sábado, 19 de octubre de 2024

Capitulo 3 - "El Club de los Olvidados"

 


Capítulo 3: El Club en Acción

A la mañana siguiente, en la residencia Las Magnolias, el rumor del “gran misterio del pastillero” ya había llegado a oídos de casi todos los residentes. Los murmullos corrían por los pasillos como un río que se desborda. Nadie hablaba de otra cosa. Maruja, como siempre, era el epicentro de todo. Y, claro, ella estaba disfrutando cada minuto.

Don Ernesto, por su parte, parecía más preocupado por su reputación que por el pastillero en sí. Ahora todo el mundo le preguntaba si había recordado dónde lo había dejado, como si fuese un olvidadizo más, y eso era algo que su orgullo no podía tolerar.

—Ernesto, cariño, no te preocupes tanto. No somos detectives de verdad, solo estamos entretenidos —le dijo Maruja, intentando calmarlo mientras movía una ficha en la partida de dominó que compartían.

—¡Entretenidos! —repitió Ernesto, inflando el pecho—. Esto es algo serio, Maruja. Hay que descubrir al culpable, aunque sea lo último que haga en esta vida.

Julián, que estaba observando la escena desde su silla de ruedas, no pudo evitar reírse. Se llevaba la mano a la barriga cada vez que Ernesto se envalentonaba.

—Si seguimos así, vamos a acabar montando un reality show: ‘Las Magnolias: detectives en acción’ —dijo Julián entre risas—. Imagínate, con cámaras en cada esquina y todo el mundo votando para expulsar al ladrón.

Maruja, con su habitual chispa, se unió a la broma.

—Podríamos tener nuestras propias pruebas, como en los concursos de la tele. El que encuentre más cosas desaparecidas, ¡gana una comida sin pure de guisantes! —exclamó, provocando una carcajada general en el salón.

Pero detrás de las risas, la intriga continuaba. ¿Qué más cosas habían desaparecido? Los residentes empezaron a hacer memoria, y pronto se dieron cuenta de que no era solo el pastillero de Ernesto lo que faltaba. Las gafas de Don Ramón, el viejo reloj de pared que ya no funcionaba, e incluso un par de pantuflas de la señora Concha… todo había desaparecido sin dejar rastro.

—Aquí está pasando algo raro —insistió Ernesto, alzando la voz lo suficiente como para que todos los presentes en el salón le prestaran atención.

Maruja, que adoraba tener público, no dejó pasar la oportunidad.

—Escuchad todos, ¡el Club de los Olvidados se pone en marcha! —anunció, poniéndose de pie con una energía que contrastaba con su edad—. Vamos a reunirnos esta tarde en la sala de manualidades. Y si alguien tiene alguna pista o algo que contar, que venga preparado.

El anuncio fue recibido con murmullos de aprobación y curiosidad. ¿Un club de detectives en la residencia? ¿Por qué no? Total, el bingo ya se estaba volviendo aburrido.

Esa tarde, el Club de los Olvidados se reunió por primera vez en la sala de manualidades, un lugar donde las acuarelas secas y las viejas revistas de recortes eran las únicas herramientas de creatividad. Pero esa tarde, la creatividad iba a otro nivel.

Maruja se paseaba como si fuera una inspectora de Scotland Yard, con una libreta en la mano y unas gafas de sol que no tenían cristal.

—A ver, ¿qué tenemos hasta ahora? —preguntó, como si estuviera resolviendo un caso de alto perfil.

—Las gafas de Don Ramón, el reloj de pared y mis pantuflas —contestó la señora Concha, que, a pesar de la situación, llevaba las pantuflas de repuesto.

—Y, por supuesto, mi pastillero —añadió Ernesto, como si aquello fuera la clave del misterio.

Julián, que había llegado tarde, levantó la mano.

—No sé si esto cuenta, pero… ayer por la noche desapareció mi libro favorito. Lo tenía junto a la cama, y esta mañana no estaba. —Su tono era serio, aunque sus ojos reflejaban un brillo travieso. Sabía que esto le iba a dar más "combustible" a Maruja.

—¡Otro caso! —exclamó Maruja con un aire triunfal—. ¡Esto es más grande de lo que pensábamos!

Y así, entre carcajadas y teorías descabelladas, el Club de los Olvidados había nacido. Puede que no fueran Sherlock Holmes y el Dr. Watson, pero entre pastilleros perdidos y pantuflas desaparecidas, no se podía negar que, al menos en Las Magnolias, la vida había tomado un giro inesperadamente divertido.


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