Capítulo
2: Ecos en la Oscuridad
La desaparición de
Jon no tardó en convertirse en el principal tema de conversación en el Casco
Viejo. Los bares y las terrazas, que normalmente rebosaban de risas y
conversaciones despreocupadas, ahora vibraban con murmullos de inquietud. A
cada esquina que Marta y Sara cruzaban, parecían escuchar susurros sobre él,
como si la ausencia de Jon se hubiera convertido en una presencia en sí misma.
—Es muy raro
—comentó Marta mientras tomaban un café en el bar Kabiya—. Jon no era de
desaparecer así. Siempre avisaba a alguien, o al menos dejaba señales de que
iba a estar fuera.
Sara permanecía en
silencio, removiendo su café distraídamente. Desde la noche anterior, sentía
que algo no encajaba. Jon no era el primero en desaparecer. Y esa figura que
vio desaparecer en la oscuridad... cuanto más pensaba en ella, más convencida
estaba de que tenía que haber una conexión.
—¿Estás bien?
—preguntó Marta al notar su desconexión.
—Anoche, vi algo.
O más bien, a alguien —dijo Sara finalmente, levantando la mirada hacia Marta—.
Justo antes de que aparecieran los carteles de Jon. Había una persona... se
escabulló en un portal, pero cuando miré otra vez, ya no estaba.
—¿Estás segura?
—preguntó Marta, ahora claramente interesada.
—Lo estoy. Algo no
va bien en este barrio. Jon no es el primero en desaparecer, Marta. He estado
pensando, recordando a más gente que hace semanas no veo, y nadie parece notar
su ausencia... es como si se desvanecieran, uno por uno, sin dejar rastro.
Marta se quedó
pensativa, y por primera vez, el optimismo que siempre la caracterizaba se
desvaneció. Algo en la voz de Sara le hizo creer que quizás había más verdad en
sus palabras de lo que quisiera admitir.
Esa noche,
decidieron hacer algo que nunca antes se habían atrevido: recorrer las calles
del Casco Viejo, pero no las más transitadas, sino aquellas callejuelas
olvidadas, donde el bullicio de los bares se diluía y solo quedaban las sombras
y el eco de sus pasos.
Avanzaron en
silencio, bordeando las murallas y adentrándose en los recovecos más antiguos del
barrio. El aire allí era más frío, y las luces de los faroles apenas iluminaban
las callejuelas estrechas. Cada paso que daban parecía resonar demasiado
fuerte, como si los antiguos muros de piedra fueran testigos de algo más oscuro
que la noche.
De repente, en una
esquina, una puerta entreabierta. Sara la reconoció al instante: era el mismo
portal donde había visto desaparecer aquella figura.
—Es aquí —susurró.
Marta tragó
saliva. Ninguna de las dos hablaba, pero la decisión estaba tomada: iban a
entrar. Empujaron la puerta con cuidado, y al hacerlo, un fuerte crujido resonó
en la entrada. El olor a humedad y a encierro les golpeó con fuerza.
El interior estaba
oscuro, salvo por un leve destello de luz que venía del fondo del pasillo.
Avanzaron, con el corazón latiendo con fuerza. Cada paso era más pesado que el
anterior, como si el aire se hiciera más denso, más opresivo.
Y entonces lo
vieron. Una puerta al fondo, entreabierta, con un leve parpadeo de luz. Marta
se adelantó, intentando calmar su respiración, pero cuando estuvo a punto de
tocar el pomo, la puerta se abrió de golpe.
Un grito ahogado
se escapó de sus labios.
Del otro lado no
había nada. Solo un vacío oscuro, como si el interior hubiera sido devorado por
las sombras.
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