Capítulo
2: La Llave y el Laberinto
La noche había
caído sobre el pueblo, envolviéndolo en un manto de silencio inquietante.
Marta, con el diario antiguo en sus manos y la mirada de Alberto grabada en su
mente, sabía que ya no había marcha atrás. El aire parecía más denso, cargado
de una tensión que se colaba por las grietas de las ventanas y las puertas
cerradas.
A la mañana
siguiente, Marta decidió no asistir a la reunión del club. Sabía que Alberto y
los demás estarían esperando su regreso, quizás para ofrecerle más detalles
sobre "El Club de los Secretos", o tal vez para advertirle una vez
más que no se entrometiera en sus asuntos. Pero Marta tenía un plan propio.
Pasó gran parte
del día examinando el diario. Las páginas, llenas de notas crípticas y dibujos
enigmáticos, parecían contar la historia de un tesoro oculto, un secreto
ancestral que había sido guardado por generaciones. Había menciones a un
laberinto subterráneo bajo el pueblo, y a una llave que abriría la puerta a
algo que solo era referido como "El Ojo del Tiempo".
Mientras leía,
Marta no podía evitar sentir que cada línea la estaba arrastrando más
profundamente en un juego peligroso. El nombre de Alberto aparecía en algunas
de las entradas, junto con los nombres de otros miembros del club. Parecía que
todos ellos tenían un papel en esta búsqueda, pero el diario no mencionaba cuál
era el objetivo final. ¿Qué pretendían hacer con "El Ojo del Tiempo"?
¿Y por qué debía mantenerse oculto a toda costa?
Aquella tarde,
Marta decidió que era momento de buscar respuestas. Sabía que si iba al salón
comunitario, sería observada, así que decidió seguir una corazonada. Recordó un
comentario que había oído de pasada en una de las reuniones: "El faro no
ha sido encendido en años, pero sus cimientos esconden más de lo que
parece".
El faro se alzaba
solitario en el extremo del acantilado, vigilando las aguas turbulentas. Era un
lugar que muchos evitaban, ya que se decía que estaba maldito desde que el
último farero desapareció sin dejar rastro. Marta se dirigió allí al anochecer,
con el diario bien escondido en su bolso y una linterna en mano.
Al llegar, el faro
parecía aún más imponente y desolado de lo que había imaginado. La puerta
principal estaba cerrada con un candado oxidado, pero la curiosidad de Marta la
llevó a buscar una entrada alternativa. Rodeó el edificio hasta encontrar una
pequeña puerta lateral que crujió al abrirse. Dentro, el aire olía a humedad y
a historia olvidada.
Exploró cada
rincón del lugar, ascendiendo por la estrecha escalera en espiral hasta llegar
a la cima. Allí, donde la luz del faro había brillado una vez, encontró lo que
parecía ser una trampilla en el suelo, oculta bajo una gruesa capa de polvo. La
trampilla estaba sellada con un grabado que reconoció del diario: un ojo, con
una llave en su pupila.
Sabía que había llegado
al lugar correcto, pero no tenía idea de cómo abrir la trampilla. Frustrada, se
sentó a pensar, pasando las manos por las ranuras del grabado. Fue entonces
cuando notó una ligera vibración bajo sus dedos, como si algo dentro de la
trampilla respondiera a su toque.
En ese preciso
momento, escuchó un ruido abajo. Alguien había entrado al faro. Marta apagó su
linterna y contuvo la respiración, intentando no hacer ruido. Los pasos se
acercaban, y pronto escuchó una voz conocida.
—Marta, no tienes
que hacer esto sola. —Era la voz de Mercedes, la anciana del club que había
mencionado el descubrimiento en la primera reunión. Sonaba calmada, pero había
un tinte de urgencia en su tono—. No te detendremos, pero necesitamos que nos
escuches.
Marta, oculta en
las sombras, sabía que estaba en una encrucijada. Podía revelarse y escuchar lo
que Mercedes tenía que decir, o podría intentar abrir la trampilla sola y
descubrir lo que se ocultaba bajo el faro.
La llave estaba en
sus manos, y el laberinto esperaba. Pero ¿a quién podía confiar realmente? ¿Y
cuál era el verdadero peligro que acechaba tras el "Ojo del Tiempo"?
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