La historia del
chisme y su rol en la evolución humana
"Quienes ganan con la lucrativa industria del chisme pueden
quedarse tranquilos: el negocio seguirá funcionando porque está apoyado en las
firmes patas de la evolución. Según numerosos estudios, el interés por lo que
hacen los demás miembros de la ´tribu´ está fuertemente condicionado por la
historia de la evolución humana".
Así inicia su informe sobre "El chisme y la relación con lo
consciente", el investigador Esteban Magnani. Fue publicado por el suplemento
Futuro, especializado en temas científicos del diario Página 12 y da cuenta de
que, según "la mayoría de los especialistas, la inteligencia social fue
una de las primeras especializaciones que apareció en la relativamente
rudimentaria mente humana, algo que puede rastrearse también en especies de
primates".
"Su importancia -indica Magnani- parece haber sido clave para
que cada individuo pudiera analizar posibles alianzas, anticiparse a los
competidores y, sobre todo, asegurarse algún compañero para la reproducción.
Los chismes, la información secreta o semisecreta sobre pares, es una
herramienta fundamental de este tipo de inteligencia, ya que da información
sobre su protagonista, sobre quien lo transmite y sobre la relación de
confianza entre este último y quien lo recibe, entre otras cosas".
Es cierto que la relación entre comportamientos humanos
universales (es decir, que trascienden las fronteras culturales) y la evolución
tiene algo de tautológica: si son universales deben haber estado condicionados
por la evolución; como están condicionados por la evolución, tienen que
representar una ventaja adaptativa; como tiene que haber una ventaja adaptativa
es necesario que ésta exista.
Con todos esos preconceptos en la mirada es probable que algo
aparezca frente a los ojos. Hecha esta salvedad, vale la pena conocer la
evidencia que permite sostener la hipótesis de que el chisme, entre otros
comportamientos sociales, extiende sus raíces en la especie humana desde hace
millones de años.
DECONSTRUYENDO
AL HOMBRE
Mucho se ha hablado sobre el “eslabón perdido” que parece haber
conectado a las especies humana y de los chimpancés hace unos 6 millones de
años, aunque sus restos fósiles siguen sin encontrarse. Esta relación permite
suponer que estudiando a los chimpancés actuales, cuyo ADN es similar en un 99
por ciento al de los humanos, se puede conocer mejor a nuestros antepasados y
sus estrategias de supervivencia.
Los chimpancés, como los hombres, dedican mucho tiempo al
mantenimiento de sus relaciones sociales e incluso la proporción respecto de
otras actividades crece junto con el número de miembros de la tribu. Diversas
observaciones sobre el comportamiento de los chimpancés, tanto en la naturaleza
como en los zoológicos, demuestran que la atención sobre la red social es una
de sus prioridades.
Por citar un solo ejemplo, un estudio realizado en el zoológico de
Arnhem, Holanda, por el “primatólogo” holandés Franz de Waal, reveló las
sutilezas maquiavélicas de las que son capaces estos primates durante la competencia
por el liderazgo del clan. Durante dos meses el macho dominante y aquel que
intentaba destronarlo utilizaron todo tipo de recursos para lograr sus
objetivos.
Luit, el que intentaba transformarse en líder y disponer de esa
manera de las hembras, intentó ganarse el favor de estas últimas cada vez que
el macho dominante, Yerouen, no se encontraba a la vista, mientras que las
ignoraba cuando éste volvía a aparecer. Ante la falta de lenguaje, estas
alianzas y maniobras obviamente se traducían en acciones concretas, sobre todo
las caricias que acompañan al despiojamiento de un compañero y que son tan
característicos de la especie.
Por otro lado, la política de alianzas incluía a un tercer macho,
a quien Luit le daba confianza para que dejara su rol pasivo y se hiciera
visible para las hembras. De esta manera generó conflictos constantes en el
clan que desgastaron al líder hasta que finalmente logró ocupar su posición,
momento en el que se transformó en un ser más tranquilo y estable. Así Yerouen,
el anterior líder, quedó relegado a un puesto muy bajo dentro de la tribu,
hasta que, a su vez, logró elaborar las estrategias que le permitieron
recuperar su liderazgo.
