martes, 29 de octubre de 2024

Capitulo 3 - La Estación de Autobuses

 


El reloj marcaba las ocho de la mañana cuando el laboratorio envió los resultados preliminares. El inspector Zalduendo, con el informe en mano, sintió un escalofrío recorrerle la espalda: el análisis confirmaba la presencia de un virus extremadamente contagioso en el cuerpo del pasajero fallecido. Actuar con rapidez era ahora más urgente que nunca. Con una lista en mano, su equipo había logrado contactar a todos los pasajeros… excepto a uno.

Aquel nombre se repetía una y otra vez en la cabeza del inspector: Tomás Aguirre. Según el registro, era un hombre de unos 32 años, nacido en Tudela pero con domicilio en Pamplona. Zalduendo y dos agentes más se dirigieron hacia la dirección que figuraba en el listado, un pequeño apartamento en el Casco Viejo de Pamplona. Las calles estrechas y serpenteantes parecían conspirar en su contra, obligándolos a maniobrar despacio, y aumentando la ansiedad que les oprimía el pecho.

Al llegar al edificio, un lugar oscuro y antiguo, Zalduendo llamó con firmeza a la puerta de Tomás. No hubo respuesta. Después de un par de intentos más, uno de los agentes sacó una ganzúa. Una vez dentro, el apartamento estaba en penumbra, con las persianas casi completamente bajadas y un olor ligeramente acre, como de encierro. Sin embargo, nada parecía fuera de lugar… hasta que llegaron a la sala de estar.

Ahí, sobre la mesa, encontraron algo que llamó su atención de inmediato: varios billetes de tren y de autobús de distintas ciudades, todos con fechas de los últimos diez días. Madrid, Barcelona, Bilbao… Parecía como si Tomás hubiese estado viajando de un lugar a otro sin rumbo fijo.

—Inspector, mire esto —dijo uno de los agentes, señalando un sobre blanco, abierto, que contenía una nota escrita a mano.

Zalduendo tomó el sobre con cuidado y leyó las palabras, garabateadas en un trazo tembloroso: "Si estás leyendo esto, quizá sea demasiado tarde. No fui el primero, y no seré el último. Ellos ya vienen."

La nota no llevaba firma, y su mensaje solo aumentaba el misterio. ¿Quiénes eran “ellos”? ¿Se refería al virus? ¿O había algo más siniestro detrás de todo esto? La urgencia por localizar a Tomás Aguirre crecía con cada segundo que pasaba, pero Zalduendo sintió que el caso ahora tomaba un giro inesperado, uno que podría ser mucho más peligroso de lo que imaginaban.

Mientras tanto, en la cuarentena, los otros pasajeros empezaban a preguntar, nerviosos, sobre aquel “Tomás Aguirre” del que todos parecían hablar. Uno de ellos, una joven estudiante de medicina que había estado sentada a su lado en el autobús, recordó algo que en su momento le pareció insignificante pero que ahora la inquietaba profundamente: en el trayecto, Tomás había comentado, casi en susurros, que llevaba días “escapando de algo”. No especificó de qué.


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