viernes, 4 de octubre de 2024

Capitulo 4 - "Las Cloacas de Pamplona"

 


Capítulo 4: Bajo la Plaza del Castillo

Álvaro no podía apartar de su mente las imágenes que había visto en aquella cámara subterránea. Mientras caminaba por las calles de Pamplona al amanecer, sintió que la ciudad era más extraña y misteriosa de lo que jamás había imaginado. La plaza del Castillo, un lugar tan familiar y concurrido, ahora le parecía el epicentro de un secreto oscuro que pocos conocían.

Regresó a su despacho y extendió el libro antiguo sobre la mesa. Las páginas, aunque amarillentas, estaban llenas de detalles precisos sobre la red de túneles bajo la ciudad, pero lo que más lo inquietaba era el símbolo marcado bajo la plaza del Castillo. Sabía que debía volver a los túneles, pero esta vez no podía arriesgarse a ir solo.

Llamó a Sara, la historiadora que lo había ayudado con los planos, y le explicó lo que había descubierto. Al principio, Sara se mostró escéptica, pero tras ver los documentos y escuchar la descripción de la cámara y las figuras encapuchadas, accedió a acompañarlo.

Esa misma noche, los dos se encontraron en la entrada oculta de las cloacas. La humedad y el eco de las gotas de agua cayendo sobre las piedras creaban un ambiente opresivo. Ambos caminaron en silencio, siguiendo el mapa hacia el corazón de los túneles, directamente bajo la plaza del Castillo.

A medida que avanzaban, las inscripciones en las paredes se volvían más detalladas y perturbadoras. Sara, que entendía algo de latín, murmuraba traducciones de las palabras talladas en la piedra.

"Rituales… sacrificios… guardianes del secreto…" leyó en voz baja, su rostro pálido por la tensión. "Parece que esta orden ha estado protegiendo algo durante siglos."

Álvaro asentía, con el corazón acelerado. Sabía que estaban a punto de llegar a un punto crucial.

Finalmente, llegaron a una puerta de hierro mucho más grande y ornamentada que la anterior. La puerta tenía el mismo símbolo que Álvaro había visto en el libro, pero esta vez, estaba rodeado de figuras talladas que representaban seres encapuchados, con las manos extendidas hacia el centro del círculo.

Sara intentó empujar la puerta, pero no se movió. Entonces, Álvaro notó algo: en el centro del símbolo había un pequeño hueco, como si faltara una pieza.

"El libro", dijo de repente, recordando un pequeño fragmento metálico que había encontrado en una de las primeras páginas. Sacó el fragmento del bolsillo de su chaqueta y lo colocó en el hueco. Al hacerlo, la puerta emitió un leve sonido y se abrió lentamente.

Lo que encontraron detrás era aún más inquietante.

La sala estaba iluminada por antorchas que parecían haber sido encendidas recientemente. En el centro de la sala, un enorme círculo estaba grabado en el suelo, rodeado de símbolos que brillaban con una tenue luz azulada. En el centro del círculo había una losa de piedra, y sobre ella, una figura humana yacía inmóvil.

Sara se acercó lentamente, tratando de identificar la figura. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, se giró hacia Álvaro con los ojos muy abiertos.

"Es… Eduardo Zabalza", susurró, reconociendo al arquitecto desaparecido hacía más de un siglo.

Álvaro se acercó con cautela. La figura en la losa parecía estar en un estado de conservación extraño, casi como si estuviera dormido y no muerto. Pero lo que realmente llamó su atención fue la expresión en el rostro de Zabalza: una mezcla de terror y serenidad, como si hubiera aceptado algún destino macabro.

De repente, las luces de las antorchas comenzaron a titilar, y el susurro que Álvaro había oído antes volvió a llenar la sala.

“Han llegado… al fin…”

Las palabras parecían emanar de las paredes mismas. Sara retrocedió, aterrorizada, mientras las figuras encapuchadas comenzaban a materializarse a su alrededor. Esta vez eran más nítidas, más reales, y sus rostros, ocultos bajo las capuchas, brillaban con una luz fría y fantasmal.

"El círculo debe completarse", dijo una de las figuras con una voz profunda y resonante. "Zabalza fue solo el primero. Vosotros sois los siguientes."

Álvaro sintió cómo un frío helado lo envolvía. Las figuras se acercaban lentamente, y el aire en la sala se volvió denso, como si algo maligno y antiguo estuviera despertando bajo la plaza del Castillo.

Sin pensar dos veces, tiró del brazo de Sara y corrieron hacia la puerta. Apenas la cruzaron, la puerta se cerró de golpe detrás de ellos, y el susurro se desvaneció.

Ambos jadeaban, sus corazones latiendo con fuerza. Álvaro sabía que lo que acababan de descubrir era solo la punta del iceberg, y que la red de túneles y la orden secreta aún guardaban secretos que no podrían permanecer ocultos por mucho más tiempo.


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