Más allá de la posible antropomorfización a la hora de describir
las conductas, las estrategias adoptadas permitieron ubicar las relaciones
entre los chimpancés: las hembras sofocaban sus gritos al copular con los
machos no dominantes, los machos competidores dedicaban mucho más tiempo que
antes al despioje mutuo, o Luit apoyaba al más débil en los conflictos,
probablemente para hacerlos durar más.
Evidentemente los estatus que cada uno ocupaba en la red social y
la correcta lectura sobre la distribución del poder resultaba vital para saber
cuándo estaba en peligro y, por ejemplo, conocer con anticipación qué ocurriría
con los demás en caso de un enfrentamiento directo con algún otro miembro de la
tribu.
El caso anterior sirve para comprender mejor la importancia de
controlar o al menos prever las conductas ajenas para asegurar cuestiones
claves como la supervivencia y la reproducción.
A lo largo de la historia evolutiva, quienes hayan rechazado saber
sobre la vida de los demás por algún prurito o por falta de la más básica
curiosidad deben haber quedado aislados y carentes de información que puede
haber resultado útil en momentos de conflicto, seducción o de toma de
decisiones.
Según algunos investigadores, como el arqueólogo Steven Mithen,
incluso hay suficiente evidencia acerca de que el desarrollo del lenguaje
estuvo fuertemente estimulado por la necesidad de expandir las posibilidades de
establecer vínculos sociales que resultaban imprescindibles. ¿Qué queda en los
seres humanos modernos de este tipo de comportamiento? A juzgar por el tiempo
que se dedica al cotilleo de pasillo en escuelas, lugares de trabajo, cárceles
o programas de televisión, no debe ser poco.
EL
IRRESISTIBLE ENCANTO DEL CHISME
El atractivo de la información sobre otros, preferiblemente
secreta y truculenta, resulta irresistible. La evidencia de numerosos estudios
puede convencer aun a quien no tenga suficiente autoconciencia como para
detectarla en el propio comportamiento.
Hay determinadas historias que atrapan a quien las escucha y es
por eso que el hombre moderno, por mucho recelo que tenga, no puede evitar
mantener el televisor encendido frente a los truculentos detalles íntimos sobre
alguien que no conoce y que, a priori, no parecen enriquecer en nada sus vidas.
De alguna manera el chisme es el lugar en que se cruzan los medios
masivos de comunicación y restos de la forma en que evolucionaron nuestras
mentes a lo largo de millones de años.
Pero, si bien puede entenderse tanta curiosidad sobre miembros
conocidos del clan, ¿por qué puede resultar relevante el conocimiento sobre
desconocidos? Varias respuestas son posibles. Por un lado está el reflejo
evolutivo ya descripto de interesarse por los demás.
Por el otro, estudiar comportamientos de desconocidos puede
brindar información sobre respuestas aceptadas o condenadas a nivel social que
guían el propio comportamiento y dan mayor previsibilidad a la interacción.
Por ejemplo, las historias sobre otros “machos” modernos que
sorprenden a su pareja in fraganti puede ejercer un importante efecto
preventivo que acciona sobre el instinto de conservación. De la misma manera,
el conocimiento sobre las estrategias de individuos exitosos puede servir para
modelar la propia conducta.
Un estudio de la psicóloga belga Charlotte de Backer indicaba que
los jóvenes se interesaban por las celebridades de su generación sobre todo
para buscar estrategias de éxito, de la misma manera que nuestros antepasados
las buscaban en los líderes de las tribus.
Tal vez eso explique determinadas modas iniciadas por un famoso, o
que resulten tan exitosos los videos de gimnasia de Cindy Crawford o las
opiniones sobre los demás que tienen los miembros del Gran Hermano, a quienes
prácticamente ningún televidente conoce personalmente.
