Capítulo
5: El Ojo de la Oscuridad
Álvaro no podía
apartar su mente de lo que había visto bajo la plaza del Castillo. Mientras
caminaba por las calles de Pamplona, el bullicio habitual de la ciudad parecía
un lejano eco comparado con la intensidad de los secretos que acechaban bajo
sus pies. La figura de Eduardo Zabalza, inerte en aquella losa de piedra, y las
palabras de las figuras encapuchadas resonaban en su cabeza. "Vosotros
sois los siguientes." ¿Qué significaba todo aquello? ¿Qué relación tenía
él con ese ritual macabro?
De vuelta en su
despacho, Álvaro desplegó el libro antiguo sobre la mesa una vez más. Aquel
símbolo en el suelo, los ritos grabados en las paredes de las cloacas, las
figuras encapuchadas... todo apuntaba a algo más antiguo y más oscuro de lo que
había imaginado. No podía enfrentarse a esto solo, y aunque Sara había sido de
gran ayuda, necesitaban más información. Decidió contactar con un viejo amigo,
Mateo, un experto en ocultismo y sociedades secretas.
Mateo no tardó en
llegar a la oficina de Álvaro. Llevaba una chaqueta de cuero gastada y una
expresión que indicaba que estaba acostumbrado a lidiar con lo desconocido.
Después de escuchar la historia, Mateo frunció el ceño.
"Esto no es
solo una orden secreta cualquiera", dijo mientras revisaba el libro con
ojos agudos. "Lo que has descrito suena a una de las órdenes más antiguas
de Europa, conocidas por sus rituales de poder... y sacrificios. Se dice que
controlaban no solo Pamplona, sino muchas otras ciudades desde las
sombras."
Álvaro sintió un
escalofrío recorrer su espalda. "¿Sacrificios? ¿Qué tipo de
sacrificios?"
Mateo cerró el
libro lentamente y lo miró a los ojos. "Humanos, Álvaro. Si Zabalza está
ahí, es porque probablemente fue uno de ellos."
La conversación
fue interrumpida por un repentino ruido en la puerta. Sara entró
apresuradamente, su rostro pálido y sus manos temblando.
"Álvaro,
tenemos un problema. Mientras revisaba los planos antiguos de la ciudad,
descubrí algo más. Hay una entrada bajo la catedral de Pamplona que conecta
directamente con las cloacas, y parece que ha sido utilizada
recientemente."
Los tres
intercambiaron miradas de preocupación. Si alguien había estado usando esa
entrada, significaba que los encapuchados seguían activos y que el círculo aún
no se había completado.
Decidieron no
perder tiempo y dirigirse a la catedral esa misma noche.
La oscuridad se
había apoderado de la ciudad cuando llegaron a la entrada secreta detrás de la
catedral. Mateo usó una vieja llave que había conseguido en uno de sus muchos
contactos, y la puerta se abrió con un crujido escalofriante. Bajaron por una
escalera de piedra que parecía descender eternamente en las profundidades de la
tierra. A medida que avanzaban, la temperatura bajaba, y el aire se volvía
denso y húmedo.
Finalmente,
llegaron a un pasillo que conectaba con las cloacas. Las inscripciones en las
paredes eran similares a las que habían visto antes, pero esta vez, algo era
diferente. Había símbolos adicionales grabados sobre las antiguas escrituras
latinas, símbolos que Mateo reconoció inmediatamente.
"Este es un
sello protector", murmuró Mateo mientras pasaba los dedos por las marcas.
"Pero está incompleto. Alguien o algo lo ha roto."
De repente, el
sonido de pasos resonó en el túnel. Los tres apagaron sus linternas y se
ocultaron en las sombras. A lo lejos, pudieron ver una figura encapuchada
caminando lentamente por el pasillo, con una linterna de aceite en la mano. Sus
movimientos eran lentos, meticulosos, como si estuviera esperando algo.
Álvaro contuvo la
respiración mientras la figura pasaba junto a ellos. Podía sentir su corazón
latiendo con fuerza en el pecho, pero la figura no parecía notar su presencia.
Cuando la figura desapareció por una bifurcación en el túnel, los tres salieron
de su escondite.
"Tienen algo
planeado", susurró Sara. "Pero no sabemos qué."
Álvaro miró a
Mateo, quien asintió. "Si quieren completar el círculo, tienen que hacerlo
pronto, probablemente durante la próxima luna llena. Eso nos da solo unos
días."
Siguiendo los
pasos de la figura, llegaron a una sala amplia, similar a la cámara que habían
encontrado bajo la plaza del Castillo. Pero esta era diferente. En el centro de
la sala, había una enorme piedra negra con inscripciones aún más antiguas que
las que habían visto antes. Mateo se acercó a la piedra, fascinado por los símbolos
que cubrían su superficie.
"Esto... esto
no es de este mundo", murmuró. "Estas marcas no son humanas. Este
lugar es más antiguo que Pamplona misma."
Álvaro sintió una
mezcla de miedo y curiosidad. ¿Qué era esa piedra? ¿Qué papel jugaba en los
rituales de la orden secreta? De repente, las inscripciones comenzaron a
brillar con una luz tenue y azulada, similar a la que habían visto en la cámara
de Zabalza.
"Algo está
despertando", susurró Sara, retrocediendo.
De repente, el
suelo comenzó a temblar levemente, y las inscripciones en la piedra brillaron
con mayor intensidad. Álvaro pudo escuchar nuevamente ese susurro en el aire,
como si la piedra misma estuviera hablando en un idioma que él no podía
entender.
Mateo dio un paso
atrás. "Nos están llamando... pero no de la manera que imaginamos."
Antes de que
pudieran reaccionar, las paredes de la sala comenzaron a cerrarse, y de las
sombras emergieron más figuras encapuchadas. Esta vez, no estaban solos. Los
ojos de Álvaro se abrieron de par en par al ver que entre ellos había figuras
que no eran humanas. Eran sombras deformes, criaturas que parecían surgir de
las mismas entrañas de la tierra.
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