Capítulo
3: Sombras del Pasado
Marta se quedó
inmóvil, los ojos fijos en la trampilla y el oído aguzado para captar cada
sonido que llegaba desde abajo. Mercedes seguía hablando, su voz flotando en el
aire cargado de tensión.
—Marta, sé que
estás ahí. Lo que encuentres bajo esa trampilla no es solo un secreto; es una
carga. No estamos aquí para detenerte, sino para guiarte. Si decides seguir, no
habrá vuelta atrás.
El faro, con sus
muros antiguos y su atmósfera cargada de historia, parecía contener la
respiración junto a Marta. La linterna apagada en su mano temblaba ligeramente
mientras su mente trabajaba a toda velocidad. ¿Podía confiar en Mercedes? ¿Y qué
papel jugaba el Club de los Secretos en todo esto?
Finalmente, tomó
una decisión. Se levantó lentamente y, con una mezcla de precaución y
determinación, encendió la linterna de nuevo, apuntando hacia la trampilla.
—Estoy aquí
arriba, Mercedes —respondió con voz firme, intentando controlar el temblor en
su garganta—. Subiré, pero quiero respuestas.
Los pasos de
Mercedes resonaron en la escalera de caracol, acercándose cada vez más hasta
que finalmente la anciana apareció en la abertura de la torre. Llevaba una
expresión mezcla de tristeza y comprensión.
—Siempre supe que
serías tú, Marta. Desde el primer día que llegaste al pueblo, supe que no
serías como los demás —dijo Mercedes mientras avanzaba hacia ella con una
lentitud calculada.
—¿Qué significa
eso? —preguntó Marta, manteniendo una distancia prudente—. ¿Qué es "El Ojo
del Tiempo" y por qué estáis todos tan empeñados en mantenerlo oculto?
Mercedes suspiró
profundamente, como si estuviera a punto de soltar una carga que había llevado
durante décadas.
—El Ojo del Tiempo
no es un objeto, Marta. Es un portal, un pasaje que conecta nuestro mundo con
uno que no deberíamos explorar. Nuestros antepasados lo descubrieron por
accidente hace más de un siglo, cuando este faro aún brillaba para guiar a los
barcos. Desde entonces, hemos sido los guardianes de su secreto. El Club de los
Secretos no es más que el último eslabón en una cadena que se remonta a
generaciones. La llave que llevas no abre una puerta física, sino una puerta en
tu mente y en tu alma.
Marta la miró con
escepticismo, pero algo en la mirada de Mercedes le decía que la anciana no
estaba mintiendo. Había verdad en sus palabras, aunque la idea le resultara
inverosímil.
—¿Y qué hay en ese
otro mundo? —preguntó Marta, cada vez más intrigada.
—Cosas que no
podemos comprender, cosas que podrían destruirnos o darnos poder más allá de la
imaginación. Aquellos que lo cruzaron nunca volvieron igual, y algunos… nunca
volvieron en absoluto.
Mercedes avanzó
hasta la trampilla y pasó la mano por el grabado del ojo. Las líneas comenzaron
a brillar débilmente, como si respondieran a su toque.
—Lo que se
encuentra aquí abajo es solo el principio. Debes decidir si quieres seguir
adelante y enfrentarte a lo que venga, o cerrar esta puerta para siempre y
vivir en paz, aunque sea una paz engañosa.
Marta sintió el
peso de la elección sobre sus hombros. Las palabras de Mercedes resonaban en su
mente, y la curiosidad que había guiado su vida como detective ahora se
enfrentaba a un dilema moral que nunca había anticipado. ¿Estaba dispuesta a
arriesgar su cordura y su vida por respuestas que podían ser demasiado
peligrosas? ¿O debería retroceder, dejar el pasado enterrado y vivir el resto
de sus días en la tranquilidad que había buscado al llegar al pueblo?
Mercedes la
observaba en silencio, esperando su respuesta, mientras la luz de la trampilla
parecía intensificarse, como si el portal estuviera cobrando vida, ansioso por
revelar sus secretos.
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