Capítulo
1: El Club de los Olvidados
En la Residencia
Las Magnolias, los pasillos olían a colonia barata y desinfectante. Un silencio
casi reverencial reinaba por las mañanas, pero a las once en punto, el comedor
se convertía en el escenario de una orquesta sinfónica de sillas chirriantes y
cucharas contra platos de sopa. Entre risas a medio camino entre la broma y la
resignación, los más veteranos se preparaban para su evento favorito: la
tertulia de después de la comida.
Don Julián, un
hombre que aparentaba más de lo que era, estaba sentado en su silla de ruedas,
con la mirada fija en la ventana. Todos los días hacía el mismo recorrido
mental, preguntándose cómo había terminado allí. Su hija solo venía en Navidad,
y eso si le sobraba tiempo. El viejo Julián había aprendido a convivir con la soledad...
hasta que apareció Maruja.
Maruja tenía el
doble de energía de cualquier persona de su edad. Había llegado a Las Magnolias
hacía solo un mes, pero ya había revolucionado a todos con su risa contagiosa y
su costumbre de aparecer con una flor en el pelo. Aquella mañana, Maruja
empujaba su carrito lleno de pastillas para repartir, pero cuando vio a Julián
en la ventana, se detuvo con un resoplido teatral.
—¡Venga, Julián,
deja de mirar por esa ventana como si esperases a Godot! —exclamó, chocándole ligeramente
el brazo.
—No espero a
nadie, Maruja. Mi única visita es la enfermera y eso cuando no tiene nada mejor
que hacer —respondió Julián, soltando una carcajada amarga.
Maruja se agachó
frente a él, su sonrisa ahora más suave.
—¿Sabes lo que te
hace falta? —le dijo con picardía— Un poco de aventura.
Julián la miró con
escepticismo.
—¿Aventura? ¿Aquí?
A lo máximo que llego es a una partida de dominó con Don Ernesto, y siempre me
gana haciendo trampa.
Maruja se levantó
con la dignidad de una reina.
—Es que no sabes
mirar, Julián. En esta residencia pasan cosas más interesantes de lo que crees.
Julián arqueó una
ceja, curioso, aunque fingía desinterés.
—¿Ah, sí? Como
qué.
Maruja le lanzó
una mirada traviesa.
—Te lo contaré en
el almuerzo. Pero vete preparando, porque puede que termines bailando como en
los viejos tiempos.
Y con ese
comentario, se alejó con su carrito, dejando a Julián con una mezcla de
curiosidad y nostalgia.
Aquella tarde, el
comedor se llenó como siempre, pero los murmullos parecían más animados de lo
normal. Algo flotaba en el ambiente, algo que había despertado la chispa en los
ancianos de Las Magnolias. Y Julián no podía dejar de pensar que, tal vez,
Maruja tenía razón. Quizás, en este rincón olvidado, aún quedaba espacio para
una última aventura.
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