Por otro lado, tener o no información sobre la interna de Boca
puede determinar el resultado de un intercambio casual con un vecino o,
incluso, con el propio grupo de pertenencia, en el que circulará luego otro
tipo de información clave.
Entre las múltiples utilidades del chisme se cuenta la de permitir
lazos con quienes comparten estos secretos, que pueden servir como prueba, por
ejemplo, de aceptación del grupo. También pueden servir para marcar la conducta
desviada y lo moralmente cuestionable, según demuestran otros estudios sobre
grupos particulares.
Incluso una investigación llevada a cabo por el biólogo Robert
Trivers, de la Universidad de Rutgers, en EE.UU., muestra que debe existir
cierta reciprocidad en el mercado de los chismes: aquellos a quienes se confían
chismes pero no brindan algo equivalente suelen ser descartados en el futuro.
QUE,
QUIEN Y COMO
El psicólogo evolutivo Frank T. McAndrew cuenta en una reciente
nota publicada en Scientific American que realizó un estudio sobre la
circulación de los chismes en un college. El objetivo era conocer lo que más
interesaba a jóvenes de 18 años acerca de otras personas y lo que, a su vez, se
daría a conocer. El resultado era previsible: en cuestiones de género y edad la
información sobre pares resulta mucho más interesante, lo que se explica
evolutivamente porque se trata de información sobre competidores directos.
Este y otros estudios llegaron a las mismas conclusiones acerca de
los chismes más irresistibles: en primer lugar están, obviamente, aquellos que
refieren a los rivales, la pareja, compañeros y los líderes que tienen poder
sobre nuestras vidas.
Los chismes de estos últimos o de quienes en general gozan de un
estatus superior pueden resultar especialmente significativos, sobre todo si
implican un traspié, ya que pueden hacerlos caer en la escala y transformarlos
nuevamente en competidores.
Según McAndrew, un “ascenso” de aquel que ya estaba por encima de
uno en la escala social tiene menos interés probablemente porque no sirve como
munición en caso de enfrentamiento, mientras que sí podría serlo un escándalo o
un tropiezo de esa misma persona. Cuando se trata de un chisme sobre un aliado,
lo que más interesa es su éxito, algo que puede redundar en provecho propio.
Por último, McAndrew cuenta que los patrones de comportamiento
cambian según el género. Las mujeres están “obsesivamente” inclinadas por las
historias sobre personas de su mismo sexo en una proporción mucho mayor que los
hombres y ellas tienden a compartir esa información más con otras mujeres,
mientras que los hombres tienden a hacerlo con su pareja.
LA
CULPA NO ES DEL CHISME SINO DE QUIEN LE DA DE COMER
En definitiva, el chisme, el relato sobre la vida ajena, parece
ser más una estrategia que acompaña a la humanidad desde sus comienzos que una
patología del comportamiento de ciertos individuos. Suelen ser acusados de
causar conflictos, pero en realidad, al menos desde la perspectiva evolutiva,
sólo constituyen la munición que permite definir rivalidades previas.
Es una suerte de mercado negro y subterráneo de armas. Quienes
quieran marginarse de su uso probablemente generen su propio aislamiento e
indefensión, mientras que quienes no midan en nada sus palabras pueden terminar
de la misma manera: el equilibrado uso es lo único que permitirá el éxito social.
Los comportamientos de personajes públicos, como una patinadora
que juega el juego del rating a conciencia (o no...), en muchos casos
aprovechan el morbo del televidente por entender hasta dónde puede llegar la
estupidez humana, el exhibicionismo, o despiertan interés por los códigos
televisivos que se pretenden representativos de lo social y a su vez lo
construyen.
Son información que parece y puede ser realmente valiosa en el día
a día. Así que ya sabe, estimado lector: la culpa de que no pueda apagar el
televisor cuando aparezcan las disputas entre una patinadora y un “jurado” del
certamen, aun cuando parezcan insultar la inteligencia humana, es del primate
que llevamos dentro.
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