jueves, 23 de agosto de 2018

¿Esto es Humanidad?



"Nos están cazando como animales y llevando al desierto"

Suena el teléfono. Al otro lado de la línea, Pambou pide ayuda. «Vienen a por nosotros. Nos están cazando como animales», grita asustado. Se corta la llamada. Tres horas después, Pambou vuelve a llamar, esta vez lo hace por Whatsapp. «Me han cogido mientras salía a comprar algo de agua y pan. Les he dicho que tenía papeles y no ha servido de nada. Estoy en el autobús con muchos de mis hermanos. Nos llevan al desierto para dejarnos allí abandonados». Pampou nació en Guinea Conacry, pero lleva cuatro años viviendo en Tánger. Tiene permiso de residencia en Marruecos y está trabajando en una empresa de descarga de camiones. Las fuerzas auxiliares marroquíes lo detuvieron hace cinco días. Nadie ha vuelto a saber nada de él.

Hace una semana, otro chico de Camerún mandaba una fotografía en la que se veía su muñeca derecha esposada a la de otro subsahariano. Al preguntarle qué había ocurrido, el camerunés envió un vídeo desde las últimas filas de un autobús. «Quiero saludar a mi familia para contar lo que ha pasado hoy en Marruecos. Hay un autobús de 90 plazas lleno de camaradas. Nos han detenido, tanto a los que tienen papeles como a los que no; a los que tienen visa de tres meses y sólo llevan 15 días como a un hermano de Costa de Marfil. La policía pega a la gente sin motivo, rompen pies y dicen que nos van a llevar a Tiznit (una pequeña ciudad a 800 kilómetros al sur de Tánger). Os mantendré informados».

Para proteger la identidad del chico del vídeo le vamos a llamar Eric. Lleva siete años sobreviviendo en Tánger, sin papeles, y ya se le ha quitado la idea de ir hacia Europa. Por lo menos en patera. Ahora quiere hacer el viaje a la inversa, volver a Camerún para grabar la ruta migratoria hasta Marruecos y luego presentarlo en forma de documental. Temió que su proyecto se esfumase cuando la policía marroquí le cogió en la Medina de Tánger. Después le esposaron y le metieron en un autobús. Aunque, en su caso, ha tenido algo más suerte que Pampou, el chico guineano. En Tiznit, Eric tenía los suficientes dírhams (moneda marroquí) para pagarse un billete hasta Rabat. En la capital del reino alauí, una amiga le compró otro billete de vuelta a Tánger. «A los que nos cogen en las ciudades nos llevan hasta Tiznit y después casi siempre volvemos. Pero a los que pillan a punto de embarcarse en una patera, les dejan en Dakhla, en el Sáhara, a más de 2.000 kilómetros», cuenta hoy Eric desde su casa en la ciudad del Estrecho.

La luz verde del mensaje privado de Facebook no deja de encenderse. Cada día, algún africano pide ayuda para poder volver a Tánger. Escriben después de que la policía marroquí les dejara tirados en algún paraje al sur del país. «Hace un mes nos estaban presionando para que fuéramos hacia España, mirando para otro lado cuando salían pateras. Ahora no nos dejan en paz, no podemos salir a la calle porque nos detienen», denuncia un chico senegalés, menor de edad, al que cogieron hace tres días en los bosques próximos a la valla de Ceuta.

