Capítulo
4: La verdad oculta
El aire en la
pequeña habitación era denso, cargado de una energía que parecía antigua, como
si siglos de secretos se acumularan en cada rincón. Marta y Sara se quedaron
paralizadas en la entrada, incapaces de apartar la vista de la figura que se
movía lentamente en la penumbra.
—He estado
esperando... —repitió la voz, ronca y susurrante.
La figura dio un
paso hacia adelante, y la débil luz de la bombilla reveló a un hombre de
aspecto desaliñado. Su rostro estaba cubierto por una barba descuidada, y su
mirada parecía perdida, como si llevara demasiado tiempo en ese lugar.
—¿Quién... quién
eres? —preguntó Marta, con la voz temblorosa.
El hombre se rió,
pero era una risa amarga, carente de alegría. —¿Quién soy? La pregunta es...
¿quiénes sois vosotras para estar aquí?
Sara, sin poder
resistir más, dio un paso adelante. —Estamos buscando a nuestro amigo, Jon.
Desapareció hace unos días, y creo que este lugar tiene algo que ver con ello.
—Su voz, aunque firme, ocultaba el miedo que sentía en lo más profundo.
El hombre
entrecerró los ojos, estudiando a las dos mujeres. Luego, señaló las fotos en
las paredes. —No es solo Jon... Mira bien. Él no es el primero.
Ambas miraron las
fotos más de cerca. Los rostros en esas imágenes parecían familiares. No solo
porque Jon estaba entre ellos, sino porque, al igual que Jon, esas personas
habían sido parte del Casco Viejo, rostros que solían verse por las calles, los
bares, pero que de repente... habían dejado de aparecer. Sara reconoció a uno
de los hombres de una tienda cercana, y a una mujer que solía sentarse en una
terraza, siempre con un libro en mano.
—¿Qué está pasando
aquí? —murmuró Marta, tratando de unir las piezas.
El hombre suspiró
profundamente. —Este barrio... no es lo que parece. Hay algo aquí, algo que
vive entre las sombras. Al principio, pensé que eran solo desapariciones. Pero
no. Es algo más. Algo que acecha y se lleva a la gente... y los convierte en
parte de su oscuridad.
Marta dio un paso
atrás, horrorizada. —¿Qué quieres decir?
—No sé exactamente
qué es —continuó el hombre—, pero sé que se alimenta del miedo, de la
soledad... y una vez que alguien desaparece en este lugar, es como si nunca
hubiera existido. Las sombras los devoran, y sus recuerdos se desvanecen
lentamente. Nadie los busca porque nadie los recuerda.
—Eso es
imposible... —dijo Marta, sacudiendo la cabeza. Pero algo en su corazón sabía
que las palabras del hombre tenían sentido. Jon había desaparecido, y aunque
ellas lo buscaban, el resto del barrio parecía haberlo olvidado por completo.
Sara, sin embargo,
estaba decidida. —Entonces, si sabemos lo que ocurre, podemos detenerlo. ¿Cómo
podemos encontrar a Jon?
El hombre rió de
nuevo, esta vez con una mezcla de lástima y desesperación. —No es tan sencillo.
Si entras demasiado en las sombras... te conviertes en una de ellas. Como yo.
Sara dio un paso
hacia él, sus ojos buscando respuestas en los suyos. —¿Cómo podemos detener
esto?
El hombre la miró
directamente. —Debéis ir al corazón de las sombras. Al lugar donde todo
comenzó. Allí encontraréis lo que buscáis... o perderéis lo que os queda.
Un estremecimiento
recorrió a ambas mujeres. Marta tomó la mano de Sara, con la intención de
alejarse de ese lugar, pero Sara no podía irse. Sentía que estaban más cerca de
la verdad de lo que nunca habían estado.
—Dime dónde es ese
lugar —dijo Sara.
El hombre señaló
hacia la ventana rota que daba a un callejón oscuro. —Las sombras del Casco
Viejo nacen en lo más profundo. El Callejón de los Susurros... allí es donde
todo comienza y todo termina.
Las palabras quedaron
suspendidas en el aire mientras Marta y Sara se miraban. El Callejón de los
Susurros. Un lugar que evitaban incluso los lugareños más atrevidos. Un lugar
que siempre había estado envuelto en leyendas y rumores... hasta hoy.
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