jueves, 24 de octubre de 2024

Capitulo 7 - "El Club de los Olvidados"

 




Capítulo 7: Las Llaves del Misterio

Tras el encuentro en el jardín, Maruja y Ernesto no podían dejar de pensar en la caja que Antonio había sacado de entre las flores. ¿Qué escondía? Y más importante aún, ¿por qué lo hacía tan en secreto?

De vuelta en la residencia, el grupo del Club de los Olvidados se reunió en su lugar habitual: una mesa del comedor, justo al lado de la ventana que daba al jardín.

—Tenemos que descubrir qué hay en esa caja —dijo Maruja, sin rodeos.

—¿Y cómo piensas hacerlo? —preguntó Julián, rascándose la cabeza—. Antonio no es tonto, no va a dejar que se la quitemos así como así.

—¿Y si usamos mi plan? —sugirió Doña Paca, en voz baja, como si no quisiera que nadie más la oyera.

El grupo la miró con escepticismo. La última vez que Doña Paca propuso un plan, acabaron todos escondidos en el armario de la limpieza mientras intentaban espiar al director de la residencia. Aún recordaban el olor a lejía.

—¿Cuál es tu plan esta vez? —preguntó Concha, sin poder resistir la curiosidad.

Doña Paca sacó una pequeña llave plateada de su bolsillo y la puso sobre la mesa con un aire de misterio. El grupo se inclinó hacia adelante para verla mejor.

—¿Qué es eso? —preguntó Ernesto—. ¿La llave de la caja?

Doña Paca sonrió con aire de suficiencia.

—No, querido, es la llave de la oficina del director. Sé que tiene una copia de todas las llaves de las habitaciones, incluida la de Antonio. Si conseguimos entrar en su habitación, podemos averiguar qué guarda en esa caja.

El silencio cayó sobre la mesa. Todos miraban la pequeña llave plateada como si fuera la pieza que faltaba para resolver el gran enigma.

—Doña Paca, eres un genio —dijo Julián, visiblemente impresionado.

—Lo sé, lo sé —respondió ella, disfrutando del momento de gloria.

—Bueno, ¿y cómo vamos a hacer esto sin que nos pillen? —preguntó Concha, que no estaba muy convencida de la idea de meterse en la oficina del director.

—Eso, queridos míos, es lo que hace que todo sea más divertido —dijo Doña Paca con una sonrisa traviesa.

Y así, el plan empezó a tomar forma. Esperaron hasta la hora de la siesta, el momento perfecto cuando la residencia estaba más tranquila. Maruja y Julián se quedaron en el comedor como “distracción”, por si alguien pasaba cerca. Mientras tanto, Doña Paca, Ernesto y Concha se dirigieron en puntillas hacia la oficina del director.

El corazón de Ernesto latía a mil por hora mientras Doña Paca insertaba la llave en la cerradura y la giraba con una precisión asombrosa.

—¿Dónde aprendiste esto? —susurró Concha, maravillada.

—En mis tiempos, querida, sabías que las monjas tenían llaves para todo... y yo aprendí unos cuantos trucos en el convento —dijo Doña Paca, sonriendo misteriosamente mientras la puerta se abría.

Entraron en la oficina y, como si hubieran ensayado, se dividieron para buscar la copia de la llave de Antonio. Ernesto revisó el escritorio, Concha los archivadores, y Doña Paca, como una profesional, fue directa a una pequeña caja de seguridad.

—Aquí está —dijo Doña Paca con orgullo, sacando una copia de la llave.

—¡Vamos rápido! —exclamó Concha, con los nervios a flor de piel.

Salieron de la oficina tan sigilosamente como habían entrado. La misión estaba a punto de completarse. Se dirigieron a la habitación de Antonio y, con un rápido giro de muñeca, Doña Paca abrió la puerta.

Dentro, todo parecía normal. Una cama, una pequeña mesita de noche, una silla junto a la ventana. Pero lo que más les interesaba era el armario. Allí debía estar la caja.

—Vamos allá —dijo Ernesto, adelantándose para abrir las puertas del armario.

Y allí, entre las camisas y los pantalones perfectamente colgados, estaba la misteriosa caja de metal. Ernesto la cogió con cuidado y la colocó sobre la cama.

—¿La abrimos? —preguntó Concha, con los ojos brillando de emoción.

—Por supuesto —respondió Doña Paca, que parecía disfrutar cada momento de la aventura.

Con un poco de esfuerzo, Ernesto consiguió abrir la caja. El grupo se inclinó hacia adelante, esperando encontrar algo asombroso.

Pero lo que vieron los dejó sin palabras.

Dentro de la caja había... ¡una colección de sellos antiguos!

—¿Eso es todo? —preguntó Concha, decepcionada.

—¡Son sellos muy valiosos! —dijo Doña Paca, tomando uno con cuidado—. Antonio debe ser un coleccionista. No es un ladrón, es un apasionado de la filatelia.

Ernesto soltó una carcajada.

—Nos hemos montado una película por unos sellos.

—Bueno, ahora al menos sabemos la verdad —dijo Doña Paca, colocando los sellos de vuelta en la caja con delicadeza—. Y creo que no deberíamos decirle nada a Antonio. Dejémosle con su pequeño secreto.

El grupo asintió en acuerdo. Habían descubierto el misterio de la caja, pero más importante aún, se habían dado cuenta de que, a veces, las cosas no son tan complicadas como parecen.

Mientras salían de la habitación de Antonio, no podían evitar sonreír. El Club de los Olvidados había resuelto otro misterio, aunque no era el que esperaban. Pero en el fondo, sabían que el verdadero tesoro era el tiempo que pasaban juntos, creando recuerdos y viviendo aventuras, incluso en la residencia.


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