El reloj marcaba
las ocho de la mañana cuando el laboratorio envió los resultados preliminares.
El inspector Zalduendo, con el informe en mano, sintió un escalofrío recorrerle
la espalda: el análisis confirmaba la presencia de un virus extremadamente contagioso
en el cuerpo del pasajero fallecido. Actuar con rapidez era ahora más urgente
que nunca. Con una lista en mano, su equipo había logrado contactar a todos los
pasajeros… excepto a uno.
Aquel nombre se
repetía una y otra vez en la cabeza del inspector: Tomás Aguirre. Según el
registro, era un hombre de unos 32 años, nacido en Tudela pero con domicilio en
Pamplona. Zalduendo y dos agentes más se dirigieron hacia la dirección que
figuraba en el listado, un pequeño apartamento en el Casco Viejo de Pamplona.
Las calles estrechas y serpenteantes parecían conspirar en su contra,
obligándolos a maniobrar despacio, y aumentando la ansiedad que les oprimía el
pecho.
Al llegar al
edificio, un lugar oscuro y antiguo, Zalduendo llamó con firmeza a la puerta de
Tomás. No hubo respuesta. Después de un par de intentos más, uno de los agentes
sacó una ganzúa. Una vez dentro, el apartamento estaba en penumbra, con las
persianas casi completamente bajadas y un olor ligeramente acre, como de
encierro. Sin embargo, nada parecía fuera de lugar… hasta que llegaron a la
sala de estar.
Ahí, sobre la
mesa, encontraron algo que llamó su atención de inmediato: varios billetes de
tren y de autobús de distintas ciudades, todos con fechas de los últimos diez
días. Madrid, Barcelona, Bilbao… Parecía como si Tomás hubiese estado viajando
de un lugar a otro sin rumbo fijo.
—Inspector, mire
esto —dijo uno de los agentes, señalando un sobre blanco, abierto, que contenía
una nota escrita a mano.
Zalduendo tomó el
sobre con cuidado y leyó las palabras, garabateadas en un trazo tembloroso:
"Si estás leyendo esto, quizá sea demasiado tarde. No fui el primero, y no
seré el último. Ellos ya vienen."
La nota no llevaba
firma, y su mensaje solo aumentaba el misterio. ¿Quiénes eran “ellos”? ¿Se
refería al virus? ¿O había algo más siniestro detrás de todo esto? La urgencia
por localizar a Tomás Aguirre crecía con cada segundo que pasaba, pero
Zalduendo sintió que el caso ahora tomaba un giro inesperado, uno que podría
ser mucho más peligroso de lo que imaginaban.
Mientras tanto, en
la cuarentena, los otros pasajeros empezaban a preguntar, nerviosos, sobre
aquel “Tomás Aguirre” del que todos parecían hablar. Uno de ellos, una joven
estudiante de medicina que había estado sentada a su lado en el autobús,
recordó algo que en su momento le pareció insignificante pero que ahora la
inquietaba profundamente: en el trayecto, Tomás había comentado, casi en
susurros, que llevaba días “escapando de algo”. No especificó de qué.
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