El inspector
Zalduendo empezó la mañana con un claro objetivo: encontrar la mochila de Tomás
Aguirre. Nadie la había mencionado desde que el cuerpo fue hallado, y su
contenido podría ser la clave para desentrañar el enigma. Sin embargo, tras
varias llamadas al depósito de objetos perdidos y una revisión exhaustiva en el
autobús, nada aparecía. Parecía haber desaparecido junto con el secreto de
Tomás.
Frustrado,
Zalduendo repasó una y otra vez las declaraciones de los pasajeros en
cuarentena. Finalmente, algo llamó su atención: Marta, la estudiante de
medicina, había mencionado que Tomás nunca soltaba la mochila, pero no se había
sentado con ella al final del viaje. Al parecer, se había levantado varias
veces en las últimas horas del trayecto, lo cual no era habitual para un hombre
tan cuidadoso con su pertenencia.
Decidido, el
inspector interrogó de nuevo al chofer, que confesó algo inusual:
—La última vez que
paré antes de llegar a Pamplona, noté a Tomás de pie junto a la puerta, con la
mochila colgada de un solo hombro. No pensé mucho en ello en ese momento, pero
después se fue hacia el fondo del autobús. Algo estaba buscando… o escondiendo.
Tras esta revelación,
los agentes buscaron minuciosamente en el fondo del autobús. En uno de los
compartimentos más oscuros, detrás de una serie de asientos, apareció
finalmente la mochila de Tomás. Estaba vieja, con las costuras desgastadas,
pero firmemente cerrada.
Zalduendo observó
el bolso con cierta inquietud. Al abrir el cierre, descubrió una libreta gruesa
y una carpeta llena de documentos. Las primeras páginas de la libreta contenían
anotaciones caóticas, llenas de números, nombres de ciudades y frases incompletas:
“No es casualidad…”, “Ya saben dónde estoy…”, “El contagio es el único camino”.
Entonces, el
inspector se topó con una carta. La caligrafía era pulcra, ordenada, y en el
encabezado solo aparecía un nombre: La Hermandad de los Portadores.
Era una carta dirigida a Tomás, advirtiéndole de “mantener el equilibrio” y “no
dejar rastros de lo que portaba”. Zalduendo sintió que el peso del misterio
aumentaba. ¿De qué “portador” hablaban? ¿Podía esto relacionarse con el virus?
Justo cuando creía
haber alcanzado una pista, su teléfono sonó. Era el laboratorio. Habían
recibido resultados definitivos: el virus no era solo contagioso; era altamente
resistente y mutaba con facilidad. Lo que llevaban los pasajeros no
era solo una bacteria cualquiera; era un organismo difícil de erradicar, y
parecía diseñado para extenderse.
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