Capítulo 4: Las Pistas en el Aire
La tarde siguiente, el Club de los Olvidados se reunió
nuevamente en la sala de manualidades, que poco a poco se había convertido en
su "cuartel general". Maruja había llegado un poco antes para
preparar el escenario, y por “preparar el escenario” me refiero a mover algunas
mesas y sillas para que todo pareciera más dramático. Había llevado una lupa de
juguete que encontró en la zona de los niños durante la hora de visitas, y la
sujetaba como si fuera su arma secreta.
—Hoy resolveremos este caso —dijo con tono de
detective experto, sosteniendo la lupa frente a su cara—. ¡Nada ni nadie puede
esconderse de esta lupa!
Ernesto, quien había estado escribiendo una lista con
todo lo que faltaba, levantó la mirada y asintió con la cabeza, como si
realmente se estuvieran enfrentando a un caso digno de las páginas de Agatha
Christie.
—A ver, Maruja —interrumpió Julián, riendo entre
dientes—, ¿de verdad crees que alguien aquí se llevó todas esas cosas? Lo más
probable es que las hayamos perdido por ahí... ya sabes, la edad...
Maruja lo fulminó con la mirada.
—¿Y tú, detective Julián, qué propones entonces? ¿Que
todos nos hemos vuelto locos y olvidamos dónde dejamos todo? ¡No! Aquí hay algo
más.
De repente, una nueva figura entró en la sala: Doña
Paca. Una mujer de las más antiguas de la residencia, siempre callada, siempre
observando desde su rincón del jardín. Tenía fama de estar en todas partes y
saberlo todo, y ahora, había decidido unirse al club.
—He escuchado que estáis buscando respuestas —dijo con
una sonrisa enigmática.
Maruja la miró sorprendida, pero no perdió ni un
segundo.
—Doña Paca, bienvenida. ¿Qué tiene que decirnos? —le
preguntó con la seriedad de un inspector interrogando a un sospechoso.
—Lo que tengo que decir es... que a veces las
respuestas están más cerca de lo que pensamos —respondió Paca, jugando con el
misterio, mientras se acercaba despacio y se sentaba.
El grupo guardó silencio por unos segundos. ¿Era eso
una pista? ¿O simplemente Paca estaba intentando jugar con sus mentes?
—¿Más cerca? —preguntó Ernesto, rascándose la
barbilla.
—Mucho más cerca —repitió Paca, sonriendo con
picardía.
Maruja empezó a pasearse por la sala, mirando todo y a
todos con su lupa, como si de repente algo fuera a brillar y revelarle la
verdad.
—Señores, creo que tenemos a nuestro culpable más
cerca de lo que creíamos —dijo con voz teatral—. ¡Que nadie se mueva!
La tensión se cortó cuando Julián se echó a reír,
provocando una cadena de risas entre los demás.
—Maruja, si no te conociera mejor, pensaría que esto
es un show de comedia —dijo Julián mientras se secaba las lágrimas de risa—.
¡Vamos! Seguro que se nos están pasando las cosas por alto.
Pero entonces, algo llamó la atención de todos. En una
de las sillas, asomando por debajo de un cojín, se veía el borde de una caja
que no había estado ahí antes.
—¿Qué es eso? —preguntó Maruja, levantando la lupa con
gran dramatismo.
Ernesto fue el primero en reaccionar y, a pesar de su
edad, se levantó con sorprendente rapidez. Movió el cojín y, ¡ahí estaba! El
famoso pastillero. Todo el mundo lo miró incrédulo.
—¿Pero cómo...? —balbuceó Ernesto, completamente
aturdido.
Maruja lo agarró con aire triunfal.
—¡Señoras y señores! El primer misterio ha sido
resuelto. —Sonrió, disfrutando del momento.
Pero entonces Julián, aún entre risas, señaló hacia la
mesa cercana.
—Y mira lo que tenemos aquí... ¡las gafas de Don
Ramón!
A todos les entró una mezcla de alivio y desconcierto.
¿Había estado todo el tiempo ahí?
—Esto es muy raro... —dijo Concha, buscando sus
pantuflas entre las cosas recuperadas.
Pero entonces Doña Paca, con su aire misterioso,
añadió:
—Tal vez no era un ladrón. Tal vez, a veces,
simplemente olvidamos dónde dejamos las cosas... después de todo, somos parte
del Club de los Olvidados, ¿no?
Todos rieron con ganas, entendiendo el doble sentido
de sus palabras. Aunque el misterio del pastillero y las gafas estaba resuelto,
algo les decía que esta no sería la última aventura del Club de los Olvidados.
Aún quedaban muchas tardes por delante y, con Maruja al mando, las risas
estaban aseguradas.
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