jueves, 8 de agosto de 2024

Una sátira sobre el regreso del exiliado politico

 


El Gran Retorno del Político Peregrino

 

En una tierra lejana, donde los políticos exiliados encuentran refugio entre cómodos sofás y conferencias internacionales, vivía nuestro protagonista: Don Ambrosio Descaro. Famoso por su habilidad para prometer lo imposible y desviar lo inevitable, Don Ambrosio había sido un nombre insigne en las esferas del poder... hasta que la justicia decidió que sus malabares financieros no eran precisamente legales.

 

Un buen día, después de muchos años de autocondenado exilio en una villa con vistas al mar, rodeado de frutas tropicales y discursos virtuales, Don Ambrosio decidió que era hora de volver a su patria. Claro, no era por nostalgia ni por amor al terruño; más bien, las playas extranjeras habían perdido su encanto y las cuentas bancarias estaban pidiendo misericordia.

 

—Volveré —declaró con una sonrisa de suficiencia—. El pueblo me necesita.

 

Lo que Don Ambrosio convenientemente omitió mencionar fue la orden de detención que lo esperaba con la misma calidez que un témpano de hielo. La noticia de su regreso llegó a la patria como un huracán de risas y suspiros de incredulidad. Los ciudadanos, con un humor envidiable, organizaron apuestas sobre cuánto tiempo tardaría en ser esposado: algunos apostaban por minutos, otros por segundos.

 

El día del retorno llegó, y con él, una multitud de curiosos en el aeropuerto, periodistas en busca de la mejor foto y policías afinando sus esposas. Don Ambrosio bajó del avión con una bufanda tricolor y una sonrisa de marketing político. Sin embargo, al poner un pie en suelo patrio, fue recibido no por aplausos, sino por el chasquido inconfundible de unas esposas de acero inoxidable.

 

—¡Injusticia! —clamó Don Ambrosio, como si no hubiese leído los periódicos durante su exilio.

 

—Bienvenido a casa, Don Ambrosio —le dijo un agente con una sonrisa irónica—. Tiene una habitación esperándole, con todas las comodidades: rejas, uniforme y una cama dura como sus discursos.

 

El político, llevado a la comisaría, intentó recuperar su antiguo carisma, pero el único eco que encontró fue el del vacío de su celda. Desde su nueva residencia, Don Ambrosio siguió haciendo promesas grandilocuentes, aunque ahora sólo tenía como público a unos cuantos ratones y algún que otro guardia aburrido.

 

El pueblo, entre risas y alivio, volvió a sus quehaceres diarios, sabiendo que el país estaba un poco más limpio sin las sombras del exilio voluntario. Porque si algo había demostrado Don Ambrosio, era que, al final, todos los caminos conducen a casa... aunque esa casa tenga barrotes.

 


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