Capítulo
8: "Sombras Reveladas"
El amanecer trajo
consigo una calma engañosa. Edurne se despertó con el cuerpo pesado, como si el
sueño no hubiera aliviado en nada la tensión que llevaba dentro. Los recuerdos
de la noche anterior se arremolinaban en su mente: la figura en el espejo, la habitación
desconocida, la mano que la había señalado. Sabía que no podía seguir ignorando
lo que estaba ocurriendo, pero la incertidumbre sobre lo que debía hacer a
continuación la mantenía en un estado de inquietud constante.
Decidió tomarse la
mañana con calma, intentando recuperar algo de normalidad en su vida. Preparó
su desayuno habitual y se sentó en el sillón, mirando por la ventana los
tejados de la ciudad, pero sus pensamientos estaban en otro lugar. ¿Qué quería
de ella aquella figura? ¿Por qué la estaba señalando? ¿Era una advertencia, una
llamada, o algo más siniestro?
Mientras sorbía su
té, la respuesta llegó en forma de un ligero temblor en el espejo que tenía en
la sala. El pequeño espejo de la tienda de antigüedades, que ya había mostrado
signos de cambio, ahora vibraba ligeramente, como si respondiera a una fuerza
invisible. Edurne se acercó con cautela, observando cómo las grietas en el
vidrio parecían moverse, entrelazándose y formando un patrón que no había
notado antes.
Tomó el espejo en
sus manos, y al hacerlo, sintió un escalofrío que recorrió su cuerpo. Las
grietas habían tomado la forma de un símbolo, uno que le resultaba vagamente
familiar. Recordó los grabados en las paredes del sótano, los símbolos antiguos
que parecían contar una historia. Este era uno de ellos, un símbolo que había
visto en la sala circular.
Decidida a
entender más, Edurne decidió regresar al sótano, pero esta vez, llevó consigo
el espejo pequeño. Sentía que era la clave para desvelar el misterio que la
rodeaba. Bajó las escaleras con un paso decidido, y al llegar a la puerta del
sótano, la abrió sin vacilar.
La sala circular
estaba tal como la había dejado, con el espejo grande en el centro, cubierto
nuevamente por el paño. Pero al entrar, sintió que el ambiente había cambiado.
Era más denso, más cargado, como si la sala estuviera esperando su llegada.
Edurne se acercó
al espejo grande y, sin quitar el paño, sostuvo el pequeño espejo frente a él.
Las grietas en el vidrio comenzaron a brillar tenuemente, y de repente, sintió
un tirón, como si algo dentro del espejo intentara atraerla. Por un instante,
el aire a su alrededor pareció volverse líquido, y las paredes de la sala se
distorsionaron.
De repente, el
pequeño espejo reflejó no su propio rostro, sino la figura oscura que había
visto antes. Esta vez, los rasgos de la mujer estaban más definidos. Edurne
pudo ver que no era una sombra cualquiera, sino una persona con un rostro
marcado por la angustia, los ojos hundidos y la piel pálida. Pero lo que más la
impactó fue la expresión en los ojos de la mujer: no había odio ni amenaza,
sino una súplica desesperada, como si estuviera pidiendo ayuda.
La conexión entre
ambos espejos se intensificó, y Edurne sintió una oleada de emociones que no
eran suyas: miedo, dolor, arrepentimiento. Era como si el espejo estuviera
transmitiendo los sentimientos de la mujer directamente a su mente.
“Por favor,
ayúdame...”, susurró una voz en su cabeza, la misma voz que había escuchado en
la sala la noche anterior. “Libérame...”
Edurne se estremeció.
¿Libérala? ¿De qué? ¿O de quién? La figura parecía atrapada en algún tipo de
prisión, un lugar que el espejo reflejaba, pero que existía en un plano
diferente. Sintió una fuerte urgencia por hacer algo, pero no sabía qué.
De repente, la
figura en el espejo levantó una mano y apuntó hacia la pared de la sala, la
misma pared donde Edurne había notado los símbolos grabados. Giró hacia el
lugar que la mujer señalaba y vio, en uno de los grabados, el mismo símbolo que
había aparecido en el pequeño espejo.
Se acercó a la
pared y, guiada por un impulso que no comprendía del todo, presionó su mano
contra el símbolo. El grabado comenzó a brillar con la misma luz tenue que las
grietas en el espejo. De pronto, la pared vibró ligeramente, y un pequeño panel
de piedra se deslizó hacia un lado, revelando un compartimento oculto.
Dentro del
compartimento, encontró un pergamino antiguo, cuidadosamente enrollado y atado
con un lazo de cuero. Lo tomó con cuidado, sintiendo que este era el próximo
paso para desvelar el misterio. Mientras lo desataba, las palabras de la mujer
resonaban en su mente: “Libérame...”
Desenrolló el
pergamino, y aunque las palabras estaban escritas en una lengua que no
reconocía, las imágenes eran claras: un ritual, un sacrificio, y el espejo como
un portal entre dos mundos. Comprendió que el espejo había sido utilizado para
encarcelar algo, o a alguien, y que la figura que había visto no era un
espíritu maligno, sino una víctima de un destino cruel.
Edurne sabía que
había tocado algo mucho más profundo de lo que imaginaba. Y ahora, la decisión
de liberar o no a la figura del espejo recaía en ella. ¿Podría confiar en esa
súplica desesperada? ¿O estaría abriendo una puerta que nunca debería haber
sido abierta?
La sala, con sus
sombras y sus secretos, aguardaba su decisión.
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