Capítulo 2: El Misterio del Pastillero Perdido
La tarde en Las Magnolias continuaba con su habitual
tranquilidad. O al menos, eso parecía desde fuera. En el interior, sin embargo,
la tensión se mascaba en el aire. En el salón principal, justo después de la
merienda, los residentes se reunían alrededor de una mesa, murmurando entre
ellos, con expresiones serias que contrastaban con sus habituales sonrisas
despreocupadas. Algo extraño había sucedido.
Don Ernesto, un hombre de gafas gruesas que se jactaba
de tener una memoria perfecta, estaba pálido. Su pastillero, ese pequeño
recipiente de plástico que mantenía su frágil salud bajo control, había
desaparecido. Y no era una broma.
—¡Lo tenía justo aquí, en mi mesa! —protestaba
Ernesto, moviendo las manos como si estuviera dirigiendo una sinfonía de
indignación.
Maruja, que observaba desde su rincón con su eterna
flor en el pelo, rodó los ojos y se acercó con aire de detective. Sabía que
algo raro se cocía, pero Ernesto también era famoso por perder todo lo que
tocaba.
—Ernesto, cariño, ¿estás seguro de que no te lo has
tomado como si fuera un caramelo? —dijo, con una sonrisa traviesa, mientras le
palmeaba el hombro.
Ernesto se enderezó, ofendido.
—¡Por supuesto que no! Sabes que esas cosas saben a
rayos. Esto es un robo en toda regla. ¡Es un misterio!
—¿Un robo? —repitió Julián desde su silla de ruedas,
lanzándole una mirada cargada de ironía—. Si alguien quisiera robar algo en
esta residencia, dudo que empezara por tu pastillero.
Maruja se inclinó hacia ellos, tomando su papel de
líder del grupo improvisado de detectives.
—Aquí está pasando algo —dijo con un tono teatral,
como si estuviera protagonizando su propia serie de televisión—. Y no lo vamos
a dejar pasar. Propongo una búsqueda exhaustiva. Vamos a descubrir quién se
está llevando las cosas.
—¿Las cosas? —preguntó Julián, algo confundido—. Yo
pensaba que solo había desaparecido el pastillero de Ernesto.
—Por ahora... —dijo Maruja, levantando una ceja de
manera dramática—. Pero... ¿y si esto es solo el comienzo?
Julián soltó una carcajada ronca.
—¿El comienzo de qué? ¿Una banda de ladrones
geriátricos?
Maruja no perdió la compostura, aunque tuvo que
morderse el labio para no reírse.
—Ríete todo lo que quieras, Julián, pero te aseguro
que aquí hay más de lo que parece. ¿No te has dado cuenta de que, en esta
residencia, las cosas desaparecen? Unas gafas por aquí, un libro por allá...
Todo se desvanece sin explicación. ¿No te parece raro?
Los ojos de Julián brillaron de repente con
curiosidad.
—Ahora que lo mencionas, ayer desapareció mi
bolígrafo... uno que tenía desde hace años.
Maruja asintió con satisfacción.
—¡Lo sabía! Hay un misterio en Las Magnolias, y
nosotros vamos a resolverlo.
Don Ernesto, todavía indignado, frunció el ceño.
—Bueno, si encontráis mi pastillero, no me importa que
os llevéis todo el mérito.
Maruja dio una palmada y exclamó:
—¡A por ello, detectives! La caza del pastillero
perdido ha comenzado.
Y así, mientras el sol caía suavemente sobre los
jardines de Las Magnolias, los tres residentes más obstinados de la residencia
se embarcaron en la misión más importante de sus años dorados: descubrir el
misterio que acechaba entre los pasillos de aquel lugar... o al menos,
encontrar el maldito pastillero de Don Ernesto antes de que se acabara la hora
de la cena.
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