Capítulo
9: "El Velo que Cubre la Verdad"
Esa noche, Edurne
no pudo conciliar el sueño. Sus pensamientos giraban en torno al pergamino que
había encontrado, a las imágenes inquietantes que describían un ritual antiguo,
y a la figura atrapada en el espejo que suplicaba ser liberada. Sabía que la decisión
que debía tomar no era sencilla, y que cualquier error podría tener
consecuencias imprevisibles.
La mañana llegó
con una luz gris que se filtraba a través de las ventanas, como si el día
compartiera la incertidumbre que sentía. Edurne se preparó un café fuerte y se
sentó frente al pergamino, tratando de desentrañar los misterios que escondía.
Aunque no comprendía el idioma en que estaba escrito, las imágenes hablaban por
sí solas: un círculo de personas alrededor del espejo, figuras sombrías emergiendo
del vidrio, y una mujer siendo arrastrada hacia su interior mientras el resto
observaba, impotente.
Sentía que este
ritual había sido algo más que un simple sacrificio; parecía un castigo, un
encarcelamiento. Pero, ¿por qué? ¿Qué había hecho esa mujer para merecer tal
destino? Y lo más importante, ¿qué pasaría si la liberaba?
Decidió buscar
ayuda, alguien que pudiera leer el pergamino y ofrecerle respuestas. Recordó a
un antiguo colega, un profesor de historia medieval especializado en lenguas
antiguas, que podría arrojar algo de luz sobre el enigma. Lo contactó y, tras
un breve intercambio, acordaron encontrarse en un café cercano.
Cuando Edurne
llegó al lugar, el profesor la estaba esperando. Era un hombre de edad
avanzada, con una barba blanca que le daba un aire de sabiduría, pero sus ojos
mostraban una curiosidad juvenil cuando vio el pergamino. Después de unos
minutos de cortesía, Edurne le entregó el documento. El profesor lo desplegó
con cuidado y comenzó a examinarlo.
—Este idioma es
muy antiguo, un dialecto casi olvidado del latín mezclado con algo más... algo
que no puedo identificar de inmediato —murmuró el profesor, ajustándose las
gafas.
Durante casi una
hora, el profesor leyó en silencio, haciendo anotaciones en un cuaderno.
Finalmente, levantó la vista, su expresión era una mezcla de asombro y
preocupación.
—Edurne, lo que
tienes aquí es un ritual de sellado. Esta mujer que viste en el espejo... no es
cualquier persona. Según este pergamino, fue condenada por traición, pero no a
una traición política o común. Fue acusada de traicionar a su propio pueblo, de
hacer un pacto con entidades de otro mundo, seres que no pertenecen a nuestra
realidad. Este espejo fue usado para sellar su conexión con esas entidades y
para mantenerla atrapada entre ambos mundos.
Edurne sintió un
nudo en el estómago. Todo apuntaba a que la liberación de esa mujer podría
desatar algo que llevaba siglos sellado, algo que no debería volver a ver la
luz.
—¿Qué crees que
pasaría si... la liberara? —preguntó, aunque ya temía la respuesta.
El profesor la
miró con gravedad.
—No puedo decirlo
con certeza. Podría ser liberada y con ella... su conexión con esas entidades.
O, tal vez, podría simplemente cruzar al otro lado, dejándonos en paz. Pero
Edurne, estos rituales no eran realizados a la ligera. Si fue sellada, debió
ser por una buena razón.
Edurne asintió,
aunque su mente estaba en tumulto. El profesor le devolvió el pergamino,
advirtiéndole que tuviera mucho cuidado con cualquier decisión que tomara. Ella
lo agradeció y se despidió, consciente de que el peso de lo que debía decidir
ahora recaía completamente en sus hombros.
De regreso a casa,
Edurne se sintió más sola que nunca. Sabía que tenía que volver al sótano,
enfrentar la figura en el espejo y tomar una decisión. Pero cuanto más pensaba
en ello, más dudaba. ¿Y si liberar a esa mujer significaba liberar algo mucho
más oscuro? ¿Podría vivir con la culpa si algo terrible sucediera?
Cuando la noche
cayó, Edurne encendió varias velas en su apartamento, buscando un poco de luz en
medio de la oscuridad que parecía rodearla. Se sentó frente al pequeño espejo,
que ahora reflejaba un rostro que no era el suyo. La mujer en el espejo la
miraba con esa misma expresión suplicante, pero esta vez, había algo más en su
mirada, algo que hizo que Edurne dudara por un instante.
“No puedes confiar
en todo lo que ves”, pensó, recordando las palabras del profesor. Pero al mismo
tiempo, la angustia en los ojos de la mujer era tan palpable, tan real, que
Edurne sintió que la verdad era mucho más compleja de lo que cualquier
pergamino podía revelar.
Finalmente, tomó
una decisión. No podía dejar de lado la súplica de la mujer sin intentarlo al
menos una vez. Pero lo haría con cuidado, con toda la precaución que esta
situación exigía.
Edurne bajó al sótano
una vez más, con el pergamino en una mano y el pequeño espejo en la otra. Al
llegar a la sala circular, se dirigió directamente al gran espejo cubierto.
Retiró el paño y, por un momento, solo se vio a sí misma, como si todo lo
ocurrido antes no fuera más que una ilusión. Pero entonces, la figura de la
mujer apareció nuevamente, más nítida que nunca.
Edurne extendió el
pergamino frente al espejo, y las palabras antiguas comenzaron a resonar en su
mente, como si una voz invisible las susurrara en su oído. Siguió las
instrucciones del pergamino, pronunciando las palabras en voz baja, con una
mezcla de temor y esperanza.
El aire en la sala
se volvió denso, cargado de una energía que Edurne podía sentir en su piel. El
espejo comenzó a vibrar, y la figura de la mujer se acercó al vidrio, como si
intentara atravesarlo.
“Libérame...” El
susurro fue tan claro que Edurne casi soltó el pergamino. Pero se mantuvo
firme, repitiendo las palabras del ritual.
Y entonces, de
repente, el espejo estalló en mil fragmentos, lanzando una onda de energía que
la empujó hacia atrás. El aire se llenó de un silencio abrumador, mientras los
pedazos del espejo caían al suelo como hojas muertas.
Edurne se levantó
lentamente, el corazón latiéndole con fuerza. La figura había desaparecido, y
en su lugar, solo quedaban los fragmentos rotos del espejo. Pero algo había
cambiado. Lo sentía en el aire, en la misma atmósfera de la sala.
Había liberado
algo, de eso estaba segura. Pero, ¿qué exactamente? Solo el tiempo lo diría.
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