martes, 3 de abril de 2018

El "Big Data"


“El ‘big data’ ya es una amenaza para nuestra intimidad”



Nos hemos convertido en emisores de datos. En cada acto de nuestra vida estamos dando información que alguien aprovechará. Cada vez que navegamos por internet, que compramos con la tarjeta de crédito o que decimos me gusta en las redes sociales estamos emitiendo datos sobre nuestros gustos, intereses y preferencias. Leyendo este artículo en la versión digital, también estaremos agregando datos nuestros a una constelación de información que alguien querrá utilizar.

Las empresas tecnológicas y de telecomunicaciones, que durante las dos últimas décadas han revolucionado la manera de acceder a la información y a los con­tenidos, ahora se centran en la obtención de todos nuestros datos para poderlos ­poner al servicio del mejor postor. Nos ofrecen información y nos regalan aplicaciones ­para saberlo todo de nosotros y predecir qué nos pueden ofrecer que sea de nuestro interés.

Con nuestro comportamiento, que se interconecta en la red, vamos dando pistas sobre el tipo de personalidad que tenemos. Hay muchos ejemplos de ello. Un estudio del psicólogo y experto en big data Michal Kosinski demostró que del análisis de sesenta y ocho me gusta en Facebook podía determinar con un porcentaje de acierto que ronda el noventa por ciento cuál era el color de la piel del usuario, sus afinidades políticas, su orientación sexual o saber si sus padres estaban divorciados.

Sin ir más lejos, a través de la tarjeta cliente, las cadenas de supermercados lo saben todo de nuestros hábitos de consumo. Saben a qué horas y qué días vamos a comprar. Cuáles son nuestras marcas preferidas. Saben si comemos pes­cado o bebemos zumo de naranja, si nos ­gustan más las galletas o los frutos secos, o si en casa hay niños o abuelos. Y con esta infor­mación que faci­litamos mientras compramos se pueden elaborar ­bases de datos de gran interés comercial para vender a sus provee­dores. ¿Cuánto vale para un productor de zumo de naranja saber qué personas concretas lo consumen?

Tenemos muy poca conciencia de todo esto, pero es evidente que la obtención y la gestión de los datos es el eje sobre el cual gira la toma de decisiones de las grandes compañías y de los estados más poderosos. El fallo de seguridad de Facebook que se conoció hace unos días y que dejó en la intemperie los datos de 50 millones de usuarios nos ayuda a ver como el uso de la red proporciona la materia prima para ser objeto de intereses comerciales, electorales o ideológicos.

En las últimas elecciones americanas que ganó Donald Trump o durante la campaña del referéndum del Brexit en el Reino Unido, el uso de los datos de los votantes referidos a sus preferencias o a la reacción ante determinados mensajes fue una herramienta básica para definir las estrategias de comunicación. Se diseñan algoritmos para predecir el futuro y para determinar nuestros comportamientos.

El big data, eso es, el almacenaje y gestión de un volumen ingente de datos, es sin duda una amenaza para nuestra intimidad y una distorsión para nuestro comportamiento espontáneo. Pero al lado de estos peligros también hay grandes oportu­­nidades. En el ámbito de la investigación científica, en el ámbito de las políticas de prevención y de salud pública o en el ­ámbito de la seguridad, el análisis de los datos contribuirá cada vez más a obtener re­sultados más útiles al servicio de toda la ciudadanía.

Lo más habitual es que las leyes siempre vayan un paso por detrás de la realidad, y en el caso de la gestión de la información y de la revolución digital, con una evolución tecnológica vertiginosa y un terreno de juego global, pensar que las legislaciones de los estados podrán dar respuestas adecuadas parece una idea excesivamente optimista. Siempre llegarán tarde y enseguida quedarán superadas por la realidad.

Parece claro, pues, que el principal guardián de nuestros datos tenemos que ser nosotros mismos. Tomar conciencia de los datos que proporcionamos en cada uno de nuestros actos, de nuestros gestos, de nuestras aprobaciones y desaprobaciones es el mecanismo que tenemos más al alcance para no ponernos al servicio de quien sólo nos quiera percibir como un consumidor o como un votante.

No debemos renunciar a disponer de instrumentos jurídicos globales orientados a la protección del derecho a la intimidad, pero seguramente en este campo es donde tiene más sentido la autorregu­lación de las empresas, la asunción de códigos de buenas prácticas y de compromisos de transparencia que generen un vínculo de confianza entre las personas y las redes que pescan nuestros datos.

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Nos encontramos al principio de un cambio profundo que generará debates y contradicciones, con puntos de vista muy distintos entre generaciones que convivirán en mismo espacio y tiempo. Un cambio que irá en paralelo a una implantación creciente de las herramientas de inteligencia artificial y del prota­gonismo de los robots para tareas que ahora sólo sabemos hacer los humanos. Por ahora tenemos más preguntas que respuestas. Tendremos que estar atentos a las pantallas.

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