Hoy es
posible que dos almas gemelas (pongamos que Agapito y Lucinda) viajen en el
metro, frente por frente, y que sean las primeras personas que, en una década,
a las 11.13 de la mañana de este viernes 1 de Junio de 2018, estén leyendo ‘La
Comunidad Inconfesable’, de
Maurice Blanchot. Podría ocurrir en la línea 3 del Metro de Madrid.
Digamos que entre las estaciones de San Fermín-Orcasur y Palos de la Frontera.
Porque
Agapito hubiera aguantado hasta Palos de la Frontera (aunque él habitualmente
se baja en Almendrales)…
Habría bastado con que Lucinda no estuviera leyendo ese libro
sobre el amor verdadero (esa comunidad inconfesable ante la muerte) en formato EPUB. Y viceversa. Lucinda hubiera
bajado precipitadamente en Almendrales en pos de Agapito si éste no se hubiera
descargado el libro en un PDF hecho a base de fotocopias guarrindongas.
Dentro de
30 años quizá el uno podría haber acompañado a la otra en ese momento
intransferible del morir.
Claro, esto
va de muerte: de la muerte de las miradas furtivas a las portadas de los libros
de los viajeros de Metro. Y de las fantasías subsiguientes… ¡Cuántas etapas
preliminares ahorra en la alcoba de nuestra mente un libro determinado!: es
mucho más efectivo que pasarse el día en Meetic.
Reconozcámoslo:
Es un magno acontecimiento descubrir en el metro una chica que no lea a
Federico Moccia o (¡todavía!) a Dan Brown, como lo es descubrir a un chico que
no devore cualquier volumen de fantasía heroica, de técnicas de márketing o… el
código de la circulación. Ahora ya da igual: tras la fría espalda del Kindle,
el Reader o el cacharro que se desee, no se adivina nada. Y es peligroso:
cualquier incauto puede fantasear durante siete paradas, sin saberlo, con una
lectora de César Vidal.
Y no miro a
nadie.
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