Día 31:
"El Caos en el Patio Interior"
El patio interior
de la Comunidad del Buen Vivir siempre ha sido una zona de tregua, un
lugar donde el sol se filtra tímidamente entre los edificios, las plantas
sobreviven con un esfuerzo titánico, y las cuerdas de tender ropa se entrelazan
en una maraña digna de un rompecabezas. Pero últimamente, ese pequeño oasis se
ha convertido en un campo de batalla doméstico.
Día 32:
"La Guerra de los Manteles y Alfombras"
Las vecinas de los
pisos inferiores, doña Conchita y la señora Carmen, están hartas. No pasa un
solo día sin que tengan que lidiar con las consecuencias de las malas
costumbres de los vecinos de los pisos superiores, quienes, en su infinita
sabiduría, han decidido que el patio es el lugar ideal para sacudir manteles,
alfombras y cualquier cosa que necesite un buen golpe.
"¡Esto es
inaceptable!", exclamaba doña Conchita a Carmen mientras observaban cómo
caían pequeñas migas y polvo desde las alturas. "Ayer mismo, después de
barrer el patio, encontré restos de pan, y no hablemos de las migas de
bizcocho. ¡Parece que tienen un banquete allá arriba y nos dejan las
sobras!", añadía indignada.
Carmen, que no es
de muchas palabras pero sí de profundas quejas, asentía con vigor. "Y las
alfombras, Conchita, ¿quién sacude alfombras por la ventana? ¡Es una falta de
respeto!", murmuraba mientras miraba hacia arriba con ojos de águila,
intentando identificar al culpable.
Día 33:
"Las Colillas del Misterio"
Como si no fuera
suficiente con las migas y el polvo, en más de una ocasión han aparecido
colillas de cigarrillos en el patio. Nadie en la comunidad admitía ser fumador,
pero las pruebas estaban ahí, tiradas entre las macetas de doña Conchita.
"Yo no sé
quién puede ser, pero alguien está fumando en la ventana y tirando las colillas
abajo", decía Carmen, mirando desconfiadamente hacia las ventanas
superiores. "¡Y lo peor es que ni siquiera se apagan bien! ¡Un día van a
prender fuego a mis geranios!"
La cuestión de las
colillas se convirtió rápidamente en un tema de investigación vecinal, con doña
Conchita y Carmen vigilando desde su posición estratégica, listas para cazar al
fumador misterioso en el acto.
Día 34:
"La Invasión de las Sardinas"
Sin embargo, no
todo en el patio era culpa de los vecinos de arriba. Había un nuevo aroma en el
aire, y no era precisamente el de las flores de Carmen. Alguien en la comunidad
tenía una afición desmedida por las sardinas, y cada vez que las cocinaba, el
patio entero se impregnaba de ese olor tan penetrante que todos conocían y
pocos apreciaban.
Doña Conchita lo
comentaba en cada reunión: "Mira que me gustan las sardinas, pero una cosa
es comerlas y otra es tener que olerlas toda la tarde sin que nadie te
invite". Las otras vecinas, siempre solidarias, asentían, sabiendo
exactamente de quién estaba hablando. La señora Luisa, del tercero, tenía la
mala costumbre de preparar sardinas cada domingo, justo a la hora en que todos
tendían la ropa, asegurando que ese olor quedara impregnado en cada prenda.
"¡Ni un
vasito de vino nos ofrece, Conchita, ni un trocito de pan! Solo el olor, y ni
siquiera hay forma de escapar de él", se lamentaba Carmen mientras miraba
con resignación el pescado que ondeaba en las cuerdas de tender.
Día 35:
"El Show de la Ducha"
Pero no todas las
quejas estaban relacionadas con olores o basura. El vecino del cuarto, Don
Manuel, tenía una rutina matutina que involuntariamente había captado la
atención de las vecinas. Resulta que la ventana de su baño daba al patio
interior, y cada mañana, cuando se duchaba, la luz se encendía y la silueta de
su cuerpo aparecía nítida contra la cortina de su baño.
Las primeras veces,
las vecinas lo ignoraron, pensando que era algo pasajero. Pero con el tiempo,
la rutina de Don Manuel se convirtió en un espectáculo matutino del que nadie
quería formar parte. "¡Es que no hay necesidad de ver esas cosas tan
temprano, Conchita!", se quejaba Carmen, que había sido la primera en
notar la situación.
Conchita, con su
habitual tacto, había intentado hablar con Manuel de manera sutil.
"Manuel, querido, ¿no has pensado en cambiar la cortina del baño? Quizá
una más gruesa, o no sé, poner una persiana...", le sugirió una mañana.
Manuel, ajeno al
problema, simplemente se rió. "No sabía que tenía público, Conchita. No te
preocupes, buscaré una solución", dijo sin darle mayor importancia. Pero
las quejas continuaron, y al final, Maruja, la presidenta, tuvo que intervenir.
Día 36:
"El Nuevo Orden en el Patio"
Maruja, que ya
estaba acostumbrada a mediar en conflictos vecinales, convocó una junta
especial para abordar los problemas del patio. La lista era larga: sacudidas de
manteles, colillas misteriosas, sardinas no compartidas y las duchas
"exhibicionistas" de Manuel.
"Vecinos,
creo que todos hemos escuchado las quejas. Necesitamos encontrar una solución
que funcione para todos", comenzó Maruja, con su libreta en mano y ese
tono que mezclaba paciencia con autoridad.
Se decidió que
sacudir manteles y alfombras estaría estrictamente prohibido, y quien lo
hiciera se encargaría de limpiar el patio durante una semana. En cuanto a las
colillas, Maruja instaló un cenicero comunitario en la azotea, esperando que el
fumador misterioso lo utilizara. En cuanto a las sardinas, Luisa acordó avisar
con antelación a los vecinos para que pudieran cerrar sus ventanas o, en el
mejor de los casos, unirse a la comida. Y Don Manuel, tras una conversación un
poco más seria con Maruja, prometió cambiar la cortina por una opaca.
Día 37:
"El Patio en Paz (por Ahora)"
Con las nuevas
reglas en marcha, el patio interior recuperó su paz, al menos temporalmente.
Doña Conchita y Carmen, aunque aún atentas a cualquier migaja o colilla que
pudiera caer, disfrutaban de un patio más limpio y un aire menos cargado de
sardinas. Manuel, por su parte, dejó de ser el tema de conversación matutino y
Luisa, en un gesto inesperado, invitó a algunos vecinos a compartir sus
sardinas, acompañado de un buen vino.
La Comunidad
del Buen Vivir seguía adelante, superando un problema a la vez, sabiendo
que aunque los desafíos seguirían llegando, siempre podrían contar con Maruja y
su libreta para poner orden.
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