a descender con una cuerda que había traído. Bajaba cada vez más, pero
la oscuridad era impenetrable. Hasta que la linterna cayó de su mano y se apagó
en el aire, sumiéndola en la más absoluta negrura.
Entonces, una mano
fría como el hielo la sujetó desde las profundidades, y Sara entendió. El pozo
no solo era un agujero en la tierra, era una puerta. Y lo que la había llamado
no era humano. Sintió el tirón, y su grito nunca fue escuchado.
Al día siguiente,
solo se encontró la cuerda colgando, moviéndose lentamente al compás del
viento. Nadie volvió a mencionar el pozo, y nadie, desde aquel día, se atrevió
a acercarse de nuevo.
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