Desde Rabat ya han reaccionado a la crisis migratoria, a su manera: con batidas masivas y violentas en los barrios y bosques donde habitan los inmigrantes. Han empezado a actuar después de que, a principios de agosto, la Comisión Europea se comprometiera a ayudar a Marruecos para controlar la presión migratoria en el norte de África. Hace una semana, el compromiso se cerró tras el encuentro entre Pedro Sánchez y Angela Merkel en Doñana. Bruselas va a repartir al reino de Mohamed VI 130 millones de euros para blindar sus fronteras, tanto terrestres como marítimas. Y el gobierno de Sánchez será el intermediario en la operación. «Marruecos desempeña papel importante en inmigración, pero además es un socio con el que queremos fomentar el desarrollo económico», dijo la canciller alemana. «Para que los inmigrantes no salgan por mar necesitamos más barcos, lanchas y helicópteros. Todos equipados con una tecnología para detectar las pateras con la que ahora no contamos», explicaban a este periódico fuentes de Interior del reino. «Todo lo que hacemos es para debilitar a las mafias que trafican con los inmigrantes. A las personas que cogemos las llevamos a sitios donde estarán mejor», se justifican. El jefe de la seguridad marroquí, Abdelouafi Laftit, mantuvo una reunión sobre el control migratorio el 12 de agosto en Tánger con su homólogo español, el ministro Fernando Grande-Marlaska, horas antes del partido de la Supercopa de España.

Mientras llegan los millones de Bruselas (que podrían aprobarse oficialmente en septiembre, durante la cumbre de los líderes europeos en Salzburgo), el gobierno marroquí ya ha dado orden a sus fuerzas auxiliares (45.000 paramilitares repartidos por todo el país) para que no cesen las redadas a los inmigrantes, con la idea de alejarlos lo más posible de las zonas de costa desde donde salen en pateras hacia la península. «Después de que Europa acusara a Marruecos de estar levantando la mano, nos están haciendo redadas todo el tiempo en nuestros barrios», protestan los subsaharianos que viven en los barrios tangerinos de Boukhalef y Mesnana. «Nos han llevado a tantos al sur de Marruecos (Tiznit) que esa zona está desbordada y ya nos están soltando a 100 kilómetros de Tánger». Estos días, entre los subsaharianos circulan vídeos de cómo compañeros suyos han conseguido escapar del autobús en marcha lanzándose a la carretera.

También se ha confirmado la primera muerte durante estas redadas, la de Moumoune, un jóven de 16 años de Costa de Marfil, que se encontraba en un mercado de Tánger cuando fue detenido. No se había vuelto a saber nada de él hasta que su cuerpo apareció el jueves en la morgue.

Las redadas continúan a diario en el noreste de Marruecos, en los campamentos de los inmigrantes en los alrededores de la ciudad de Nador, a 16 kilómetros de Melilla. Hace unos días, fuentes policiales de Tánger reconocieron a la Agencia EFE que, en la primera semana de agosto, habían sido expulsados entre 1.200 y 1.500 subsaharianos a otras regiones del país. Organizaciones como la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH), hablan de más de 2.000 detenciones. «El bosque de Bekoya, en Nador, donde se encuentran campamentos de migrantes, fue atacado por las fuerzas auxiliares. Hay docenas de arrestos y destrucción casi total de los campamentos. La Guerra contra los migrantes continúa y las violaciones se multiplican», escribían el miércoles en Facebook la AMDH de Nador. «¿Esto es lo que quiere Europa? Nunca habíamos visto tantas redadas en tan poco tiempo», critica Omar, portavoz de la asociación.

Desde el barrio de Mesnana, al norte de Tánger, los guineanos Amadou y Ben explican que desde hace 10 días las calles están tomadas por las fuerzas auxiliares. Ellos han retrasado la salida en una barca hinchable por el Estrecho que tenían planeada para esta semana. «No podemos más. En Marruecos nadie nos quiere, nos tratan peor que a la mierda», denuncian. Tan sólo el miércoles, 524 personas fueron rescatadas en 12 pateras en el Estrecho y en el Mar de Alborán. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), desde enero hasta el 12 de agosto, 25.101 inmigrantes han arribado por mar a las costas andaluzas y 308 personas se han ahogado en el intento. Ahora, Marruecos, con los bolsillos llenos por Europa, tratará de blindar el norte del país usando la fuerza. Algo que no amedrenta a los subsaharianos. Ellos lo siguen teniendo claro: «No hemos hecho más de 5.000 kilómetros, sufrido palizas y enterrado a decenas amigos en el desierto para quedarnos aquí».

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