Capítulo
7: "El Reflejo Oculto"
La mañana
siguiente, Edurne se despertó con la sensación de que había cruzado una línea
invisible, como si los límites entre su vida cotidiana y el misterio que la
rodeaba se hubieran desdibujado. Se sentía atrapada entre el deseo de descubrir
la verdad y el miedo a lo que pudiera encontrar.
No podía olvidar
la figura que había visto en el espejo del sótano, esa presencia oscura que
parecía conocerla, acecharla desde un rincón del pasado. Pero había algo en esa
visión que no podía dejar de lado, una especie de conexión que sentía
profundamente en su interior.
Durante el día,
trató de continuar con su rutina, pero su mente volvía una y otra vez a la sala
subterránea. Decidió investigar más sobre el edificio donde vivía. Quizás había
una historia, un secreto olvidado que pudiera arrojar luz sobre lo que estaba
ocurriendo. Se dirigió a la biblioteca de la ciudad, un lugar donde la historia
parecía respirar entre las estanterías de libros polvorientos y archivos
antiguos.
Pasó horas
revisando registros antiguos, planos y documentos sobre el edificio. Lo que
descubrió la dejó helada. El lugar donde ahora se alzaba su apartamento había
sido, hace más de cien años, un convento que había caído en desgracia por
razones nunca esclarecidas. En su momento, los rumores hablaban de prácticas
oscuras, rituales secretos y desapariciones inexplicables. El convento había
sido clausurado abruptamente, y el edificio actual se había levantado sobre sus
cimientos.
Uno de los
archivos mencionaba una habitación secreta en los sótanos, un lugar donde,
según las leyendas, las monjas realizaban ceremonias para comunicarse con el
"otro lado". El archivo también hablaba de un objeto especial, un
espejo, que era el centro de esos rituales.
Edurne sintió un
escalofrío recorrer su espalda. Todo encajaba demasiado bien: la llave, la
puerta en el sótano, el espejo y la figura que había visto. Estaba convencida
de que había tropezado con algo mucho más grande de lo que imaginaba, y ese
conocimiento la llenaba de una mezcla de fascinación y terror.
De regreso a casa,
la sensación de inquietud creció. Al entrar en su apartamento, notó que el
pequeño espejo que había comprado en la tienda de antigüedades ya no mostraba
solo una grieta. La grieta había crecido, extendiéndose como una telaraña a
través del vidrio, y desde algún lugar dentro de él, parecía emanar un ligero
pero constante murmullo, como si el espejo quisiera decirle algo.
Esa noche, Edurne
tomó una decisión. No podía seguir ignorando lo que estaba sucediendo. Si ese
espejo y el del sótano estaban conectados con el antiguo convento y con los
oscuros rituales que habían tenido lugar allí, entonces tenía que descubrir la
verdad, por muy aterradora que fuera.
Volvió al sótano
una vez más, esta vez con una determinación férrea. No tenía miedo; sentía que
el misterio la llamaba, exigiendo ser resuelto. Entró en la sala circular y,
sin dudarlo, se acercó al espejo. La figura oscura ya no estaba, pero el
reflejo mostraba algo nuevo.
En lugar de su
propia imagen, el espejo mostraba una habitación distinta, una que no
correspondía a ningún lugar que Edurne reconociera. Parecía una celda monacal,
con paredes de piedra desnuda, iluminada solo por la luz de una vela
parpadeante. Y en el centro de la celda, de espaldas a ella, una mujer con un
hábito oscuro estaba arrodillada, susurrando algo en un tono tan bajo que
Edurne no podía entender.
De repente, la
mujer en el reflejo se levantó lentamente, girando hacia Edurne. Su rostro
estaba cubierto por una sombra profunda, pero sus ojos brillaban con una intensidad
que la paralizó. La mujer alzó una mano, señalando directamente a Edurne, y en
ese instante, la conexión se cortó. El reflejo volvió a mostrar la sala
subterránea y su propia imagen, pero la sensación de ser observada, de ser
llamada, persistió.
Edurne retrocedió,
jadeante, sintiendo que el aire en la sala se había vuelto denso y pesado.
Había tocado algo más allá de la comprensión, algo que no debería haber sido
perturbado. Y ahora, el pasado, con toda su oscuridad, estaba extendiendo su
mano hacia ella, reclamando su atención.
Regresó a su
apartamento, pero sabía que el misterio no la dejaría en paz. Algo, o alguien,
la había señalado. Y sentía que la sombra del convento y sus secretos antiguos
no la soltarían hasta que ella encontrara lo que buscaban.
Esa noche, al
acostarse, Edurne supo que la línea que había cruzado no tenía vuelta atrás. Lo
que había comenzado como una simple curiosidad ahora era un laberinto de
sombras y reflejos que debía desentrañar, sin importar las consecuencias.
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