Capítulo
4: "El Espejo y la Sombra"
Los días pasaron y
el pequeño espejo que Edurne había colocado junto a su ventana parecía haber
cobrado vida propia. Cada mañana, al despertarse, encontraba que los reflejos
de la luz del sol creaban patrones diferentes en las paredes de su apartamento.
A veces eran simples destellos, otras veces formaban figuras que se desvanecían
antes de que pudiera descifrarlas del todo.
Una noche,
mientras se preparaba para dormir, Edurne notó algo extraño. La luz de la luna,
filtrándose a través de los edificios, proyectaba una sombra en la pared frente
a su cama. Pero esta sombra no correspondía a nada que estuviera en la
habitación. Era una silueta, vaga pero inconfundible, de una figura humana.
Se quedó inmóvil,
observando cómo la sombra se movía lentamente, como si alguien estuviera de pie
en la habitación, aunque no había nadie allí. El corazón le latía con fuerza,
pero no sintió miedo, sino una extraña mezcla de curiosidad y anticipación.
¿Qué estaba pasando en su hogar?
A la mañana
siguiente, decidió que tenía que entender qué estaba sucediendo. Volvió a la
tienda de antigüedades, llevando consigo el espejo. Al llegar, encontró la
tienda vacía, sin rastro del dueño ni de los objetos que la llenaban la última
vez que la visitó. Solo había una pequeña nota en el mostrador, escrita con una
caligrafía antigua y cuidada: "El espejo muestra lo que no se ve. Pero
cuidado, no todo lo que revela es lo que parece."
Confundida y con
más preguntas que respuestas, Edurne decidió regresar a casa. Esa noche, colocó
el espejo frente a la cama, para observar de cerca lo que sucedía cuando la
luna llenaba la habitación con su luz pálida. Al principio, todo parecía
normal, solo la luz reflejada en el espejo y las sombras que se movían con
suavidad en las paredes. Pero de pronto, la sombra volvió a aparecer, esta vez
más clara, más definida.
Era la figura de
una mujer, alta y delgada, que parecía mirar directamente a Edurne. No había
rasgos visibles, solo una silueta negra que se destacaba contra la pared
iluminada. Edurne sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, pero en lugar de
apartar la vista, se concentró en la figura, tratando de descifrar su origen.
De repente, la
sombra hizo un movimiento que la dejó sin aliento: levantó una mano y señaló
hacia la ventana. Edurne, temblando, siguió la dirección que indicaba. En el
alféizar, justo en el lugar donde había colocado la maceta con las semillas,
algo brillaba débilmente.
Con pasos lentos,
casi como si estuviera en un sueño, se acercó a la ventana y encontró un
pequeño objeto que antes no estaba allí. Era una llave antigua, oxidada por el
tiempo, que había aparecido de la nada. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Y qué
puerta podría abrir?
Edurne sostuvo la
llave en su mano, sintiendo el peso de lo desconocido. Algo le decía que esa
llave era la clave para entender el misterio que se había instalado en su vida.
Pero también intuía que, al usarla, abriría una puerta que quizás preferiría
dejar cerrada.
Esa noche, se
acostó con la llave bajo la almohada, como un amuleto que la conectaba a un mundo
más allá de lo visible. Las sombras en la pared se desvanecieron, pero Edurne
sabía que el misterio solo acababa de comenzar.
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