Capítulo 7: Ecos en la Oscuridad
Los tres se quedaron en silencio un largo rato,
escuchando cómo los ecos de la cámara subterránea morían lentamente. La piedra
negra, ahora rota y sin vida, yacía en el suelo con el cuchillo ritual aún
clavado en su centro. Las inscripciones que antes brillaban intensamente se
habían desvanecido, y solo quedaban sombras frías cubriendo las paredes de
piedra.
"Debemos salir de aquí", dijo Sara en voz
baja, con la mirada fija en las ruinas del portal. "Esto... esto solo es
el principio."
Álvaro no pudo evitar sentir un escalofrío. Habían
logrado detener el ritual, pero sabía que lo que habían presenciado era solo
una pequeña fracción del horror que acechaba en las profundidades de Pamplona.
"¿Qué crees que liberaron?" preguntó Mateo,
aunque parecía más que sabía la respuesta.
Antes de que Sara pudiera contestar, un leve sonido,
casi imperceptible, resonó desde uno de los túneles que conectaba con la
cámara. Era un murmullo, un susurro que se arrastraba por el aire, como si
miles de voces hablaran en un idioma antiguo y olvidado. Las paredes parecían
vibrar con la energía residual del ritual.
"¿Lo escucháis?" susurró Álvaro, su mirada
buscando el origen de los susurros. "No estamos solos."
Sara frunció el ceño. "No debería haber nadie más
aquí. Los encapuchados huyeron cuando destruimos el símbolo. Pero..." Su
voz se apagó al recordar los antiguos textos que había estudiado. "Esas
voces… provienen del otro lado. Aunque no completaron el ritual, algo se
filtró."
Mateo asintió, tenso. "Lo que sea que esté ahí,
no es humano."
De repente, las luces de sus linternas comenzaron a
parpadear. La temperatura de la cámara cayó bruscamente, como si un viento
helado se filtrara desde las entrañas de la tierra. Álvaro se dio cuenta de que
las sombras en las paredes no se movían como debían; se retorcían y se
alargaban, creando formas imposibles, como si estuvieran vivas.
"Tenemos que irnos", dijo Mateo, dando un
paso atrás, pero el túnel por el que habían entrado ahora estaba cubierto por
una neblina espesa y oscura.
De la neblina surgió una figura. Al principio parecía
humana, pero al acercarse, quedó claro que no lo era. Su piel era pálida, casi
translúcida, y su cuerpo se movía con una cadencia antinatural, como si cada
paso fuera un esfuerzo titánico. En su rostro no había rasgos discernibles,
solo una máscara de vacío que absorbía la luz a su alrededor.
Álvaro retrocedió instintivamente, pero la figura
seguía avanzando, y detrás de ella, otros seres similares comenzaron a emerger
de la neblina. No parecían agresivos, pero su mera presencia inundaba la sala
con una sensación de pavor ancestral.
"Esos... no son espíritus," susurró Sara,
"son ecos. Fragmentos de lo que alguna vez fue."
"¿Fragmentos de qué?" preguntó Álvaro, sin
apartar la vista de las figuras.
"De los que han sido consumidos por el
portal", respondió ella con voz temblorosa. "Su energía quedó
atrapada entre los mundos, condenados a vagar sin forma, buscando algo que
nunca encontrarán."
Las figuras avanzaban lentamente, sus cuerpos
fantasmales casi tocando el suelo. Los tres amigos retrocedieron hacia la
piedra negra, la única cosa que parecía mantener la oscuridad a raya. Mateo
intentó levantar el cuchillo del ritual, pero la hoja estaba incrustada
profundamente en la piedra, como si formara parte de ella ahora.
De pronto, una de las figuras se detuvo y levantó una
mano hacia Sara, como si intentara comunicarse. Sara sintió un escalofrío
recorrer su espina dorsal, pero no pudo apartar la vista de los vacíos ojos que
la observaban desde la máscara de sombra.
"Nos está mostrando algo," murmuró. "No
son hostiles. Al menos, no ahora."
Álvaro, incrédulo, miró a Sara. "¿Estás segura?
Parecen cualquier cosa menos inofensivos."
"Nos están advirtiendo," respondió ella, con
la voz apenas audible. "Nos están diciendo que... que esto aún no ha
terminado. Algo más grande viene."
La figura se desvaneció en el aire, y con ella, el
resto de los ecos se disolvieron en la neblina, dejando la cámara en un
silencio opresivo. Pero el mensaje estaba claro: lo que habían enfrentado era
solo una sombra de lo que estaba por venir.
"Tenemos que encontrar la siguiente cámara",
dijo Sara, mirando a Álvaro y Mateo con determinación. "Antes de que sea
demasiado tarde."
Álvaro asintió, aunque el miedo seguía apretando su
pecho. Sabía que no había vuelta atrás. Lo que había comenzado en las cloacas
de Pamplona no terminaría hasta que enfrentaran la oscuridad que se agitaba
bajo la ciudad.
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