Título:
"El Silencio de la Libertad"
Edurne se levantó
temprano, como lo había hecho durante los últimos cuarenta años, pero esa
mañana era diferente. Ya no había despertador que la sacara del sueño ni una
agenda repleta de obligaciones esperándola. Había pasado el último día de
trabajo sin despedidas grandilocuentes ni lágrimas de nostalgia, solo una
salida discreta, casi imperceptible. Como siempre había sido ella: la mujer que
sostenía el mundo de los demás sin esperar nada a cambio.
Había pasado toda
su vida dedicada al servicio de los demás, no solo en su empleo en la oficina,
donde organizaba con precisión cada aspecto de la vida de sus jefes, sino
también en su casa, un espacio que compartió con hijos ingratos que volaron del
nido y solo recordaban que ella existía en los momentos de crisis o tragedia. A Edurne le dolían los funerales, no por la muerte en sí, sino por la cantidad de
parientes que surgían de la nada, rostros conocidos por las fotos pero ausentes
en la realidad, abrazos falsos y promesas vacías.
Los amigos no eran
mejores. Parecían buenos compañeros en los días de vino y risas, pero se
esfumaban cuando necesitaba una mano o un oído. En más de una ocasión, Edurne había tendido la suya para levantar a quienes habían caído, solo para
encontrarse sola cuando era ella quien se tambaleaba.
Por eso, su casa
era su refugio. Un espacio construido a su medida, donde el silencio era su
única compañía, y donde no había nada de dos ni de cuatro patas. Ni perros ni
gatos. Era su lugar, un santuario de paz y soledad que había moldeado a lo largo
de los años, sin ataduras, sin obligaciones, solo suya.
Sus plantas eran
su excepción, sus compañeras silenciosas que no demandaban más que su cuidado
atento. Cada nueva hoja, cada brote que emergía, era un pequeño triunfo, una
señal de que la vida seguía su curso, lenta y serena. Edurne les dedicaba
tiempo y cariño, encontrando en ellas un consuelo y una satisfacción que nada
ni nadie más podía darle.
Ese primer día de
su nueva vida, Edurne se sentó en su sillón favorito, con una taza de té en la
mano y la vista perdida en la ventana. Afuera, el mundo seguía su curso, pero
dentro, había un vacío que era tanto una bendición como una maldición. La
libertad que tanto había anhelado finalmente estaba aquí, pero con ella, venía
el desafío de llenar el silencio.
Edurne sabía que
en ese silencio podría encontrar la respuesta, aunque todavía no sabía cuál
sería la pregunta. Pero por primera vez en décadas, se permitió no tener todas
las respuestas, y simplemente dejó que el momento la envolviera.
Así comenzó su
nueva vida, un capítulo lleno de incógnitas, pero también de una paz tan desconocida
como anhelada. Edurne cerró los ojos y, por primera vez, respiró.
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