lunes, 7 de octubre de 2024

Capitulo 7 - "Las Cloacas de Pamplona"

 


Capítulo 7: Ecos en la Oscuridad

Los tres se quedaron en silencio un largo rato, escuchando cómo los ecos de la cámara subterránea morían lentamente. La piedra negra, ahora rota y sin vida, yacía en el suelo con el cuchillo ritual aún clavado en su centro. Las inscripciones que antes brillaban intensamente se habían desvanecido, y solo quedaban sombras frías cubriendo las paredes de piedra.

"Debemos salir de aquí", dijo Sara en voz baja, con la mirada fija en las ruinas del portal. "Esto... esto solo es el principio."

Álvaro no pudo evitar sentir un escalofrío. Habían logrado detener el ritual, pero sabía que lo que habían presenciado era solo una pequeña fracción del horror que acechaba en las profundidades de Pamplona.

"¿Qué crees que liberaron?" preguntó Mateo, aunque parecía más que sabía la respuesta.

Antes de que Sara pudiera contestar, un leve sonido, casi imperceptible, resonó desde uno de los túneles que conectaba con la cámara. Era un murmullo, un susurro que se arrastraba por el aire, como si miles de voces hablaran en un idioma antiguo y olvidado. Las paredes parecían vibrar con la energía residual del ritual.

"¿Lo escucháis?" susurró Álvaro, su mirada buscando el origen de los susurros. "No estamos solos."

Sara frunció el ceño. "No debería haber nadie más aquí. Los encapuchados huyeron cuando destruimos el símbolo. Pero..." Su voz se apagó al recordar los antiguos textos que había estudiado. "Esas voces… provienen del otro lado. Aunque no completaron el ritual, algo se filtró."

Mateo asintió, tenso. "Lo que sea que esté ahí, no es humano."

De repente, las luces de sus linternas comenzaron a parpadear. La temperatura de la cámara cayó bruscamente, como si un viento helado se filtrara desde las entrañas de la tierra. Álvaro se dio cuenta de que las sombras en las paredes no se movían como debían; se retorcían y se alargaban, creando formas imposibles, como si estuvieran vivas.

"Tenemos que irnos", dijo Mateo, dando un paso atrás, pero el túnel por el que habían entrado ahora estaba cubierto por una neblina espesa y oscura.

De la neblina surgió una figura. Al principio parecía humana, pero al acercarse, quedó claro que no lo era. Su piel era pálida, casi translúcida, y su cuerpo se movía con una cadencia antinatural, como si cada paso fuera un esfuerzo titánico. En su rostro no había rasgos discernibles, solo una máscara de vacío que absorbía la luz a su alrededor.

Álvaro retrocedió instintivamente, pero la figura seguía avanzando, y detrás de ella, otros seres similares comenzaron a emerger de la neblina. No parecían agresivos, pero su mera presencia inundaba la sala con una sensación de pavor ancestral.

"Esos... no son espíritus," susurró Sara, "son ecos. Fragmentos de lo que alguna vez fue."

"¿Fragmentos de qué?" preguntó Álvaro, sin apartar la vista de las figuras.

"De los que han sido consumidos por el portal", respondió ella con voz temblorosa. "Su energía quedó atrapada entre los mundos, condenados a vagar sin forma, buscando algo que nunca encontrarán."

Las figuras avanzaban lentamente, sus cuerpos fantasmales casi tocando el suelo. Los tres amigos retrocedieron hacia la piedra negra, la única cosa que parecía mantener la oscuridad a raya. Mateo intentó levantar el cuchillo del ritual, pero la hoja estaba incrustada profundamente en la piedra, como si formara parte de ella ahora.

De pronto, una de las figuras se detuvo y levantó una mano hacia Sara, como si intentara comunicarse. Sara sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal, pero no pudo apartar la vista de los vacíos ojos que la observaban desde la máscara de sombra.

"Nos está mostrando algo," murmuró. "No son hostiles. Al menos, no ahora."

Álvaro, incrédulo, miró a Sara. "¿Estás segura? Parecen cualquier cosa menos inofensivos."

"Nos están advirtiendo," respondió ella, con la voz apenas audible. "Nos están diciendo que... que esto aún no ha terminado. Algo más grande viene."

La figura se desvaneció en el aire, y con ella, el resto de los ecos se disolvieron en la neblina, dejando la cámara en un silencio opresivo. Pero el mensaje estaba claro: lo que habían enfrentado era solo una sombra de lo que estaba por venir.

"Tenemos que encontrar la siguiente cámara", dijo Sara, mirando a Álvaro y Mateo con determinación. "Antes de que sea demasiado tarde."

Álvaro asintió, aunque el miedo seguía apretando su pecho. Sabía que no había vuelta atrás. Lo que había comenzado en las cloacas de Pamplona no terminaría hasta que enfrentaran la oscuridad que se agitaba bajo la ciudad.

 


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