Capítulo
3: El Susurro de las Profundidades
Álvaro no podía
apartar la vista de la puerta de hierro. El frío metal parecía absorber la luz
de su linterna, proyectando sombras aún más oscuras sobre el suelo. Sabía que,
al otro lado, se escondía una verdad oculta durante siglos. Respiró hondo,
decidió forzar el candado y con un golpe seco, la puerta se abrió lentamente
con un chirrido que reverberó en los túneles.
El aire del otro
lado era denso, casi opresivo, como si no hubiera circulado en años. Un
escalofrío recorrió su espalda cuando vio que la sala a la que accedía estaba
mucho más antigua que el resto de las cloacas. Las paredes estaban cubiertas de
musgo, y el suelo de piedra, ligeramente inclinado, descendía hacia el
interior, como si lo llevara cada vez más lejos de la superficie y más cerca de
los secretos más oscuros de la ciudad.
Caminó con
cautela, iluminando cada rincón con su linterna. De repente, un susurro suave y
casi imperceptible lo detuvo en seco.
“Álvaro…”
El joven abogado
dio un respingo y apuntó su linterna hacia todas direcciones, pero no había
nadie. El sonido no parecía haber venido de ningún lugar específico, sino de
todas partes a la vez. Tragó saliva y avanzó, convencido de que su mente le
jugaba una mala pasada.
Conforme bajaba
por el pasillo, notó algo extraño en el ambiente. Las paredes no solo estaban
cubiertas de inscripciones latinas, sino que las figuras talladas parecían
moverse ligeramente a la luz de la linterna. Los símbolos parecían cobrar vida,
como si fueran una advertencia de lo que estaba a punto de descubrir.
Al final del
corredor, una pequeña sala circular se abrió ante él. En el centro, una especie
de altar de piedra, cubierto de polvo y rodeado de estatuas de figuras
encapuchadas, idénticas a la que había visto la noche anterior. Sobre el altar
descansaba un libro viejo, cuyas páginas parecían tan frágiles como antiguas.
Álvaro se acercó
lentamente, el eco de sus pasos resonando en la cámara. Apenas rozó el libro
con la punta de los dedos cuando una ráfaga de aire frío atravesó la sala,
apagando su linterna.
En la oscuridad
absoluta, volvió a escuchar el susurro. Esta vez más claro.
“Te advertimos… no
sigas…”
Su corazón
martillaba en su pecho, pero algo en su interior lo empujaba a continuar. Con
manos temblorosas, abrió el libro. En sus páginas amarillentas, encontró
dibujos de los túneles que conectaban Pamplona, pero había algo más, algo que
no había visto en los otros mapas: un gran círculo en el centro de la ciudad,
bajo la plaza del Castillo, marcado con un símbolo que no reconocía. A su
alrededor, pequeñas figuras humanas en distintas posiciones, como si fueran
parte de un antiguo ritual.
De repente, sintió
una presencia detrás de él. El aire a su alrededor se volvió gélido, y el
susurro se transformó en un murmullo frenético. Se dio la vuelta, con el libro
aún en sus manos, y vio a la misma figura encapuchada de antes, pero esta vez
estaba acompañada de otras dos, que aparecían desde las sombras.
"Has llegado
demasiado lejos", dijo la figura central, su voz retumbando como un eco en
la piedra. "Este lugar no está destinado para ti, y ahora pagaremos el
precio por lo que has descubierto."
Álvaro retrocedió,
sintiendo cómo las paredes parecían cerrarse sobre él. Quiso correr, pero sus
piernas se sentían pesadas, como si el aire mismo lo atrapara. En ese instante,
uno de los encapuchados extendió una mano pálida y esquelética hacia él. El
tacto era frío como el hielo, pero en lugar de dolor, sintió una visión oscura
apoderarse de su mente.
Vio imágenes
rápidas, caóticas: personas caminando por las calles de Pamplona, sin saber que
justo debajo de ellas, estas figuras sombrías mantenían reuniones secretas en
las profundidades. Vio cómo algunos de los edificios más icónicos de la ciudad
habían sido construidos sobre puntos estratégicos, controlados por esta orden
secreta que manipulaba los destinos de Pamplona desde tiempos inmemoriales.
Y entonces lo
entendió: el círculo bajo la plaza del Castillo no era solo un punto de interés
arqueológico. Era el epicentro de algo más grande, un lugar donde convergían
las fuerzas que estos seres habían invocado durante siglos para mantener su
poder.
Cuando volvió en
sí, Álvaro estaba tirado en el suelo, solo, el libro aún entre sus manos. Las
figuras encapuchadas habían desaparecido, pero el eco de sus palabras seguía
resonando en su cabeza.
“Te advertimos… no
sigas…”
Respirando con
dificultad, se levantó. No podía dejar el libro allí. Sabía que contenía
respuestas, pero también peligros. Mientras se dirigía de nuevo hacia la salida
de las cloacas, no podía dejar de pensar en la conexión entre la orden secreta
y la plaza del Castillo.
Pamplona guardaba
un secreto mucho más oscuro de lo que jamás había imaginado. Y ahora, él
formaba parte de ese enigma.
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