Capítulo
4: Bajo la Plaza del Castillo
Álvaro no podía
apartar de su mente las imágenes que había visto en aquella cámara subterránea.
Mientras caminaba por las calles de Pamplona al amanecer, sintió que la ciudad
era más extraña y misteriosa de lo que jamás había imaginado. La plaza del Castillo,
un lugar tan familiar y concurrido, ahora le parecía el epicentro de un secreto
oscuro que pocos conocían.
Regresó a su
despacho y extendió el libro antiguo sobre la mesa. Las páginas, aunque
amarillentas, estaban llenas de detalles precisos sobre la red de túneles bajo
la ciudad, pero lo que más lo inquietaba era el símbolo marcado bajo la plaza
del Castillo. Sabía que debía volver a los túneles, pero esta vez no podía
arriesgarse a ir solo.
Llamó a Sara, la
historiadora que lo había ayudado con los planos, y le explicó lo que había
descubierto. Al principio, Sara se mostró escéptica, pero tras ver los
documentos y escuchar la descripción de la cámara y las figuras encapuchadas,
accedió a acompañarlo.
Esa misma noche,
los dos se encontraron en la entrada oculta de las cloacas. La humedad y el eco
de las gotas de agua cayendo sobre las piedras creaban un ambiente opresivo.
Ambos caminaron en silencio, siguiendo el mapa hacia el corazón de los túneles,
directamente bajo la plaza del Castillo.
A medida que avanzaban,
las inscripciones en las paredes se volvían más detalladas y perturbadoras.
Sara, que entendía algo de latín, murmuraba traducciones de las palabras
talladas en la piedra.
"Rituales…
sacrificios… guardianes del secreto…" leyó en voz baja, su rostro pálido
por la tensión. "Parece que esta orden ha estado protegiendo algo durante
siglos."
Álvaro asentía,
con el corazón acelerado. Sabía que estaban a punto de llegar a un punto
crucial.
Finalmente,
llegaron a una puerta de hierro mucho más grande y ornamentada que la anterior.
La puerta tenía el mismo símbolo que Álvaro había visto en el libro, pero esta
vez, estaba rodeado de figuras talladas que representaban seres encapuchados,
con las manos extendidas hacia el centro del círculo.
Sara intentó empujar
la puerta, pero no se movió. Entonces, Álvaro notó algo: en el centro del
símbolo había un pequeño hueco, como si faltara una pieza.
"El
libro", dijo de repente, recordando un pequeño fragmento metálico que
había encontrado en una de las primeras páginas. Sacó el fragmento del bolsillo
de su chaqueta y lo colocó en el hueco. Al hacerlo, la puerta emitió un leve
sonido y se abrió lentamente.
Lo que encontraron
detrás era aún más inquietante.
La sala estaba
iluminada por antorchas que parecían haber sido encendidas recientemente. En el
centro de la sala, un enorme círculo estaba grabado en el suelo, rodeado de
símbolos que brillaban con una tenue luz azulada. En el centro del círculo
había una losa de piedra, y sobre ella, una figura humana yacía inmóvil.
Sara se acercó
lentamente, tratando de identificar la figura. Cuando estuvo lo suficientemente
cerca, se giró hacia Álvaro con los ojos muy abiertos.
"Es… Eduardo
Zabalza", susurró, reconociendo al arquitecto desaparecido hacía más de un
siglo.
Álvaro se acercó
con cautela. La figura en la losa parecía estar en un estado de conservación
extraño, casi como si estuviera dormido y no muerto. Pero lo que realmente
llamó su atención fue la expresión en el rostro de Zabalza: una mezcla de
terror y serenidad, como si hubiera aceptado algún destino macabro.
De repente, las
luces de las antorchas comenzaron a titilar, y el susurro que Álvaro había oído
antes volvió a llenar la sala.
“Han llegado… al
fin…”
Las palabras
parecían emanar de las paredes mismas. Sara retrocedió, aterrorizada, mientras
las figuras encapuchadas comenzaban a materializarse a su alrededor. Esta vez
eran más nítidas, más reales, y sus rostros, ocultos bajo las capuchas,
brillaban con una luz fría y fantasmal.
"El círculo
debe completarse", dijo una de las figuras con una voz profunda y
resonante. "Zabalza fue solo el primero. Vosotros sois los
siguientes."
Álvaro sintió cómo
un frío helado lo envolvía. Las figuras se acercaban lentamente, y el aire en
la sala se volvió denso, como si algo maligno y antiguo estuviera despertando
bajo la plaza del Castillo.
Sin pensar dos
veces, tiró del brazo de Sara y corrieron hacia la puerta. Apenas la cruzaron,
la puerta se cerró de golpe detrás de ellos, y el susurro se desvaneció.
Ambos jadeaban,
sus corazones latiendo con fuerza. Álvaro sabía que lo que acababan de
descubrir era solo la punta del iceberg, y que la red de túneles y la orden
secreta aún guardaban secretos que no podrían permanecer ocultos por mucho más
tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, todo comentario o escrito CONSTRUCTIVO, espero entre todos no avergonzarnos de ponernos al nivel de los que no queremos.
Gracias