Capítulo
2: "Semillas de Cambio"
Edurne despertó
con la claridad del amanecer entrando por las altas ventanas de su apartamento.
Desde su cama, lo único que podía ver eran los tejados de la ciudad, un paisaje
monótono pero familiar que no ofrecía distracciones ni novedades. Era su pequeño
mundo en las alturas, un espacio donde nadie más que ella decidía lo que
entraba o salía.
Mientras se
preparaba el café, su rutina diaria le pareció repentinamente insípida. Con la
jubilación, los días se habían convertido en una serie de repeticiones interminables,
y aunque al principio disfrutaba del silencio, comenzaba a sentir que ese mismo
silencio la aplastaba. Sin embargo, Edurne no era de las que se dejaban vencer
fácilmente. No había llegado hasta aquí para caer en la trampa de la monotonía.
Con la taza en la
mano, se dirigió hacia la ventana. Los tejados de la ciudad se extendían hasta
el horizonte, como un océano gris y sin vida. Pero para Edurne, esos tejados
eran un símbolo de resistencia. Resistían el paso del tiempo, los inviernos
duros, las lluvias torrenciales. ¿Por qué no podía hacer lo mismo?
De repente, su
mirada se detuvo en una maceta vieja que había olvidado junto a la ventana. No
tenía ninguna planta en su interior, solo tierra seca y abandonada. Algo en esa
imagen la hizo reflexionar. A lo largo de los años, había dejado de lado tantas
cosas, proyectos y sueños que nunca se atrevió a plantar por miedo a que no
crecieran. Pero ahora, sin nada que perder, quizás era hora de arriesgarse.
Edurne decidió que
esa maceta vacía sería el primer paso para un cambio. No un cambio drástico o
dramático, sino algo pequeño, algo que le recordara cada día que aún podía
hacer cosas que importaran, aunque fuera solo para ella misma. Sin pensarlo dos
veces, fue a buscar las semillas que había guardado en algún cajón, las mismas
que siempre había pensado en plantar "algún día".
Ese día había
llegado.
En lugar de
quedarse a esperar, Edurne tomó una decisión. Llenó la maceta con nueva tierra,
plantó las semillas y la colocó en el alféizar de la ventana. No sabía si las
semillas brotarían, si vería algo más que tejados cuando mirara por la ventana,
pero eso no importaba. Lo importante era que estaba tomando el control, estaba
plantando algo real, algo que podía crecer.
Esa noche, Edurne
se acostó con la sensación de que algo había cambiado, no en el mundo exterior,
sino dentro de ella. La soledad y el silencio seguían allí, pero ahora eran un
lienzo en blanco, una oportunidad. No necesitaba llenar su vida de ruido o
compañía, sino de acciones que, aunque pequeñas, tenían un significado
profundo.
A veces, se dio
cuenta, la verdadera fuerza no estaba en hacer grandes cambios, sino en
decidir, día tras día, que uno no se ha dado por vencido.
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